Paseo días de escarcha y hormigón mientras las calles de la ciudad me pasean como un invierno de cuchillos. El tañido del viento acompasa mi caminar como un réquiem pertinaz. Y arriba, donde suponemos fraguan los pensamientos, en la azotea mínima y voluble del cráneo, estos días, me resplandece una herida de amor y miedo. Paseo mi herida, por la ciudad, como si de una alopecia hambrienta se tratase. Es la calvicie, que reclama su tierra de oro y nada para erigir un imperio de transparencia, digo a quien me pregunta.
Los vientos norte y febrero de un invierno insidioso juegan ajedrez, estos días, en la promesa de tiempo perdido de mi calvicie, y yo recuerdo la testa luminosa y ciega de William S. Burrougs, que nació un día como hoy, hace ya exactamente 100 años. Podría haber sido un 3 o un 7 de enero, qué sé yo, pero fue un 5 de febrero, en algún punto inconcreto del Estado de Missouri, en los EE.UU.
William S. Burroughs, cortesía de "la red" |
Parece que le sangra la cabeza, me dice un transeúnte. Despreocúpese, es la calva que hoy ha amanecido púrpura, como el corazón, respondo yo, para evitar alarmismos.
Me enredo, disculpen. Sólo pretendía homenajear al escritor norteamericano el día en que hubiese cumplido 100 años. No voy a hacer alabanza de sus letras, tan demoledoras, incautas e incomprendidas a pesar de agasajadas. Sólo quiero decir que hoy, cuando la cabeza me sangra aromas de mujer por una herida con femenina silueta de calvicie, descubro por qué Burroughs nunca se quitaba el sombrero: no quería asustar a los paseantes con su carnicería de sensaciones límite esculpidas a la sombra de la lucidez políticamente correcta. Una vez se quitó el sombrero, en Tánger, y de éste brotó la obra que le haría inmortal: El Almuerzo Desnudo. Es comprensible: cualquier calleja del zoco de Tánger es más abigarrada,
bizarra y desmesurada que las ideas del propio
Burroughs. Durante unos días la ciudad marroquí le proporcionó cobijo, mayún y cuerpos adolescentes, y él volcó en papel lo que habitaba el tullido mapamundi de fieltro de su sombrero. Simplemente eso: la importancia del sombrero de Burroughs, llevó a un servidor: a escribir Los Cuadernos del Hafa y narrar en sus páginas sus vivencias tangerinas, mientras frecuentaba al matrimonio Bowles y naufragaba en los guateques de orgía y THC de la jet-set; a recuperar la maltrecha figura de Brian Jones, líder primigenio de The Rolling Stones; a explicar los motivos de su misteriosa muerte y, de paso, la de toda una época cultural y creativa; a anudarlo, todo, a las alegrías y pesares de un puñado de marroquíes y algún que otro extranjero...
A Burroughs: feliz cumpleaños y... gracias por todo lo que (sin saberlo) me has regalado. Aunque hoy te envidio la elegancia de ese sombrero que, de ser mío, podría esconderme la herida. Creo que la literatura se organiza mejor bajo un sombrero. Yo, sin sombrero, pierdo las ideas. Las palabras brotan a borbotones escarlata a través de una herida con suturas de alopecia, y quedan irremediablemente desestructuradas en su precipitado huir por las avenidas metropolitanas del viento.
Que gusto da leerte Pablo!!! Es un auténtico disfrute
ResponderEliminarBrindo por que no deje de brotar historias, sensaciones, ideas, palabras, sentimientos, brindo por ti , mucha chicha.
ResponderEliminarA Brian Jones le pedí un autógrafo cuando yo era joven, con el tiempo desaparecieron él y el autógrafo,,,Guardo el "Naked Lunch" dedicado a Pablo por Bourrougs...
ResponderEliminarmi brutal mitomanía me obligaría a preguntarte si eso es cierto y a incitarte a compartir tales historias conmigo... me morderé los labios, te diré enhorabuena y dejaré claro que es un honor que hayas podido llegar a mis letras a través de la trenza memorable de las de Borroughs y Jones
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