miércoles, 9 de octubre de 2013

el lúbrico placer de la costumbre

Ha causado escaso revuelo la información surgida hace unos días en el epicentro de lo que algunos consideran epicentro del mundo occidental, en el corazón de esa Gran Manzana asediada por gusanos voraces de plasma y moneda. A pesar de la breve repercusión, a un servidor la noticia lo ha dejado pensativo. Explico: la Alcaldía de la ciudad de Nueva York ha autorizado que se realicen públicamente unas peculiares felaciones...así como lo leen.

Es tradición judía, desde inmemoriales tiempos (tanto o más que aquellos a que hacen referencia las leyendas de sexo y violencia, sexo violento y violencia sexual que recoge la Biblia, ese precoz volumen de relatos para no dormir), el que un rabino hebreo proceda a succionar el pene de un recién nacido para mayor gloria de Jehová y más amplia tranquilidad de los progenitores del menor por hallarse éste ya, de tal manera, bendecido. Para más INRI (perdón, mezclo religiones), la citada felación se lleva a cabo tras el ritual de la circuncisión que se practica al bebé al poco tiempo de nacer, como también hacen los musulmanes (cortar el prepucio, no succionar el glande, es lo que tiene mezclar religiones). Parece ser que dicha ceremonia se contempla en el Talmud, que es libro al que todos los nacidos bajo la fe de Israel ofrecen reverencial respeto. Curiosamente, el citado volumen, recoge tradiciones orales. Tal vez de ahí la oralidad del rito que venimos comentando.

El caso es que el hecho, que no debería revestir mayor importancia de la que lo hacen otras prácticas sexuales de similar calibre, ha sido estigmatizado durante años debido a los riesgos que esta mezcla de fluidos acarrea, especialmente para el recién nacido (se han documentado al menos dos casos de fallecimiento por contagio de herpes que en la boca del clérigo sionista apenas afeaba su barbada sonrisa pero en el bebé supuso la inflamación del tejido cerebral y su posterior deceso). Lógicamente, los fieles hebreos contemplan la lucha contra esta práctica como una nueva manipulación de las hordas nazis para lograr su extinción y, tras no pocos enfrentamientos legales, han logrado que el Alcalde de la Ciudad del 11S otorgue patente de corso a los rabinos ultraortodoxos y autorice esta fellatio sefardí.

Desde hace algunos días ando sumergido a pulmón y sin respiración artificial, en el nuevo álbum de Andrés Calamaro, de nombre Bohemio. Destripada la guardarropía solemne del mejor compendio de acordes eléctricos que diesen a luz los músicos estadounidenses, el bardo argentino se engalana con los retazos de telas sónicas que sobreviven a la barbarie para regalarnos una breve pero intensa colección de canciones.

Andrés Calamaro, cortesía de "la red"
Amor, dolor, sufrir, pesar, excesos, besos y huesos pintados de carmín, es lo que asoma de continuo a cada una de las 10 deliciosas composiciones que componen Bohemio. Andrés, antaño amigo del exceso y la desmedida abolición de las medidas, se destapa de repente con un recoleto conjunto de piezas mínimas en su minutaje, pero inagotables e inasibles en el vendaval de sensaciones que muestran u ocultan con mayor o menor poesía de esa que gustamos de paladear no pocos: poesía cotidiana de la ausencia fotografiada y el daño cincelado, la melancolía autoimpuesta y la ebriedad pausadamente calculada. No han sido pocos, nuevamente, quienes han criticado al músico argentino por no ofrecer el reverso drogadicto y excesivo de esa moneda que le habita el rostro. Tal vez los mismos que antaño le criticaban la desmesura musical y filosófica de aquel paquete de 5 CDs nombrado El Salmón, en homenaje al único pez que no gusta de seguir la corriente. Claro, las críticas (las de ahora y las de antaño) ven la luz en España, país bien conocido por el carácter envidioso de no pocos de sus ciudadanos. Ahora, dicen, hay que criticarle porque no ha hecho nada nuevo. Extraño, pero es por eso que a mí me embriaga el nuevo trabajo de Andrés: porque es más de lo mismo, y uno siempre encuentra cierto placer en la costumbre. Salvo, tal vez, los envidiosos.

Sí, no se ofendan. Han de reconocer que decoran la piel de toro alambicados tatuajes que pregonan la pertenencia a una tribu más biblíca que la de los rabinos felatrices (disculpen el equívoco de géneros): la de los envidiosos. Tanto es así que incluso he leído críticas, días atrás, al Gobierno de Castilla La Mancha (o a su reptilina presidenta de sonrisa agria y peineta enhiesta), por regalar a aquellos funcionarios que acudiesen a un determinado Oficio Sagrado (de corte católico, of course) una dispensa laboral de hora y media. Que si volvemos a los tiempos de la Inquisición, que si se acabó aquello de la separación Iglesia Estado, que si recuperamos rancias costumbres. Envidia, ya digo, y más de un funcionario que derrama sus horas y esfuerzos en ventanillas públicas de otras comunidades autónomas ha deseado, por un instante, trabajar en Toledo y acudir a misa de 12.

Porque muchos somos los que abominamos de la religión pero va siendo hora, creo, de que comencemos a respetar a quienes la practican. ¿Por qué indignarse ante un funcionario que tiene horas libres para acudir a misa, un fanático seguidor de Andrés Calamaro, o un rabino que lame miembros viriles antes de que estos alcancen la edad en que se les considere tales? Al fin y al cabo, cada uno de los citados acuden a su religión en busca de satisfacción.

Quería, hoy, hablar del último trabajo de Andrés Calamaro, pero me voy por los Cerros de Úbeda, ya ven. Así que, por concluir: a todos aquellos que deseen seguir insistiendo en que su nuevo álbum no aporta nada nuevo, sólo puedo decirles que lo mismo ocurre con las religiones (todas) a las que tantos se acogen por el simple hecho de haber nacido en uno u otro país. Pero a nadie amarga un dulce, y más de uno cambiaría de opinión si descubriese el placer de ser acogido en el seno de una comunidad pública con una pausada felación y unas horas libres que poder dilapidar escuchando un breve puñado de canciones reciamente pegadizas.

1 comentario:

  1. Qué bien lo he pasado leyendo esta entrada. A mí Calamaro me gusta. Me gustó "Honestidad Brutal" y "El Salmón" y también mucho "El Cantante", así que si algún día el vinilo de su nuevo trabajo (que además es de color verde y viene también acompañado del CD) lo veo a buen precio, pues eso, lo cazo.
    Respecto a las religiones, pues sí, te doy la razón, no vale la pena indignarse, aunque estos fachas ya no esconden nada, y el pueblo los volverá a votar aunque se tengan que pagar su tratamiento de cáncer o no puedan y se queden sin él gracias a esta pandilla de ladrones. Un abrazo

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soy todo oídos...