Recuerdo con ternura aquellos tiempos en que la televisión pública acaparaba privadas miradas y ocultos deseos, a la hora de los anuncios, por el hecho de exhibir, en una fragante publicidad de jabones o geles (ya no recuerdo bien, disculpen que yo también cumpla años), el glorioso cuerpo semidesnudo de una mujer en pleno fragor de humedades y concupiscencias. Resulta que el citado desodorante (¿o era champú?) hallaba su máxima perfección en las curvas algodonosas de unos aguerridos pechos femeninos y, en casa, cuando se retransmitía tal anuncio, un servidor gozaba, ya que no de las femeninas turgencias televisadas, del hogareño espectáculo de padre y madre en burlona pugna por acaparar el espacio que, frente al televisor, ocupábamos el resto de la familia. O sea, que mi madre se situaba frente a la televisión y mi padre pretendía, entre risas y chanzas quizás no tan desinhibidas, resituarla en una ubicación que nos permitiese al resto continuar admirando las rotundidades teutonas (en aquellos tiempos eran rubias, todas las modelos) de aquella ninfa marina.
Aquellas juguetonas riñas conyugales no impedían que mis hermanos y yo comentásemos al día siguiente, a la hora del recreo, con el aroma a merienda ya enredando nuestros cabellos, las bondades físicas y táctiles (queríamos imaginar) de aquella exhuberante joven que nadaba entre delfines separando mareas con sus pechos como aletas, cual procaz Moisés femenino. Siempre me causó estupor el comentario de uno de los compañeros de coloquio, el de más correcto comportamiento pero más nefastas calificaciones escolares. Afirmaba el susodicho que el citado spot publicitario dejaba en muy mal lugar a la mujer, que imaginásemos que ocurriría en caso de ser nuestra madre la protagonista del anuncio. Lo dicho: estupor. Y silencio, sí.
Parece ser que existe, en alguna pequeña localidad costera de la piel de toro, un restaurante que pretende evadir la galopante crisis a lomos de imaginativas propuestas culinarias. Y la última que pergeñaron puede que sea la definitiva, dada la reacción de diversas autoridades y asociaciones pro derechos de la mujer y contra las actividades sexistas y denigrantes que tanto mal hacen a la humanidad que habita "el mejor de los mundos posibles".
Decidieron los gestores del comedor organizar una jornada de Nyotaimori. O de Nantaimori, dependiendo del gusto del cliente. Me explico: ambas prácticas aluden a la milenaria tradición japonesa de servir sushi sobre un cuerpo humano desnudo (y vivo, no se alarmen). La diferencia radica únicamente en el sexo del cuerpo elegido para servir de bandeja a tan exquisito plato. No vamos a explicar las torturas que deben sufrir quienes ejercen de plato viviente para tan delicado deleite de las papilas gustativas, debido a las bajas temperaturas a que han de exponerse antes de que el chef de turno coloque sobre sus cuerpos las renombradas lonchas de pescado crudo (la temperatura corporal podría deteriorar el gusto del bocado). Lo realmente grave del caso es que en nuestra democrática y avanzada patria se permita un uso tan denigrante del cuerpo humano, tamaña explotación. Claro que nadie preguntó a quienes iban a recibir no despreciable sueldo por servir de recipiente en tan extravagante cena, esa es otra cuestión. Lo importante es defender los derechos de la mujer, los niños, los esquizofrénicos, los enfermos, los desposeídos, los sin techo, los animales incluso. En fin de todo aquel ser vivo cuya capacidad de raciocinio, elección o autodefensa pueda verse mermada por las nefastas fuerzas del mercado, creo.
En las más afamadas capitales del mundo tal práctica es consentida y habitual desde hace años. Lo llaman "body-sushi". Parece ser que los ciudadanos de dichas ciudades no se ven heridos en su sensibilidad igualitaria. Bravo por mis conciudadanos, siempre al frente de la rebelión social, enarbolando la bandera de la igualdad y la justicia. Obviando lo depravado de tal práctica, he de renegar de quien ha decidido llamarlo "body-sushi". Me resulta más poético Nyotaimori. Nantaimori no tanto, disculpen mi actitud machista.
Así que los japoneses fueron inventores de tamaña inmundicia, y creo que también ellos los que inventaron algo que podríamos haber definido (de tener conocimiento linguístico suficiente) como "body-exploiting", consistente en el uso indiscriminado de las facultades físicas de miles de trabajadores, en descomunales factorías, con horarios inhumanos y ausencia de comunicación que pueda desviar la atención de las máquinas que producen centenares de productos tecnológicos con que decoraremos nuestras vidas y estableceremos videoconferencias, un suponer, un porcentaje nada desdeñable de sujetos. Quizás no fueron los japoneses, tal vez fuesen los chinos, perdón por el prejuicio del ojo rasgado, pero sí es cierto que aquella técnica se perfeccionó con el paso de los años y la ayuda de los encorbatados capataces de la cifra y el dividendo, hasta llegar al "mind-destructing", y ha alcanzado en nuestros días su cota máxima de exquisitez con el "little body-exploiting", o "children-exploiting", que para el caso viene a ser lo mismo.
Aquellas juguetonas riñas conyugales no impedían que mis hermanos y yo comentásemos al día siguiente, a la hora del recreo, con el aroma a merienda ya enredando nuestros cabellos, las bondades físicas y táctiles (queríamos imaginar) de aquella exhuberante joven que nadaba entre delfines separando mareas con sus pechos como aletas, cual procaz Moisés femenino. Siempre me causó estupor el comentario de uno de los compañeros de coloquio, el de más correcto comportamiento pero más nefastas calificaciones escolares. Afirmaba el susodicho que el citado spot publicitario dejaba en muy mal lugar a la mujer, que imaginásemos que ocurriría en caso de ser nuestra madre la protagonista del anuncio. Lo dicho: estupor. Y silencio, sí.
Parece ser que existe, en alguna pequeña localidad costera de la piel de toro, un restaurante que pretende evadir la galopante crisis a lomos de imaginativas propuestas culinarias. Y la última que pergeñaron puede que sea la definitiva, dada la reacción de diversas autoridades y asociaciones pro derechos de la mujer y contra las actividades sexistas y denigrantes que tanto mal hacen a la humanidad que habita "el mejor de los mundos posibles".
En las más afamadas capitales del mundo tal práctica es consentida y habitual desde hace años. Lo llaman "body-sushi". Parece ser que los ciudadanos de dichas ciudades no se ven heridos en su sensibilidad igualitaria. Bravo por mis conciudadanos, siempre al frente de la rebelión social, enarbolando la bandera de la igualdad y la justicia. Obviando lo depravado de tal práctica, he de renegar de quien ha decidido llamarlo "body-sushi". Me resulta más poético Nyotaimori. Nantaimori no tanto, disculpen mi actitud machista.
Así que los japoneses fueron inventores de tamaña inmundicia, y creo que también ellos los que inventaron algo que podríamos haber definido (de tener conocimiento linguístico suficiente) como "body-exploiting", consistente en el uso indiscriminado de las facultades físicas de miles de trabajadores, en descomunales factorías, con horarios inhumanos y ausencia de comunicación que pueda desviar la atención de las máquinas que producen centenares de productos tecnológicos con que decoraremos nuestras vidas y estableceremos videoconferencias, un suponer, un porcentaje nada desdeñable de sujetos. Quizás no fueron los japoneses, tal vez fuesen los chinos, perdón por el prejuicio del ojo rasgado, pero sí es cierto que aquella técnica se perfeccionó con el paso de los años y la ayuda de los encorbatados capataces de la cifra y el dividendo, hasta llegar al "mind-destructing", y ha alcanzado en nuestros días su cota máxima de exquisitez con el "little body-exploiting", o "children-exploiting", que para el caso viene a ser lo mismo.
Pienso en mi padre. Le recuerdo pretendiendo que mi madre nos permitiese a los pequeños contemplar aquel femenino cuerpo desnudo que jugueteaba entre las olas de un mar que sólo existía en nuestros húmedos sueños. Tal vez él sea el culpable de mi actitud sexista al no comprender bien el revuelo causado por el "body-sushi" abortado por las autoridades hispanas, al albur de los reclamos ciudadanos.
Aunque quizás no sea tan sólo falta de mi querido progenitor, y es que prefiero pensar en el teclado con que cincelo mis palabras, producto seguramente del "children-exploting" que quizás debiese llamar explotación infantil, por ser más poético, menos oriental. Al fin y al cabo también se trata de carne cruda.
Jo, muy bueno joven, me encanta el sushi y creo que no tendría inconveniente en probar el Nantaimori, seguro que entenderás que ahí discrepe contigo, pero tienes muchísima razón, en nuestro país solemos alarmarnos por cosas sin importancia, cosas que al fin y al cabo se reducen a un contrato entre adultos, y en cambio, olvidamos proteger lo que de verdad hay que proteger, los valores que reciben nuestros hijos en la sociedad en la que les tocó vivir. En fin, tu publicación no resolverá nada, pero a mí me ha gustado.
ResponderEliminarSaludos.
A mi me ha gustado y es que en este país siempre los hay disppuestos a la pelea si lo que sea huele a moralidad. Pero lo más importante y vital, lo que muere delante de sus ojos y arrastra al abismo el porvenir, con eso ni se inmutan. Saludos de Pilar.
ResponderEliminarBuena reflexión Pablo, como siempre nos llevas a nuevos territorios del pensamiento....
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