lunes, 21 de abril de 2014

indultando a Barrabás

Escribo con retraso, a pesar de que me lo han advertido: en las redes sociales has de ser rápido: noticia=impacto. Lo sé, ¡qué le vamos a hacer! Y no es que pretenda ahora negar la importancia de figurar en tan magno medio de descomunicación: de no ser por el vituperado facebook, quizás, hoy, seguiría vistiendo el pijama de muerto prematuro que tantas noches me salvaguardó del frío de guadaña amable de la vida en desarrollo. Y es que mis palabras toman vida, y vuelo, y fugaz pero insomne materia en los latidos de escasos pero imprescindibles lectores (tal vez el presidente (mejor, presidenta) de un club de fans de un sólo miembro) gracias a las llamadas redes sociales. 

Signo de los tiempos, ya lo decía el Príncipe de Minneapolis.

El caso es que pasó la Semana Santa. Falleció ya, e incluso resucitó, el Redentor de los pecados cristianos. Y expiró también ese otro Redentor de los pecados de aquellos latinoamericanos que se sintieron inferiores hasta que su palabra situó en el globo terráqueo sus tierras de selva feroz y guerrilla domada. Me refiero a Gabriel García Márquez, que murió estos días, casi a la par que ese Cristo de barba imperiosa y repetitiva leyenda. Claro que García Márquez no ha resucitado, dirán algunos. Yo, perdónenme, pienso que ha revivido en los bien pagados panegíricos de los rotativos de medio mundo y, también, fíjense, en las redes sociales. Sin negar merecida fama al autor colombiano, no soy yo feligrés de su literatura, al igual que no soy fiel de las proclamas cristianas por mucho que pueda llegar a admirar la musculatura macho de un dios crucificado cual gimnasta olímpico en las iglesias de medio mundo.

Se extingue el eco de esos tambores de piel muerta y redoble mentiroso que acompañan el paseo triunfal de un dios vituperado y sufriente por las callejas de poblados y las avenidas de metrópolis. Han dejado, los penitentes, un reguero de sangre de cocodrilo y lágrima de meretriz (o viceversa), por las calles de la ciudad. Y ahora les toca a los barrenderos de la madrugada retirar su costra de culpa e infortunio, como si de los restos de un botellón sagrado se tratase. 

Me asomo a esa España mía, esa España que unos pocos consideran sólo "nuestra" (de ellos,claro), y me espantan los chorretones de sangre mística empantanando el negro de las peinetas y enfangando la piel de los zapatos caros, qué pena. Y el Gobierno español, siempre atento al fervor religioso de sus correligionarios, ha decidido este año regalar al pueblo indultos bíblicos. Me explico. Parece ser que, cada año, rememorando aquella farsa jurídica por la cual Poncio Pilatos dejó en libertad al criminal que el populacho decidió en plena ordalía de embriguez y burla, el Gobierno español atiende el pedido de cofradías religiosas y hermandades ídem para reintegrar la libertad a un puñado de criminales. Recuerden: el famoso a quién preferís que libere, ¿a Barrabás o a Jesús de Nazareth? Prefirieron a Barrabás. Es lo que tiene el pueblo, que es inculto, y sólo lee el encabezado de las papeletas electorales, cada cuatro años, para no equivocar el voto que les convertirá en democráticos copartícipes del latrocinio que se cometerá en los siguientes cuatro años.

Este año, decía, el Gobierno se ha superado a sí mismo en su alarde de caridad cristiana, y ha respondido a tales peticiones de indulto con la puesta en libertad de un buen puñado de carteristas de esos que en vez de la mano deslizan, en tu bolsillo, un papel de articulado incomprensible en que previamente has estampado tu firma. Entre los indultados, el Director de una sucursal bancaria que cumplía condena por haber estafado 30.000 € a uno de sus clientes. Naderías, minucias, cosillas... 

He de aclarar que, en el caso que nos ocupa, el pueblo no elige al liberado, sino que lo hace el Ministro de Justicia. Es digno de elogio no dejar en manos del inculto populacho la elección del criminal absuelto, no vaya a ser que elijan de nuevo a Barrabás.

Lo que no termino de entender es por qué no exigen, cofradías y demás sindicatos del crimen, que se indulte de una santa vez a Jesucristo, y así dejamos de hacerle sufrir, año tras año, ese paseo doliente de calles y avenidas al ritmo de látigos idiotas, quejidos impostados, cucuruchos ku-klux-klan, cánticos vintage, y tambores arrítmicos. Tenemos, los españoles, en nuestras manos, la facultad de reescribir la Historia. Pero nos declaramos prehistóricos y gritamos, año tras otro: ¡¡a Barrabás!!, ¡¡suelta a Barrabás!! Y este año, con ellos, el Gobierno ha proclamado, orgulloso: ¡¡liberamos a Barrabás!!

Signo de los tiempos, ya lo decía Prince, insisto. 

Y volviendo a García Márquez. Tendría sus pecados, no sería perfecto. Sí, hablaba, como el de Nazareth, de amores eternos. Pero, al contrario que los del dios de los cristianos, eran éstos carnales, y un servidor, en esto, sí posee una fe inquebrantable. Lo del amor espiritual, al fin y al cabo, ya ven a lo que nos ha llevado: a liberar a Barrabás entre vítores y aplausos. Así que confío en que la opinión pública, esa creadora de opiniones que no existían, no cometa idéntica fechoría con el literato colombiano. No quiero pensar las consecuencias si, cada año, dan a elegir, al populacho, entre la libertad de García Márquez y la de Paulo Coelho, un suponer.

2 comentarios:

  1. Bien hilado el final del post. Me ha gustado mucho :)

    Besos, Pablo!

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  2. Siempre es un placer leerte, aunque no comente y llegue tarde.
    Un saludo.

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