domingo, 4 de marzo de 2012

cerca del cielo

inspirado por la canción homónima de Nacho Vegas


Hubo un tiempo en que los héroes existieron. Calzaban sandalias aladas, enredaban su agreste musculatura en sogas y martillos que armordazaban a los malvados, y derrumbaban la solidez de las fortalezas enemigas. O nacían de huevos engendrados por un cisne de ultraterrena belleza para repeler las agresiones de aquel que soñaba con la esclavitud eterna de los miserables humanos, por ejemplo.

Hoy los héroes son muy otros. Antaño nacían sólo por reconducir el mal en confortable existencia, luchaban a brazo partido contra las pérfidas huestes de cualquier dictador que pretendiese someter a pueblos y sociedades. Hoy, ya digo, los héroes son otros, muy diferentes. En la actualidad, el rasgo único que comparten con aquellos que la Antigüedad nos legó es el de la musculatura egregia y macho y, quizás también, el de la identificación con ellos de todo un pueblo o nación. Hoy los titanes, los ídolos, vistén vistoso calzón y ergonómico calzado deportivo. Luchan contra otros semidioses, sí, pero en este caso no son los adversarios emisarios del mal y la crueldad. No, sólo son, los enemigos, héroes para otras naciones, otros pueblos. Y me pregunto quién de los dos adversarios sostiene el mirífico regalo de la libertad, ¿quienes son los buenos?

Tuve la oportunidad, cuando visité Perú, de enfrentar mi débil resistencia física a ciertas hazañas que hoy creo no sería capaz de repetir. Ascendí cumbres andinas, trepé escuetos senderos de altitud extrema, quise llegar, ignorando el motivo, a lo más alto, quizás perturbado mi cerebro por la falta de oxígeno, no sé. Así pude coronar la cima del monte Machu Pichu, casi 3.000 metros de altitud desde los que se observan las gloriosas ruinas de la ciudad sagrada de los incas. El mundo a mis pies, y nadie a quien contarlo, ningún espectador que aplaudiese mi hazaña, ningún público jaleando mi esfuerzo. 

Pude comprender el espíritu de sacrificio de aquellos que dedican sus vidas a superar alturas de vértigo, a escalar escarpadas cordilleras, sólo por demostrarse a ellos mismos la capacidad de superación del ser humano. Creo, sí, que en esas personas, anónimas en su mayoría para el gran público, para el común de los mortales, anida silencioso pero firme, el espíritu del verdadero héroe, ése que no ha venido aquí para mostrar su fuerza humillando al contrario, el que sólo pretende superar las trabas que nos impone nuestra terrenal condición. No funda nuevas ciudades como hacían los de antaño. No humilla las capacidades del adversario, no, porque comprende que el único adversario reside en nosotros mismos, en nuestro miedo y en las limitaciones que día tras día nos imponemos. La lucha más épica de cualquier héroe que se precie no es contra otros sino contra sí mismo, y de esa batalla íntima germinan valores que el resto de mortales deberían admirar y respetar.

Hoy, el hombre, desorientado y feroz, sólo aplaude la victoria cuando existe un enemigo visible, un adversario real y similar a nosotros mismos, pero de distinto color, de nacionalidad diferente, de condición muy otra.

Yo, personalmente, me quedo con los humildes héroes que sólo aspiran a vivir cerca del cielo y cuyo único combate conocido es el que con ellos mismos inician al dar el primer paso hacia el primer campo base.

2 comentarios:

  1. Espectacular este nuevo articulo. Con el cual estoy totalmente de acuerdo, sobretodo con los dos últimos párrafos, los cuales me han parecido cargados de una enérgica poesía maravillosa.

    Una pregunta ¿te has planteado reunir todos tus articulos y publicarlos en papel?

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  2. Uff... Muy denso para mí, últimamente... Un saludo, Pablo. ;)
    Marta.

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soy todo oídos...