domingo, 24 de febrero de 2013

los sótanos del Vaticano

Iniciaba el siglo pasado cuando André Gide puso punto final a una obra cuya fama llegaría más por el sarcasmo con que afiló su pluma para malbaratar los proyectos de la institución católica que, quizás, por su calidad literaria. Al menos así piensa un servidor, del autor francés prefiero sus Diarios de Viaje, por ejemplo. El caso es que avanzaba, la citada novela, de nombre Los Sótanos del Vaticano, esa impía ansiedad por amasar riquezas que despliegan los mandatarios de tan piadosa organización y que hoy aviva las tertulias radiofónicas y los titulares de la prensa.

Resulta que el autodimitido máximo mandatario de la fe de Cristo se atreve, ahora que sueña con jubilación de calzón largo y espumoso daiquiri en las playas de Malibú (o en las costas inversas del séptimo cielo, vaya usté a saber) a poner en solfa los tejemanejes del Maligno para hacer mella en la milenaria fe cristiana. O sea, que ahora que abandona el barco critica a las ratas que corretean por su cubierta. Ya no es necesario bajar a los sótanos, como hizo Gidé allá por la época en que los papás del actual Papa contemplaban la posibilidad de tener un vástago que, desde las filas del nacionalsocialismo que todo lo arrasaría o las del catecismo que todo lo podría, les asegurase una cómoda jubilación. Ahora la suciedad se cuela por las rendijas del mármol que observan los ojos extraviados de Dios, allá arriba, en los milagrosos frescos que decoran la Capilla Sixtina.

Desde aquí alabamos la iniciativa del Papa para ("paparapapá paparapapá"...disculpen, me sonaba a marcha militar lo recién escrito) denunciar las nefandas actividades de alguno de una parte de sus acólitos que, lamentablemente, contaminan el sacrosanto nombre de Jesucristo. Es edificante comprobar que, a día de hoy, el ciudadano medio puede tener conocimiento de las estrategias desarrolladas por los poderes fácticos para mantenerse en el ídem. Así sabemos de las pederastias de iglesias o los latrocinios de monarquías y gobiernos...la prensa, oiga, que todo lo cuenta...salvo la reacción en las calles de esos mismos ciudadanos al tomar conocimiento de tales actos...tampoco vamos a ser puntillosos a estas alturas, ¡alabada sea la prensa!

Fue hace no mucho que tuve la gran fortuna de visitar y gozar la milenaria ciudad de Estambul, ese fronterizo limbo que une, más que dividir, mundos, culturas y civilizaciones. Perderse en sus calles y atender al murmullo leve de las gaviotas del Bósforo enredado en los acordes engendrados por los diversos artistas callejeros de intrincado nombre y larga melena, es delicia que no puedo más que evocar cada cierto tiempo. Y fue en Süleymaniya Camii (lo escribo así, en turco, porque me resulta más poético que Mezquita de Suleiman, no por dármelas de políglota) que pude atender, entre bambalinas, al rezo del imán, esa epopeya de musicalidad etérea con que gustan de alabar a su Dios los súbditos de Mahoma. Cientos de fieles me ofrecían su retaguardia en cuidadosa ida y venida de la verticalidad a su contrario, apoyando la frente en la lujosa alfombra que cubría el mármol del piso del templo, y elevando sus manos hacia un cielo que, imagino, pretendían acercar con sus movimientos y súplicas. Sinceramente, ver rezar a cualquier feligrés de cualquier fe, es algo que deberíamos hacer al menos una vez en la vida.

Finalizada la prédica fueron abandonando la mezquita los numerosos ciudadanos y, pasados unos minutos, un hombrecillo con aspecto poco religioso, cubierto de oscura levita más cercana al andrajo que al uniforme de trabajo, comenzó un lento y meticuloso deambular por sobre la alfombra del santuario. Acompañaba su silencioso pasear una ruidosa aspiradora industrial. Desinfectaba de posibles residuos toda la superficie. 

Pienso que la limpieza a que fue expuesta, tras el rezo, el suelo de la Süleymaniya Camii, pretendía evitar que la mugre moral de los que pretenden lavar conciencia con sus prédicas al Altísimo pudiese traspasar y filtrar, alcanzar el sótano. Tal vez hubiesen leído, los gestores de la fe musulmana al cargo de la citada mezquita, la célebre obra de Gide, y pretendían evitar que la fe de Allah fuese mancillada como lo fue la de Cristo por la disoluta daga de la literatura. 

Limpiar el Vaticano parece más sencillo, o menos necesario, no sé. Teniendo en cuenta el extenso horario de apertura del templo a turistas y groupies, a la mayor gloria del sacrosanto dividendo, veo difícil aplicarse con idéntica pericia que en el caso turco a su higiene. Tal vez por ello los sótanos del Vaticano abunden de mugre. O tal vez sea sólo que los feligreses de uno y otro bando sean los portadores de los virus de miseria y corrupción que aquejan ambas instituciones, al pisar la casa del Señor sin la debida higiene moral previa, pensando que la beata incursión en la casa del Señor les deshollinará de toda culpa. 

Me asaltan las dudas. Quizás debiese embriagarme de nuevo de las páginas en que Gide desnuda sus sentimientos al hilo de sus expediciones. Esos Diarios de Viaje en que el francés desviste no sólo su alma sino también su cuerpo, son la prueba definitiva de que lo más precavido, antes de sostener ningún dogma pretendidamente inquebrantable, sea viajar y conocer y enredarse y envenenarse de distintas costumbres, diferentes culturas...pueda ser. O tal vez salir a la calle con el puño en alto y piedra oculta entre sus falanges, atento a cualquier escaparate que, al hacerse añicos, llame la atención de los medios de comunicación y consiga que la prensa informe del descontento que provocan esas informaciones que nos regala sobre la podredumbre implícita en cualquier organismo u institución que detente algún tipo de poder...pueda ser.

jueves, 14 de febrero de 2013

pervirtiendo lo latino

Resulta que desde hace unos años parece estar de moda "lo latino". Sí, Oriente y Occidente se ven invadidos por una suerte de volcánico magma enredado en ritmos salseros, ropa ceñida al albur de la calorina caribeña, sincopados danzares de erótica inevitable...pero no sólo eso, no. También comienza a poblar las gargantas como cuchillos de los mercados el milagro brasileño o la riqueza cultural mexicana, por ejemplo.

Asevero esto al recordar cómo en el terruño que me vió nacer, antes de la partida, invadían los festivales de pueblos y ciudades arrabaleras orquestas musicales que habían trocado los bises patrios de Paquito el chocolatero, por los diabéticos ritmos del merengue, la bachata, la salsa y derivados mientras los congregados en la plaza central, o allá donde el citado conjunto musical desplegaba sus habilidades rítmicas, comentaban, al albur de una cerveza o un tinto, cómo ante el estrepitoso e inevitable derrumbe de la economía local no quedaba mejor remedio que poner tierra por medio y aterrizar en Brasil, por ejemplo, dónde los negocios son de fácil establecimiento y orondo resultado.

Ha sido al pasear la urgencia falsa de las noticias del día, frente a la computadora, que he podido evadir los escarnios a que nos someten los gobernantes para recalar en la sección de "cultura" y descubrir que hace unos días se entregaron los Premios Grammy, que son unos galardones de relumbrón similar al de los Oscar pero en el mundillo musical. Debido a que "lo latino" está de moda, como comentábamos al inicio, la industria discográfica decidió hace unos años instaurar los "Grammy Latinos", una suerte de gemelos desfavorecidos de los otros.

Lila Downs, cortesía de "la red"
El caso es que hace unos días recibió el premio al mejor álbum latino el último que ha puesto en el mercado la mexicana Lila Downs. Ni sé ni me importa mucho si el citado álbum tiene mayor calidad que los de sus contrincantes, a los que no conozco. Sí puedo afirmar que, desde hace años, muchos ya, la voz de cantina de seda de la mexicana gusta de enredarse a mis neuronas y mi epidermis de tanto en tanto, descerrajándome disparos de dolor y belleza en la base del hipotálamo. O sea, que estoy enamorado de la Downs, qué le voy a hacer, y que cuando ella decidió contraer nupcias con uno de los artífices de su racial y delicada música, el saxofonista Paul Cohen, de glorioso apellido pero, para mí, infausto recuerdo, inicié yo el alejamiento de su arte vocal afirmando que se estaba comercializando, que ya no era la misma, que había perdido mucho...es lo que tiene el despecho amoroso.

Y es que la ya diva musical (algunos aseguran que es la heredera directa de la inolvidable Chavela Vargas), además de atesorar una de las más portentosas, delicadas y sobrecogedoras voces de la música popular, ha gustado siempre de envolver su mestizo talle en delicadas piezas de guardarropía que, recuperando las más arraigadas costumbres textiles del México más ancestral, se permite añadir los deliciosos embites de la feminidad más lúbrica. Al caso: que me embriaga mirarla tanto o más que escucharla. Y escucharla es enfrentar lo realmente latino: eso mismo que son hoy los actualizados vericuetos eléctricos del country o el blues (Wilco, y en ese plan) para los norteamericanos, serían las músicas utilizadas por la Downs en sus doloridas coplas. O sea, latino, pero de verdad, alejado de las lubricidades huecas de bailes de salón y vacaciones con pulsera "todo incluido" en el Caribe.

Podemos imaginar pues, que el reciente galardón otorgado a la artista mexicana supone un pequeño estallido de rebelión de lo verdaderamente latino, en pugna contra los mercaderes del mp3 y la descarga cibernética. Y un servidor se alegra.

Pero ahora que he cruzado "el charco", sufro a cada momento los mismos berreos informatizados que tenía que escuchar en mi ciudad natal, intensificando los festivales de alcohol e idiocia de las juventudes prematuramente avejentadas que siguen los dictados del consumo irracional. Y, a más, descubro que quizás la idea de "lo latino" (ritmo cansino, vulgar regodeo en el cuerpo femenino, lírica sucia de la superioridad macho) que durante estos años nos han vendido, a tan bajo precio, ha calado hondo en mi subconsciente. Tal vez por eso no pueda yo evitar, cada vez que contemplo a Lila Downs, desplazar mi mirada por los bordados "latinos" que cubren su glorioso cuerpo, como queriendo hallar una rendija por la que asome la más oscura y primordial de las bellezas.

sábado, 2 de febrero de 2013

he venido a hablar de mi libro (y 2) ... o de cómo "yo es otro"

Yo, que poco amigo soy de celebrar efemérides y anudar vivencias a los inescrutables designios del calendario, me descubro hoy descubriendo que hace poco más de un año publicaba, en esta galería de vanidades y desconciertos, el primero de los textos orientados a la vacua labor de dar a conocer mi primera novela publicada, Los Cuadernos del Hafa. Mucho han cambiado las cosas desde aquel entonces, y aunque el citado volumen permanezca oculto a la opinión pública, la privada es distinta cuestión, y no pocos benévolos veredictos han recibido sus páginas.

Ha habido, desde entonces, ya digo, no pocos cambios, pequeños terremotos que han desplazado las capas tectónicas sobre las que se asentaban mis sentimientos y han germinado cumbres de belleza a las que jamás soñé ascender. Aún se adueña de mí una semiprecariedad económica que no, no me incomoda, pero acumulo tesoros en forma de palabras, abrazos, sentimientos que han llegado a mí balanceados por la juguetona marea de los placeres y los días, al mismo ritmo que imprimen las fuerzas telúricas a la brazada con que el comercial navío y el desorientado inmigrante pretenden alcanzar una u otra de las costas que separa el Estrecho de Gibraltar, esa lengua de agua que humedece dos continentes, dos culturas, dos formas de ser y estar que quizás no sean tan distintas por más que así lo pretendan no pocos.

Hoy, un año después, como el Maestro, siento que he malgastado un año queriendo hablar de mi libro, al igual que él malgastase un par de horas en televisión. Me queda la satisfacción de en algo haberme acercado a él, ya que creo que hoy son más los que me conocen por pretender hablar de mi libro que por haberse abandonado a la promiscua selva tipográfica de sus páginas.

cortesía del genio de la luz, Babel Estudio
Así que mejor sería pretender, con el Poeta, que yo es otro, y olvidar ya las páginas de este libro que no escribí, que otro escribió a través de mí. Bien pensado, no es tan desacertada la aseveración. Justamente hoy han podido comprobar cientos de desorientados ciudadanos cómo el Presidente del Gobierno de España, en realidad, es otro. Claro que, en su caso, es un otro bien honorable y digno de elogio, mientras que el otro que escribió Los Cuadernos del Hafa es un ser atormentado por los deliciosos suplicios de la culpa y el exceso.

Alcanzan, las noticias, las orillas de nuestro desencanto sucias de pornografía moral, enredadas en una trama de algas de las que sólo extraemos desgracias, latrocinios, corrupciones, egoísmos, corporaciones, cifras, mercados, hambres, deshaucios, prepotencias, crímenes, idiocias, cánceres, orfandades, perversiones más reales que las que imaginase/viviese Sade allende los siglos, cuando el sueño de la Razón comenzaba a procear Monstruos que terminarían por devorarnos. Así que tal vez sea mejor que mi novela permanezca aún a la sombra de los grandilocuentes titulares, escondida en un callejón por el que sólo pasean los incautos exploradores de lo oculto para después regalarme palabras como dagas que ahondan esa herida que en mí pretendo suturar con cada palabra escrita...palabras ocultas entre el rizo fugaz de las mareas, palabras que llegan a mis pies para bañarme de espuma y belleza, palabras que recojo entre las manos y que, al contrario que el agua turbia de las noticias y los superventas, puedo acercar a mis labios y sorber con deleite...ya forman parte de mí, sí, todos los corazones que he encontrado en el camino y puedo asegurar orgulloso: ha merecido la pena.

Sabéis quiénes sóis, es a vosotros que os agradezco.

Yo, por mi parte, aún no sé quién soy. Sólo intuyo que yo es otro que al comenzar estas líneas pretendía vanagloriarse por el hecho de que Los Cuadernos del Hafa hayan sobrevivido su primer año de vida, tras aquel sangriento parto que los expulsó a la sucia luz de este decadente hospital que es hoy la palabra impresa, y creo que simplemente he vuelto a rellenar espacios que tal vez no reclamasen el temblor de mis frases...qué le voy a hacer, creo que no me queda más que seguir siendo ese otro que tan vivo se siente ensuciando páginas, al contrario que nuestro honorable Presidente, que sólo pasa a limpio los renglones torcidos de su mente de poeta maldito maltratando el teclado tartamudo de la prepotencia.

Tal vez dentro de un año regrese de nuevo a hablar de mi libro. Quizás pueda hacerlo con mayor convicción. En cualquier caso será ya otro bien distinto...el libro y el que lo haya escrito.