miércoles, 4 de junio de 2014

artistas invisibles

Allá por tierras hispanas, en ese pedazo de geografía descompuesta que se pretende avanzada mientras sigue la máxima de a rey muerto rey puesto (aunque uno no haya aún muerto y el otro nos vaya a ser impuesto), el encargado de dictar la política cultural no deja de sorprender a propios y extraños con sus declaraciones como provocadas por un mal viaje de peyote. Quiero decir que el Ministro de esa cosa que se empeñan en llamar cultura ha hecho pública su opinión respecto al oficio de músico. Nos dice, el gobernante, que es oficio demasiado bien pagado. Los músicos deberían cobrar menos, ha declarado el mandatario. 

Llevado por el llamado del dólar y el dividendo, un miembro de aquella gloriosa formación musical ya extinta de nombre Led Zeppelin ha decidido iniciar la reedición de las genialidades que, escondidas entre los oscuros surcos del vinilo, les hicieron grandes. Tales reediciones incluyen determinados temas descartados, ensayos inacabados, temas ametrallados en directo, y demás golosinas para los fanáticos del grupo. No será un servidor quien critique a Jimmy Page por tan demoledora táctica comercial. Al fin y al cabo maná divino es para mí cualquier nota arrancada a la guitarra del susodicho, o cualquier requiebro vocal de mi adorado Robert Plant. Cierto es que comulgo más con la actitud de éste, alejada de la melancolía y no ansiosa por vivir de los réditos de tiempos pasados. Pero, repito: bienvenidas sean tales reediciones.

Recuerdo cuando joven, arrullado por el falsete vibrante de Robert Plant, incómodamente aposentado en el salón familiar del que había obligado a exiliarse al resto de la familia, descubrir la pernera de mis pantalones mordida por una erección implacable, el envés de mi piel torpedeado por la vibrátil conmoción del vello en rebeldía, la garganta refulgente de salivaciones urgentes, el inmaculado deseo carnal provocado por cada cuchillada propinada por los acordes del extremo, aquel que transformaba los surcos del vinilo en Caja de Pandora abierta de piernas para mejor atragantarme con torbellinos epidemias desastres violencias imposibles de evitar, deliciosas de agotar... puro sexo en la epidemia de arpegios de la guitarra de Jimmy Page, en la galopada de trueno de la batería de John Bonham, en el mantra de fiebres engendrado por el bajo de John Paul Jones, en los versículos de deseo inagotable supurados por las cuerdas vocales de Robert Plant... puro sexo, ya digo: pura vida.

Símbolos identificatorios de los miembros de Led Zeppelin (cortesía de "la red")
Recién recuperado por la aguja del tocadiscos su inicial puesto de vigía, recién recompuesta la realidad de calma falsa tras la tormenta veraz del Martillo de los Dioses, tomaba entre mis manos la funda del vinilo, para descubrir que ninguna alusión había a los músicos hacedores de tamaño apocalipsis sónico. Aquel In through the out door envuelto en papel de estraza sin indicación alguna, aquella portada sin más noticia que una sucesión de símbolos de apariencia rúnica, aquel extraño objeto frente al que se reunía una familia años 50 como si de la comida de acción de gracias se tratase...
Led Zeppelin fueron artistas de la sensación, pero también de la invisibilidad. Y gracias a dicha invisibilidad lograron adelantarse a la mercadotecnia que asola nuestros días. El artista no era importante, lo sustancial era el producto. Y gracias al producto, perdiéndose en su interior, los cuatro jinetes de aquel apocalipsis melódico vieron catapultada su fama hasta límites estelares.

Pienso en Led Zeppelin, en su estudiada técnica de mercado, y me sorprendo descubriendo que el Ministro Wert, al contrario de lo que pensamos, hace sus declaraciones para devolver a los músicos su aura de estrella intangible. Lo mejor que puede hacer un músico, hoy, en España, es desaparecer, cobrar menos o incluso nada, disolverse en su producto, como hicieron los integrantes de Led Zeppelin. Tal vez de esta manera logren la gloria, como aquellos.

El mandatario de la cultura española, al fin, dicen, ha sido elegido por todos los españoles, incluso por esos músicos que, gracias a su reforma tributaria de las ganancias de los artistas, llenan sus recitales de público inexistente gracias a los inflados precios que éste no puede pagar para dar de comer a todos los involucrados en la cadena alimenticia de la cultura y el show bussiness. A todos menos al verdadero artífice del producto. O sea, en el caso que nos ocupa: el músico.

Afortunadamente hay otros profesionales del arte que ya dan ejemplo a los engreídos músicos de exuberante caché de la piel de toro: los escritores, un suponer, que deben emplearse a fondo en giras de recitales gratuitos que les permitan obtener, a futuro (aunque el futuro ya esté aquí y tenga forma de letra del banco o factura de la luz) más rédito del exiguo 10% que (como mucho) les reserva el arriesgado editor de turno (si tienen la fortuna de contar con la complicidad de editor alguno).

Somos afortunados, los españoles, de tener en el gobierno un ministro tan visionario como el citado Wert que, en sus declaraciones, parece estar dando un consejo a todos aquellos que desean vivir de la música: a la fama a través de la invisibilidad, como los Zeppelin. 

¿Y los escritores? Pues lo mismo, y con mayor ímpetu si cabe. Yo ya comencé hace tiempo a regalar mis textos en el ciberespacio... sólo me falta desprenderme de ese ególatra sentimiento de creador y borrar mi nombre de aquello que escribo. Al fin y al cabo, gracias a la nueva Reforma Educativa, España es un país en que todos sabrán leer y escribir. Y el lector buscará, ansioso, el nombre que se esconde tras las letras, al igual que buscábamos, de jóvenes, a los músicos ocultos tras aquellos símbolos. Mañana, si tengo tiempo, me busco un símbolo. 

Gracias, Sr. Ministro, por alimentar mi oculto deseo de parecerme a Robert Plant. Si es posible, eso sí, logre que se rebajen los precios de los productos capilares, a ver si puedo hacerme con una leonina melena como la que, aún a su edad, porta el cantante británico.

2 comentarios:

  1. Muy bueno, Pablo. Cuando te hagas con la melena leonina, le dejarás un poco de pelo al Sr. ministro...

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  2. Es un gusto arribar a tu blog, estimado Pablo. Me hice seguidor así que vendré seguido por estos lados. Llueve en las montañas chilenas.

    Un abrazo afectuoso.

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