domingo, 30 de agosto de 2015

los crímenes de la memoria

Días de perseguir aviones de juguete y replicar zancadas de trapo, las de mi hijo, para quien cada minuto en silencio o quietud es minuto perdido. Descubro, ahora, que la infancia es el mes más activo de nuestros calendarios, por más que nos supongamos enfrascados en mil y un asuntos "de importancia", alcanzada la edad adulta. El caso es que días así no hacen hueco en los relojes, y no hay minutero que se detenga para que puedas leer la prensa, por ejemplo. Sólo de tanto en tanto, contradiciendo mis necesidades básicas, enciendo la televisión para asistir al jolgorio de palabras mal pronunciadas y colores sin nombre en que el niño se acomoda para recuperar fuerzas, antes de lanzarse a la arena del salón con una risa a modo de maroma en que enredar gladiadores de peluche, pinzas de tender la ropa, o papás en retirada que, al fin, es lo mismo.

En uno de esos interludios, al niño le acomete un breve sueño (¿quién nos robó la siesta, a los adultos?) y me permito pasar a un canal en que dan las noticias. No presto mucha atención, seré franco. Pero una frase me obliga a mirar la pantalla: "... tras las nuevas pesquisas sobre el crimen de Cuenca". ¿Han dicho "el crimen de Cuenca"? ¿No buscamos las fosas pero retomamos el crimen de Cuenca? Quizás sea buen augurio, tal vez las cosas estén cambiando. No es así, lamentablemente. Resulta que el crimen de Cuenca a que refieren los telediarios y demás medios manipulativos (perdón, quise decir informativos) es uno acaecido en dicha población, días atrás, y en que dos mujeres han perdido la vida a manos de esa violencia machista que ayer, hace no mucho, era aún violencia de género (el vocabulario es un ser vivo, pregúntenle a los mandamases de la RAE). Además, el supuesto asesino, se ha fugado a Rumanía, y tenía amigos rumanos... ¡válgame Dios!, para qué queríamos más, de nuevo el inmigrante, que llega a España a delinquir o encubrir delitos, no a trabajar honradamente como el resto.

Decido no ahondar en los hechos, no conocer más. Y conste que denigro cualquier tipo de violencia: desde la machista, de género o como decidan nombrarla en un futuro inmediato, a la xenófoba, tan bien comandada por los gobiernos democráticos de nuestra civilizada Europa, y mejor orquestada verbal y gráficamente por los medios de información a su servicio.

Fue en un lejano 1979 cuando una valiente Pilar Miró decidió llevar al celuloide una historia de esas que hacen que un país en pleno sufra pesadillas. No el nuestro. Spain is different, que dicen los turistas que han ahogado en cerveza y jolgorio las olas de las costas patrias, un año más. Aquí lo más que se intentó fue suavizar o silenciar los hechos que relataba el citado filme: el crimen de Cuenca: las vejatorias e inhumanas torturas a que fueron sometidos unos simples ciudadanos por las fuerzas del orden que cortaban el bacalao en aquellos tiempos: los miembros de la Guardia Civil. Sería en exceso morboso explicar en que consistió tan desquiciado crimen. Como lo sería intentar explicar por qué los medios de comunicación han decidido emplear el mismo nombre para un asesinato más, si no es por el hecho de que puedan andar implicados en el mismo ciudadanos rumanos, de esos que vienen a quitarnos el trabajo y, de paso, robarnos, en los semáforos, al primer descuido. Por eso y por borrar las huellas de la infamia.

Las consignas son claras: la corrupción ya no interesa a nadie, ya se ha comprobado que nada hay que hacer cuando vives bajo el yugo del más corrupto de los gobiernos. Ellos hacen y deshacen, a su antojo, y a la ciudadanía la engullen tedio e impotencia. De poder tener en una celda al presidente del gobierno y sus secuaces, no pocos ciudadanos hubiesen dado rienda suelta a sus más abyectas fantasías, como lo hicieron los miembros de la Guardia Civil que cometieron el crimen de Cuenca. Que la venganza es pan de cada día en nuestras mesas de envidia y rencor. Pero queda a trasmano el Palacio de la Moncloa, y las fuerzas del orden muestran dentadura de porra antidisturbio para defender a sus habitantes, que eso es hoy en día mantener el orden... reflujos de antaños mal digeridos. Sin embargo, el inmigrante vive pared con pared, compra en la misma frutería que nosotros alargando el intercambio comercial y acabando con nuestra paciencia a base de eternas pretensiones de regateo en el precio, viaja en nuestro mismo vagón de metro molestándonos con su acento extranjero y su efluvio de sudor rancio... al inmigrante le conocemos, es nuestro vecino, sabemos sus intenciones: viene a robarnos, como explican el propio presidente y sus secuaces. Al final no va a ser tan corrupto, mira tú por dónde, y se preocupa por nuestro futuro, que, claro, si estos extranjeros se gastan los ahorros de nuestro sistema social quién nos dará de comer cuando llegue la jubilación, y así podíamos seguir hasta mañana, que es domingo, día de hogar y prensa en que podremos leer un amplio artículo sobre el nuevo crimen de Cuenca, y conocer las perversiones que los migrantes traen a nuestro país de bonanza y toro decapitado en la plaza del pueblo a mayor gloria de la uva fermentada y la violación consentida, y nadie se preguntará ya qué fue aquel otro crimen de Cuenca que tanto dolió a muchos, de donde surgieron aquellas imágenes progenitoras del gore que, tan valientemente, filmó Pilar Miró, cuando la dictadura jugaba a despistarnos con su recién estrenado disfraz de democracia.

El niño no sabe de crímenes porque para él toda imagen está viva. El niño sólo respeta la democracia de unos relojes que son anarquistas de plastilina jugando a dinamitar el tiempo. El niño no lee más prensa que la del envoltorio de ese caramelo que sabe dulce y rebeldía. El niño no conoce de razas, e incluso a los perros se acerca con ganas de compartir. El niño mantiene la siesta como norma, porque desconoce que habrá unas normas, mañana, que le impondrán olvidarse de ese breve vuelo en que el cansancio se hacía ligero y la sonrisa esculpía riberas de saliva.

El niño despierta y, con los párpados aún huérfanos de lágrima, me sonríe y pide agua. Al niño, cuando sea mayor, espero no tener que explicarle cuál fue el verdadero crimen de Cuenca, ni por qué yo sigo molestándome por aquel delito anciano, cuando a las mismas tierras manchegas habrán arribado miles de inmigrantes subsaharianos a quienes no trataremos su gripe (salvo que sea ébola o mutaciones del mismo) en el Centro de Salud. No sé si, llegado el caso, tendría valor para mentirle que lo hacemos por su futuro, para que a él no le falte de nada. Creo que ya soy demasiado mayor para trocar en manipulativo medio de información. Además que el niño, por inocente, no es imbécil, y la brevedad de sus pasos le da para agarrar antes al mentiroso antes que al cojo.

sábado, 15 de agosto de 2015

vértigo

a Miguel Sánchez-Ostiz

Aciago día este en que las frases no llegan tan siquiera a acariciar la página como tú desearías lo hiciesen: como a esa mujer, o aquella otra, o la de más allá quizás tan sólo para que sienta que la deseas como deseas a la única que hoy te falta. Igual el abrazo, igual la muerte, que llega a horas equivocadas, cuando nadie la ha llamado, a la mesa de comedor, para compartir con nosotros la cena recalentada y la copa en que los hielos perdieron hace tiempo pie yéndose a reposar su suicidio vertical en los fondos submarinos de un viejo vaso de culo gafas de empollón o empresario.

Rafael Chirbes, cortesía de "la red"
Amanezco a la ebriedad tardía de un aniversario, el nuestro, tú sabes, y me enreda la voracidad de los días. Munay crece, nos enreda su sierpe de latido trapo y diástole peluche, correteamos los escasos metros de una vivienda en ruinas, que no es nuestra, que no lo será, sólo por pretender construir ante su pupila de barro limpio la coreografía de la sangre que hace hogar donde nunca lo hubo. Así somos: torpes, inútiles creyentes de una fe que sólo aúlla abrazos donde debería esculpir reprimendas de Jehová... qué le vamos a hacer. Que te lías, que no te explicas, eso me dices una y otra vez, y creo que tienes razón, que si alguien te lee, al menos que entienda. Pues me aclaro: hoy nos ha abandonado alguien a quien admiro (en presente, por mucho que haya decidido abandonarnos). Rafael Chirbes se cansó de luchar. Salud, compañero, y me permito este "compañero" porque alguien a quien quiero nos decidió hermanar en la gloria de sus páginas, no por sentirme, ni mucho menos, a la altura.

Ahora que Cochabamba se me rejuvenece en las macetas en que hundo mis semillas de desaliento y esperanza. Ahora que Bolivia es casi un sueño en blanco y negro. Ahora que la edad me recuerda que es edad porque sus relojes nunca agotan la batería. Ahora que la vida se resarce de mis patochadas y mis grandilocuentes aires de pequeña grandeza. Ahora que Munay descansa, dormido, con el trapo de los días dibujándole una sonrisa de peluche. Ahora que recuerdo paseos por La Paz, veredas de la Prisión de San Pedro, caballitos de juguete y tus manos, Miguel, jugueteando el tacto de mi hijo, Munay, mientras euskaldunas radicales jugaban a inventarte pasados sin haber logrado descubrirte el presente. 

Quiero decir que nada importa mientras me quede esa instantánea en que tú, Miguel, amigo, hermano, querido, revelabas instantáneo el momento que mi hijo jamás conseguirá descubrir en el papel avejentado de una fotografía desvaída por la vida recorrida y el paso del tiempo que nunca existió. Te recuerdo, Miguel, y te abrazo en la distancia que no existe, para recordarte que la muerte es sólo una raspa de pescado que los presos de San Pedro no deseaban desechar... porque sabían que el pescado es caro, ¿y aún dicen que el pescado es caro?, eso dicen, hay muchos que nunca tuvieron la fortuna de poder paladearlo ni atragantarse en sus espinas premonición de vida.

Fallece Rafael Chirbes. Fallece un poco de todos los que invertebramos nuestros espasmos más lúcidos en querencias de verbo que lo explique y desnude todo. Alguien llora lejos, allá en tierras norteñas, y lo más norteño que yo intuyo, en esta noche aciaga, es el amanecer de La Paz, y sus corredores de espanto y sus cholitas de extrarradio y sus abrazos de verdura a medio hacer y coca masticada... y un café en un antro infame que puede enorgullecerse de haber dilapidado las infames correrías de un grupo de personas encadenadas a la vida.

Y, ya, sólo, decir: te quiero. No es preciso poner nombres. Tú sabes quién eres... y lo que has hecho...

Perdona mis letras, como siempre. Perdona mi torpeza, como siempre.