jueves, 19 de junio de 2014

dios salve a la reina

Caminábamos las calles de imperdible y desastre del barrio de Chueca, años antes de que las horadasen las hordas de la modernidad gay, aquellas otras hordas del todo vale y no hay futuro. Antros desacordonados en desacordes que rugían por un presente marchito, en la voz de Jhonny Rotten, al ritmo de la saliva ensangrentada y la rabia amaestrada, poetas del punk, orates de la nada, efedrina, marihuana, hachís y cocaína, andurriales del espanto de una generación robada, charcos de la mansedumbre que no desea seguir arrodillada.

Aquellos bares, Ramonas, Jam, Clash, crestas de cabello decolorado recortado a la puerta de los soportales con tijeras infantiles de esas que nos obligaban a utilizar en las clases de Manuales por evitar incidentes, armas blancas, líneas blancas en bandejas de lata en tantas fiestas en que los Ramones gritaban Hi, ho, let's go! Y nosotros a la vereda del espanto, recién salidos de la debacle de la heroína, que tantos amigos se llevó por delante, tantos que tenían la edad de nuestros hermanos, regocijándonos en la estética de tela escocesa y Dr. Martens con que gustábamos de patear cubos de basura y muescas de noches sin amanecer... otros tiempos, y sólo quedó la rabia agrietada en la garganta de Rotten, desprestigiando el desperdicio de un Imperio que aún empleaba a fondo su maquinaria colonialista, en esta ocasión para colonizar el futuro de tantos jóvenes británicos. O sea: God save the Queen.

Uno anda siempre disculpándose por escribir con retraso y recuperar las noticias cuando el vendaval de los días ha desordenado ya su cabello de tipografía y urgencia. Es por ello que hoy, intentando ponerme al día, vengo aquí a traer un tema de rabiosa actualidad... bien rabiosa, oigan.

Si ninguna de las manifesaciones desautorizadas por la Delegación del Gobierno decide tomarse la justicia por su mano y llevar a cabo sus maquiavélicos planes de regicidio (difícil: 120 adiestrados (sí, como los perros) francotiradores), si no se produce el milagro de los panes y los peces multiplicando las muestras de dignidad ciudadana en los altares de la gobernanza (imposible: al menos 296 de los 350 diputados (sí, esos que deben defender los intereses de aquellos que les llenan el plato de caviar y strogonoff) adiestrados en la continuidad medieval), si nada de esto ocurre (que no va a ocurrir, creo que ya ha quedado claro), España tendrá hoy un nuevo rey.

Estarán ya tronando los voceros del intrépido periodismo de investigación patrio las bondades de aquel que abandona el trono en favor de su hijo, también poseedor de excelsas virtudes bien ganadas tras años de esfuerzos costeados por todos los que, hoy, verán su sonrisa principesca y bien educada en televisión y demas medios desinformativos.

Fotografía promocional de los Sex Pistols (cortesía de la red)
Ignoro si son los astros en conjugada conjunción de conjuntos de casualidades lo que hace que ande, estos días, enfrascado en recuperar los acordes discordantes de aquella banda británica que vino a proclamar lo que ya estamos viviendo: la ausencia de futuro. Me refiero, por supuesto, a los Sex Pistols, aquel cóctel molotov de drogas urgentes y tonadas de urgencia gamberra sujetas con imperdible a la piel del sistema. Mucho se defendió Jhonny Rotten, líder de la banda, ante las acusaciones de erigir en la letra de la canción God save the Queen un ataque frontal y descarado a la monarquía británica. Se disculpó explicando que su diatriba no apuntaba a la reina, sino al gobierno insular en pleno, y a la desidia silenciosa de su sociedad.

Un servidor, acompañado en su deseperación ante la deriva hispana por muchos conciudadanos, hoy, no dispondría al vuelo banderas republicanas. Tampoco dispararía a matar. Pueden quedar tranquilos los francotiradores. Recuerdo que tampoco lo hicieron los punks. Sus únicas balas jugaban tiovivo en la ruleta rusa de una pistola que nadie dispararía, pero proclamaban god save the queen, y yo cantaría lo mismo, hoy, ante el féretro de la democracia que se paseará travestido de rey, príncipe, princesa o reina, como en esas teleseries de guerreros medievales tan de moda. Repito: dios salve a la reina

Imagino por un instante un Madrid podrido de jóvenes punks aullando su nihilismo al paso de la carroza real. Quien sabe, tal vez la carroza se convirtiese así en calabaza, y Cenicienta volvería a sus labores de asistenta de hogar, más dignas que las de los dignatarios dignamente obligados a vivir del cuento para mejor conducir al rebaño ciudadano hacia los pastos de la idiocia y el esperpento. Al fin y al cabo, vivir del cuento ya lo hicieron los hermanos Grimm. Con mayor beneficio, sin duda, para la humanidad.

Mañana, si tengo tiempo y ganas, continuando con esta nueva faceta mía de reportero de actualidad, les hablaré del mundial de futbol y de los 720.00€ que, afortunadamente, ya no se embolsará cada uno de los jugadores de la selección española (disculpen, lo sé, parezco un antisistema de esos), denominada la roja... y gualda. Menos gastos allende los mares, más capital para engrandecer los fastos de coronación de este nuevo rey que por más que lo pretendan nunca será de todos. Si hubiesen andado más despiertos, los mercachifles de la pirotecnia gubernamental, hubiesen contratado a los miembros aún vivos de los Sex Pistols, para que gritasen, en la ceremonia, God Save the Queen... al fin y al cabo, todo es cuestión de mercado, y España siempre se ha caracterizado por un agrio humor negro que sólo queda en eso: en humor... como estas líneas absurdas a las que pongo punto final.

miércoles, 4 de junio de 2014

artistas invisibles

Allá por tierras hispanas, en ese pedazo de geografía descompuesta que se pretende avanzada mientras sigue la máxima de a rey muerto rey puesto (aunque uno no haya aún muerto y el otro nos vaya a ser impuesto), el encargado de dictar la política cultural no deja de sorprender a propios y extraños con sus declaraciones como provocadas por un mal viaje de peyote. Quiero decir que el Ministro de esa cosa que se empeñan en llamar cultura ha hecho pública su opinión respecto al oficio de músico. Nos dice, el gobernante, que es oficio demasiado bien pagado. Los músicos deberían cobrar menos, ha declarado el mandatario. 

Llevado por el llamado del dólar y el dividendo, un miembro de aquella gloriosa formación musical ya extinta de nombre Led Zeppelin ha decidido iniciar la reedición de las genialidades que, escondidas entre los oscuros surcos del vinilo, les hicieron grandes. Tales reediciones incluyen determinados temas descartados, ensayos inacabados, temas ametrallados en directo, y demás golosinas para los fanáticos del grupo. No será un servidor quien critique a Jimmy Page por tan demoledora táctica comercial. Al fin y al cabo maná divino es para mí cualquier nota arrancada a la guitarra del susodicho, o cualquier requiebro vocal de mi adorado Robert Plant. Cierto es que comulgo más con la actitud de éste, alejada de la melancolía y no ansiosa por vivir de los réditos de tiempos pasados. Pero, repito: bienvenidas sean tales reediciones.

Recuerdo cuando joven, arrullado por el falsete vibrante de Robert Plant, incómodamente aposentado en el salón familiar del que había obligado a exiliarse al resto de la familia, descubrir la pernera de mis pantalones mordida por una erección implacable, el envés de mi piel torpedeado por la vibrátil conmoción del vello en rebeldía, la garganta refulgente de salivaciones urgentes, el inmaculado deseo carnal provocado por cada cuchillada propinada por los acordes del extremo, aquel que transformaba los surcos del vinilo en Caja de Pandora abierta de piernas para mejor atragantarme con torbellinos epidemias desastres violencias imposibles de evitar, deliciosas de agotar... puro sexo en la epidemia de arpegios de la guitarra de Jimmy Page, en la galopada de trueno de la batería de John Bonham, en el mantra de fiebres engendrado por el bajo de John Paul Jones, en los versículos de deseo inagotable supurados por las cuerdas vocales de Robert Plant... puro sexo, ya digo: pura vida.

Símbolos identificatorios de los miembros de Led Zeppelin (cortesía de "la red")
Recién recuperado por la aguja del tocadiscos su inicial puesto de vigía, recién recompuesta la realidad de calma falsa tras la tormenta veraz del Martillo de los Dioses, tomaba entre mis manos la funda del vinilo, para descubrir que ninguna alusión había a los músicos hacedores de tamaño apocalipsis sónico. Aquel In through the out door envuelto en papel de estraza sin indicación alguna, aquella portada sin más noticia que una sucesión de símbolos de apariencia rúnica, aquel extraño objeto frente al que se reunía una familia años 50 como si de la comida de acción de gracias se tratase...
Led Zeppelin fueron artistas de la sensación, pero también de la invisibilidad. Y gracias a dicha invisibilidad lograron adelantarse a la mercadotecnia que asola nuestros días. El artista no era importante, lo sustancial era el producto. Y gracias al producto, perdiéndose en su interior, los cuatro jinetes de aquel apocalipsis melódico vieron catapultada su fama hasta límites estelares.

Pienso en Led Zeppelin, en su estudiada técnica de mercado, y me sorprendo descubriendo que el Ministro Wert, al contrario de lo que pensamos, hace sus declaraciones para devolver a los músicos su aura de estrella intangible. Lo mejor que puede hacer un músico, hoy, en España, es desaparecer, cobrar menos o incluso nada, disolverse en su producto, como hicieron los integrantes de Led Zeppelin. Tal vez de esta manera logren la gloria, como aquellos.

El mandatario de la cultura española, al fin, dicen, ha sido elegido por todos los españoles, incluso por esos músicos que, gracias a su reforma tributaria de las ganancias de los artistas, llenan sus recitales de público inexistente gracias a los inflados precios que éste no puede pagar para dar de comer a todos los involucrados en la cadena alimenticia de la cultura y el show bussiness. A todos menos al verdadero artífice del producto. O sea, en el caso que nos ocupa: el músico.

Afortunadamente hay otros profesionales del arte que ya dan ejemplo a los engreídos músicos de exuberante caché de la piel de toro: los escritores, un suponer, que deben emplearse a fondo en giras de recitales gratuitos que les permitan obtener, a futuro (aunque el futuro ya esté aquí y tenga forma de letra del banco o factura de la luz) más rédito del exiguo 10% que (como mucho) les reserva el arriesgado editor de turno (si tienen la fortuna de contar con la complicidad de editor alguno).

Somos afortunados, los españoles, de tener en el gobierno un ministro tan visionario como el citado Wert que, en sus declaraciones, parece estar dando un consejo a todos aquellos que desean vivir de la música: a la fama a través de la invisibilidad, como los Zeppelin. 

¿Y los escritores? Pues lo mismo, y con mayor ímpetu si cabe. Yo ya comencé hace tiempo a regalar mis textos en el ciberespacio... sólo me falta desprenderme de ese ególatra sentimiento de creador y borrar mi nombre de aquello que escribo. Al fin y al cabo, gracias a la nueva Reforma Educativa, España es un país en que todos sabrán leer y escribir. Y el lector buscará, ansioso, el nombre que se esconde tras las letras, al igual que buscábamos, de jóvenes, a los músicos ocultos tras aquellos símbolos. Mañana, si tengo tiempo, me busco un símbolo. 

Gracias, Sr. Ministro, por alimentar mi oculto deseo de parecerme a Robert Plant. Si es posible, eso sí, logre que se rebajen los precios de los productos capilares, a ver si puedo hacerme con una leonina melena como la que, aún a su edad, porta el cantante británico.