Proclamó el joven Rimbaud, cercano ya a dar por zanjado su fugaz y glorioso paso por la creación poética, que era preciso "ser absolutamente moderno".
Pienso en el daño causado por la incendiaria proclama rimbaudiana. Tal es el estropicio, que si pretendes advertir a alguien del aspecto revolucionario de la citada frase, lo más que obtendrás será una mirada condescendiente, similar a la que emplea más de uno al ver jugar baloncesto a un minusválido. Esto es: se da por sentado que, hoy, todos podemos ser modernos. Lo dicen en la tele, y en "la red".
En la Zaragoza de los años 80 del pasado siglo, un incipiente músico tomó la decisión de llevar a la práctica la máxima de Rimbaud. Comenzó cambiando su nombre por el de un personaje creado por Oscar Wilde. Era sólo el principio. A día de hoy, Enrique Bunbury, ese músico español que comete el pecado de querer ser absolutamente moderno, es denigrado y adorado a partes desiguales. Permitánme situarme en el bando débil, más después de haber podido degustar su última genialidad, de nombre Licenciado Cantinas.
Y me explico: ha parido, el maño, un trabajo conceptual en que, tomando como hilo narrativo añejas (o no tanto) tonadas y cadencias latinoamericanos, nos entrega un vendaval de percusiones y ambientes sonoros en que los citados ritmos, más que darse la mano, se aferran al sexo de la música de esa otra parte del continente que han dado en llamar Estados Unidos. Así, el bolero se tiñe de texmex, el vals peruano arranca gemidos country, el corrido mexicano se ensucia de hillbilly, la salsa se embadurna de bluegrass, la milonga respira blues, o el tango se vuelve fronterizo, consiguiendo convertir parte del heterogéneo cancionero latino (sin que éste pierda sus señas de identidad) en un crisol de admirable armonía, que invita a ser degustado con atención y sin prisa. La voz de Enrique, limadas ya muchas de sus asperezas por años de aprendizaje, sobrevuela, sabia y comedida, serena pero intensa, toda la obra. Una producción compacta, redonda, ausente de pretenciosos aspavientos. Un producto que exuda sinceridad y está a la altura de los que, de tiempo en tiempo, nos regalan los genios musicales de allende los mares. Habrá quien se mofe y lo acuse de rancio, poco moderno.
Ignoramos que ser moderno, según Rimbaud, no es parecerlo siguiendo la estela de aquello que nos impongan los titiriteros de la mercadotecnia. Hay que ser moderno a cada hora, a cada instante: "vivir en moderno". Aunque eso suponga consumir absenta y hachís hasta la intoxicación, dormir con los mendigos en la calle o abandonar la poesía a los 20 años, después de haberla cambiado para siempre, dedicándote, a partir de ese momento, a una vida silvestre sustentada en la venta ilegal de armas, por ejemplo. Otra opción sería convertir las rancias sonoridades estadounidenses (roots, lo llaman "los modernos") en alquimia sónica, tal como Wilco hacen. Claro, olvidé que los citados son norteamericanos, no maños.
Enrique Bunbury (cortesía de "la red") |
Absolutamente moderno, ya digo.
Quien así no lo considere dispone de mil y una opciones en que dilapidar sus ansias de novedad.
¡Enhorabuena, Enrique!
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