viernes, 28 de julio de 2017

verano del...

Así comienzan muchos de esos textos que tienen algo que decir o al menos lo pretenden: recuerdo el verano del... luego puedes añadir unas cifras que, dependiendo del encanto tardío que puedan atesorar, logran que el texto que sigue sea leído con mayor o menor vehemencia... o no se lea, como será el caso de este.

La cuestión es que yo recuerdo el verano de un año que no logro recordar y rememoro sus temperaturas de archipiélago extinto y carcajada sin nombre. Recuerdo y te recuerdo paseando las calles de Berlín cuando Berlín sólo era una ciudad sin nombre, un lugar en que agotar nuestros días de libertad laboral, una cartografía en que perder las horas que nos regalaban los esclavistas empresarios de turno. Teníamos vacaciones y las playas reventaban de arena y salitre adulterados por el bronco roce de los bronceadores y la tertulia extranjera. No quiero decir que en las playas patrias sólo bañaran el cuerpo aguerridos germanos o indispuestos británicos, no, no es eso. Es que, para mí, la charla dominical de playita mediterránea siempre me ha resultado extraña, extranjera, y aún sigo sin comprender ese aquí, al calorcito, el agüita está de miedo, con la familia, a pasar el veranito y demás comentarios con que aún gustan de cumplimentar los noticiarios del verano tantos telediarios patrios... en fin, será para que no se nos indigeste la paella atendiendo a los miles de casos de cólera que sufre la población yemení, desorientada en ese tablero de ajedrez en que han convertido, las potencias saudíes, yanquis y aledañas (aquí se incluye nuestro potente estado, a la cabeza de la venta armamentística no siempre muy legal), las calles que antaño habitaran y por las que hoy penan cual fantasma de Canterville carente de ironía. Al menos, podemos afirmar, ¡siempre nos quedará Venezuela! Me enredo, cuando lo que quería decir es que en el verano de no recuerdo ya el año decidimos poner tierra y mar de por medio para llegarnos hasta un Berlín doliente de termómetros que no se atreven a decir su nombre.

Sonaba Heroes en mi garganta mientras pateábamos las calles de una ciudad que no existe y ascendíamos el Gólgota de ese sudor que nos habíamos dejado en Madrid. Así pretendíamos recuperarlo, cada noche, en la intimidad del cuarto de hotel, ducha tibia, edredón confortante, músculos en vaivén, labios en desparpajo de sabidurías impronunciables, licores y garganta y tu voz exclamando el último chillido del amanecer cuando mi titubeo de amor languidecía ya, exhausto, entre tus jugos antes de proponerme los acertijos del amanecer al albur de un Postdamer Platz huérfano de punks y un Neuköln macerado en cilantro y salam aleikum, desayuno urgente, paseo leve y turcos que sirven kebab como un sacrificio de espantos en que mí me parecía sorprender aguardando, tras sus mostachos de adobo, la cuchillada fresca de tus labios recién pintados. El amor, antes del amanecer, ya digo, entre las sábanas de uso cierto y falso verano de un hotelucho que hoy mi memoria juega a revestir de tules, salvia y pirotecnias musculares.

Pero sonaba Heroes, ya lo he dicho, en mi garganta y en mi mente, y la mayor fortuna de aquellos días fue la de abandonar los lóbregos pasillos de los noticiarios patrios, el anémico recorrido por la geografía peninsular que despierta la sorpresa del televidente ante un pues hombre hace caló pero el verano es así escupido contra la pantalla por un habitante de Córdoba, 43º grados a la sombra, ni las lagartijas desean impresionar su estampa de fotografía analógica contra los muros de esa Catedral que fuese Mezquita antes de perder su historia en el Alzheimer de los vaticanos tiempos modernos.

Sonaba Bowie. Siempre lo hace. Pero más en Berlín, claro. Y, más que cualquier otro de sus temas, ese Heroes que hablaba de amantes modernos, fronteras y vergüenzas varias. Yo, de aquel verano de... sólo recuerdo Heroes y tus dedos dictando sobre mi piel malabarismos de croupier amigo del soborno.

Hoy, en este verano de 2017, sólo puedo tener constancia de los comentarios que, sobre la meteorología, a pie de playa, bañador estilizando lorzas y desorientando lodazales de bronceador o crema protectora, escupen mis conciudadanos, orgullosos de portar porte veraniego ante las cámaras de un equipo de periodistas, reporteros y de más entrecomillados profesionales del medio que bien habrían hecho en emplear las ganancias de las arcas públicas en desplazarse hasta el Yemen, por ejemplo, donde la mirada pánica de un padre ante el disfraz de parca de ese hijo que recién le nació para recién morir fusilado por el cólera y las cifras con que las apisonadoras mercantiles de la industria armamentística hacen honor a nuestro extenso catálogo de dichos y decires haciendo el agosto.

Sí, luego, también, hay héroes, como en la canción de Bowie... hoy, una mujer que huye de su maltratador marido escabullendo de la justicia y sus desmanes su propia presencia... y la de sus hijos. Muchos conciudadanos, revolucionarios de taberna, facebook y otras redes sociales, le han ofrecido cobijo. Incluso el Presidente del desgobierno lo ha hecho. Bravo por la solidaridad patria. Conocemos el nombre de esta mujer, y el de su supuesto agresor. Desconocemos el de los hijos al cargo (ya saben, defensa de la intimidad del menor y tal), pero me pregunto si no serán ellos los héroes perdidos cual Ulises en una Odisea que, en su caso, nadie les obligó a emprender. Me pregunto si no serán ellos más héroes, y por qué a ellos no les prestan igual atención que a la sufrida madre. Tal vez sólo sea que un niño asesinado por el cólera es tan importante como otro dilapidado por la cólera de la rápida opinión y la falsa indignación del ciudadano que, a pie de playa, dictamina, lustroso de cañas y tapas, sobre la meteorología. Tal vez su piel llegue un día, también, a broncearse al sol de esta España mía esta España nuestra que tanto nos ridiculiza y tanto nos denuesta. Sólo espero que tengan cuidado. Con el sol, la piel, ya saben, se agrieta y envejece antes de tiempo... como con el cólera. Tal vez, por eso, yo prefiera recordar un verano de ya no recuerdo en que Berlín no proporcionaba más calor que el de tu piel matemáticamente hidratada.

Y Heroes, siempre, en mi memoria y mi garganta... aunque ya no sepa, con tanta urgencia que se pretende información, dilucidar quienes deberían ser nuestros héroes. Tal vez, mejor, intentar conciliar el sueño pensando en los contratos millonarios de algún nuevo héroe del balompié... vaya usté a saber... este calor me mata... preferiría estar en Berlín, contigo.

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