martes, 19 de septiembre de 2017

jugando a la guerra en los campos del Señor

Comulgábamos frente a frente, en el altar silencioso de una caricia. Un temblor de labios que no saben qué pronunciar y escupen salmos de palabras procaces... nuestro única plegaria. Culminar la impecable eucaristía de tus piernas con la ostia deforme de mi sexo, como una prédica alargada en exceso. Y tu cuerpo alzado a los cielos por la fantasía espesa de mi esperma... unos cielos desde los que nos contemplaban las ruinas de Machu Picchu, silenciosas de sacrificios falsos u olvidados, quién sabe. Machu Picchu nos esperaba y nosotros dilatábamos la espera dilatando cuerpos cavernosos y demás vocabularios fisiológicos en una misa que, lejos de ser negra, proporcionaba luz de hogar al cuartucho miserable de aquella pensión del pleistoceno. Sí, el pleistoceno, la edad de oro inca, y los tiempos modernos, todo en uno, como en los detergentes o en las revisiones de coche de gasolinera de extrarradio. Y todo revestido de ese sentimiento religioso que esculpías tú a cada momento, aunque sólo de caminar se tratase.

Después te alejas. Te alejaste. Me marché. Dijimos adiós y en esa última palabra revestimos de eternidad nuestros abrazos: a-dios. ¿Qué dios?, me pregunto hoy, ahora, ya, cuando intento encontrar el temblor de tu placer entre los dientes y lo único que encuentro es la peligrosa danza de uno de ellos. ¿Qué dios?

Olvido que un diente se me mueve. Si insisto, tomaré conciencia de que no sólo es uno. Luego me ensuciarán el sueño imágenes en que mi sonrisa desdentada sea payaso lúgubre que asusta a mi hijo, como en esas películas tan taquilleras. Así que recurro a los noticiarios. Con ánimo de olvidar, primero. Con ansia de conocer, al rato. Porque aparte los tremendismos con que nos azuzan los voceros del desastre, presentando una España/Cataluña de odio y adevenediza limpieza étnica, existen otras voces más capacitadas, más informadas, que nos hablan de limpiezas étnicas reales. Lamentablemente, siguen aplicando el adjetivo étnico a genocidios que, en verdad, son religiosos. Sólo eso puedo lamentar de las noticias que algunos nos intentan traer desde Birmania. ¿Alguien sabe dónde está Birmania? No, no está en el Ampurdá, por eso nada sabemos de lo que allí ocurre. Aunque tal vez si diga Myanmar, les suene más... pudiera ser.

Por resumir, para quienes no tengan interés en buscar, de esa manera tan fácil que proporciona "la red", el caso es que en Birmania/Myanmar lleva años habitando una minoría musulmana, los rohingyas, considerados por las propias Naciones Unidas como un pueblo sin Estado. Tal es su orfandad de Estado que en la tierra que mayormente habitan, Birmania, ni siquiera tienen derecho, los integrantes de dicha minoría, a poseer tierra ni hacienda alguna. De ahí su carácter viajero, dicen. Por eso ahora muchos de ellos corren despavoridos hacia la cercana Bangladesh. De ahí que ahora anden huyendo, para evitar ser masacrados a manos del ejército birmano, que ejecuta una estudiada acción de tierra quemada que les permita sentirse libres, al fin, de tan maléfica población. Al mando del Gobierno birmano y, suponemos, de estas vejatorias acciones que incluyen asesinatos, torturas y violaciones (ya saben, lo clásico en estos casos), está la premio Nobel de la paz Aung Sang Suu Kyi... una luchadora por la libertad, ya ven. Pero no culpemos de esto a los jurados del grandilocuente premio, que ya tuvieron bastante tras otorgar a Bob Dylan el de literatura. El caso es que esta mujer enjuta se ganó las simpatías de medio mundo, hace unos años, con sus discursos de paz y amor, en la mejor tradición budista, religión que ella y la mayoría de su población practica de manera estricta. La religión de la paz y el amor, ya ven, todo muy de clases de yoga high-tech, como tanto nos gusta en Occidente.

Qué cruda es la realidad, a veces, qué incomprensible. Resulta que asistimos a la barbarie porque un grupo de budistas paz y amor ha decidido exterminar a un grupo de musulmanes terrorismo y crueldad o, al menos, expulsarlos de sus dominios.

Incomprensible, ya digo. Incomprensible que nos digamos tan avanzados y sigamos exterminándonos en virtud de no sé qué santo y seña que implica más de santo que de seña. Porque santo, santo, santo es el señor, dios del universo, llenos están el cielo y la tierra de su gloria, etc. ad nauseam.

Comentan algunos que los incas practicaban sacrificios humanos. Que tuvieron que llegar las progresistas huestes de una España católica para educarles en el amor y el mercado, sobre todo este último, que es el único que ha demostrado hacernos a todos más libres. Otros hablan de atrocidades cometidas por una banda de bandoleros siniestros. Yo no sé, sinceramente, quién pueda tener razón. Sólo me consta que lo que denominamos hoy, tan alegremente, etnias, se constituye alrededor de una serie de creencias que, más bien, son religiosas. Fijénse, si en Cataluña tienen hasta una Virgen negra. la Moreneta la llaman. Lo mismo hasta resulta que esta otra nación sin Estado se erige en creencias religiosas, más que mercantiles o políticas (la misma cosa son).

Seguirán aconteciendo los atentados terroristas perpetrados por fanáticos musulmanes. Acontecen ya los genocidios perpetrados por simpáticos budistas. Los que, a lo largo de la Historia, han cometido los progresistas cristianos, de sobra son conocidos. Los judíos... bueno, de estos sólo decir que han inaugurado varios parques de atracciones en que cada cliente, por el módico precio de 115$, puede experimentar la maravillosa sensación de disparar contra todo aquel que aparente palestino... Calibre 3 se llama el más famoso de estos parques recreativos, y sus propietarios aseguran recibir una media de 20.000 turistas anuales, en su mayor parte judíos norteamericanos.

El mundo sigue adelante, ya ven. Y yo, hoy, sólo lamento no estar devorando tus entrañas bajo las ruinas de Machu Picchu, ofreciendo a algún dios voraz, uno de tantos, las vísceras de latido y miel de tus orgasmos. Lo lamento, puedo parecer frívolo, pero otros muchos sueñan con el nuevo iPhone y nadie les critica por ello.

Buenas noches y... ¡con dios!

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