miércoles, 31 de octubre de 2012

rescatar la prostitución

Con gran fanfarria de voces disonantes y eruditos comentarios conocemos los españoles, como antes lo hiciesen los griegos, los italianos, los irlandeses, que la Gran Europa duda ante acudir o no, presta, a nuestro rescate, para librarnos de las feroces fauces de una crisis que ya instalado el tiempo de las sombras en la vida de numerosos ciudadanos. Digo que conocemos cuando en realidad nos sentimos abrumados, o directamente aburridos, por el incesante bailoteo de dimes y diretes que no hacen más que embrollar más el embrollo de esta crisis económica que, parece ser, asola el mundo.
Mientras tanto, el gobierno adalid de nuestro bienestar sube impuestos, recorta libertades que considera libertinajes y abre las puertas de esta mansión desvencijada que es la vieja Hispania a contrabandistas y extorsionadores de guante blanco (véase el caso del multimillonario mafioso dueño de casinos y otros lupanares de medio mundo que conseguirá acordonar con una nueva cadena de esclavos sumisos las baldías tierras del extrarradio madrileño). Y, ¿cómo no?, también duda entre suplicar o no el citado rescate.

Fue no hace mucho, en una de esas largas y sabrosas cenas entre amigos, cuando una de las mujeres que nos acompañaba se atrevió a extender, sobre el mantel previamente extendido, su ingeniosa receta para salir de la crisis: legalizar la prostitución.

Bien pensado, la supuesta legalización del más antiguo de los oficios proporcionaría no pocos beneficios a esta sociedad del malestar en que pretendemos acomodarnos. De lógica es que aumentarían las aportaciones a la seguridad social, y que crecerían vía tributo los numeritos que balancean las cuentas públicas. Efecto de un nuevo trabajo legalmente remunerado, especialmente teniendo en cuenta el gran número de trabajadoras/es del sector que nos ocupa. Lógicamente el sistema sanitario ahorraría gastos por enfermedades venéreas al existir un exhaustivo control médico previo de los sitemas inmunológicos de los/as trabajadores/as de lo lúbrico. El mercado inmobiliario podría ver incluso un inicio de renacer al tener capacidad, con los nuevos y controlados ingresos, de abandonar las calles tantas y tantas de las personas que surcan las horas nocturnas en el velero frío de la espera y el riesgo, siempre pendientes de la llegada de un salvífico vehículo portador de adinerado y respetuoso cliente. Y en este plan.

O sea, que sólo veo beneficios. Así se lo hice saber a mi amiga, así parecimos convenir todos: legalizar el lenocinio sería ventajoso avance. También las drogas, clamó uno de los contertulios. Y pienso que bien cierto es, pero eso me da para otra entrada en el blog, así que me lo reservo.

Lo dicho: todo beneficios, pero de ahí a que la legalización de la prostitución conllevase extirpar de una vez por todas la insana enfermedad monetaria que aqueja nuestra economía hay un largo trecho, creo. Me temo que los encargados de gestionar la labor de tan esforzadas mujeres (y hombres) buscarían las artimañas para poder seguir disfrutando de balde de los beneficios del trabajo ajeno.

Parece ser que las autoridades monetarias han pasado una noche de larga y sabrosa cena entre amigos, y que alguien ha tenido idéntica ocurrencia a la de mi amiga. Es por ello que confirman el rescate financiero como la más beneficiosa de las alternativas. Imagínense: legalizar la prostitución del trabajador a sueldo y dejarle a la ventura de matones, chulos, proxenetas, vestidos de Gucci y Valentino (algunos de Zara, que dada la honorable y representativa figura del éxito de su propietario poco importa que poco importen las prendas que comercializa), que gestionen sus esfuerzos y decidan el precio de los servicios ofertados. El trabajador no tendrá más salida que aceptar el precio indicado, caso contrario puede dar con sus huesos en el sucio y frío asfalto de la noche de la civilización. Ahí la duda: legalizar o no. Mientras toman la decisión alargan el banquete con profusión de licores, y pierden el hilo de sus propios razonamientos. Como el grupo de amigos del que formaba parte un servidor aquella noche de pitanza y charla. Como un servidor en estos mismos momentos.

Yo, en su caso, no dudaría. Al fin y al cabo ya han convertido el mercado laboral, hace tiempo, en un lupanar de baja estofa, y la sociedad en un baile de máscaras en que es difícil averiguar quién es el cliente y quién la prostituta. Tal vez con el rescate tendrían derecho los asalariados, al menos, a una exhaustiva revisión médica gratuita que les permitiese salir de dudas al respecto de una posible dolencia de la entrepierna contraída en una aciaga noche en que vieron cómo las últimas migajas de su sueldo sucumbían al sensual malabarismo de unas manos acostumbradas a provocar húmedas sensaciones.

Perdón, lo olvidaba, la sanidad también forma parte del banquete.


sábado, 20 de octubre de 2012

lucha de gigantes

Aún a riesgo de tacharme de cansino y reiterativo he de comenzar así: vivimos tiempos convulsos, extraños días. Sí, los días se aparecen hoy como fotografías movidas por el temblor aterrado de quien se sabe moribundo.

Hemos podido revulsionarnos, los que tenemos la fortuna de poseer dedos inquietos que teclean el ciberespacio, ante innumerables imágenes de ciudadanos en ejercicio del democrático derecho a proclamar pública repulsa ante políticas que, consideran lesivas para su moral y su bolsillo (derecho a huelga, lo llamaban) violentamente golpeados por aquellos aprendices de superhéroes a que las autoridades han osado regalarles el disfraz de ídem para que mejor entren en su papel de defensor del orden.

Una rabia contenida ha forzado a muchos a reprimir, supongo, instintos humanos (demasiado humanos, decía el poeta), y no salir a las calles armados de palos y piedras. A pesar de todo, por algún resquicio informativo de esos que gustan de desinformar y alterar los nervios de los acomodados biepensantes, se han colado brutales escenas en que otros manifestantes, distintos a los que componen esa marea de pacífica indignación, expresaban su rabia con violentos arrebatos. Es así que, en muchas de las miríadas de manifestaciones que hoy encienden de primavera joven y rebelde los jardines metropolitanos, hemos podido observar cómo mientras unos alzaban las gargantas afónicas de pacífica consigna, otros alzaban el brazo para mejor impulsar piedras, botellas, desperdicios, contra las fuerzas del orden.

Gracias a la red de redes vengo estos días sumergiéndome de nuevo, una vez más, en la prosa elegante y certera de mi admirado Hermann Hesse. En algún lugar leo una frase, en otro una cita poética, en el siguiente una breve reseña de algunas de sus obras. Puebla estos días, la red, el autor alemán, y prefiero ignorar las evidentes causas.

Hermann Hesse (cortesía de "la red")
Como cada vez que regreso a Hesse, comienzo por El Lobo Estepario, y me enredo de nuevo en la violencia contenida de esa escena en que Harry Haller trepa los nudos rugosos de ese árbol hastiado de la cercanía del tráfico rodado sólo para ir descargando su escopeta sobre los conductores que enderezan su auto para mejor tomar la curva más cercana. Pocas escenas tan violentas como aquella, que sucede en ese Teatro Mágico y en que tan a gusto nos sentiríamos más de uno. Al fin y al cabo, sin salir el protagonista del laberíntico Teatro, asistimos excitados y ansiosos a esa otra escena en que la bella Armanda tartamudea su personalidad con un vertiginoso cambio de disfraces, dispuesta a envenenar los sentidos, la realidad y la hipocresía. Y...¿quién no se sentiría a gusto en los brazos de tan deliciosa matarife?

Entrar en El Lobo Estepario, en mi caso, lo reconozco, es no querer salir, ansiar quedarse a vivir en ese teatro para locos no para cualquiera en que la entrada sólo cuesta la razón. Pero tal vez sea diosa Fortuna quien me permite desmoronar el hechizo y salir a tomar aire...un instante...hasta que me interno en Demian, Narciso y Goldmundo, Entre las ruedas ó El Juego de los Abalorios, y tomo de nuevo conciencia de andar siempre varado en mis contradictorios afanes. 

Juego de contrarios, conjugación del plural que habita en cada individualidad, eterna lucha del Bien y el Mal, confrontación esquizofrénica de todo humano que como tal se reconozca. Así, leer a Hermann Hesse, aparte el placer de su prosa exquisita y penetrante, no nos deja mayor enseñanza que la de la dualidad moral del Ser Humano, esa constante lucha que en nuestro interior entablan Luz y Oscuridad. En Narciso y Goldmundo se sirve el autor de dos personajes distintos para mejor establecer los contrapuestos valores que nos habitan. Pero en El Lobo Estepario Hesse esculpe las trincheras del campo de batalla en los opuestos hemisferios cerebrales del un sólo hombre, una misma persona que, en ocasiones, semejan dos contrapuestas.

Pienso de nuevo en las manifestaciones. Releo los comentarios que tienden a acusar a los alborotadores de ser inflitrados de las fuerzas de el orden para mejor disolver la marea humana. Pero pienso si no resultarán, los manifestantes pacíficos y los violentos provocadores, ser las mismas personas.

Tal vez, como en Hesse, una persona desfila indignada pero pacífica, al son de la marea humana, al inicio de la marcha, cuando las consignas son festivas y la esperanza de poder cambiar el rumbo de la Historia aún es perfume fresco. Y tal vez, como en Hesse, esa misma persona, comience a corretear, indignada pero violenta, una vez que la Policía haya ejecutado la primera carga para devorar sus esperanzas demostrándoles que no, no hay esperanza de cambio y el rumbo de la Historia sólo tiende a escorarse más en busca de una zambullida definitiva, sin retorno, al más puro estilo Titanic.

Hay otros mundos pero están...en mi cabeza.

miércoles, 10 de octubre de 2012

élite insomne

Ha regresado la enfermedad, como una caricia imprecisa, a desordenarme las horas, los tiempos, los sentidos. Parece al menos que, cuando enfermos, algo de provecho hacemos: transgredir horarios, abaratar las responsabilidades al igual que abaratan el despido los prohombres de progreso. Quizás también lo hagan ellos por enfermedad, mental en este caso.

El caso es que amanecer a un día de enfermedad te permite leer la prensa prestándole aún menos atención que cualquier otro día y, paseando la mirada por entre las líneas en negrita de los titulares como lo haríamos con el perro del vecino por entre la hojarasca agreste del parque de enfrente, encontramos noticias que nos suenan a anécdota, o anécdotas que nos parecen noticias, quién sabe. Yo, hoy, algo he leído sobre la necesidad que tiene el ser humano de dormir al menos 8 horas diarias. ¿Sabiduría popular? No, viene en la prensa.

La noticia de marras parecía aludir a unos profusos y difusos estudios científicos relativos a la causa por la que algunos de nosotros necesitamos menor número de horas con el piloto automático de la vigilia desconectado para poder desarrollar una actividad laboral (siempre lo laboral, tan enquistado en nuestra piel) al día siguiente. Sinceramente, al comenzar a perder la mirada entre expresiones del tipo "molecular psychiatry", "Universidad de Ludwig", "mutación genética P385R", "cronobiólogo francés" y "short sleepers", he perdido el entendimiento todo y he volteado mi cuerpo en el jergón que acuna mis fiebres. Sólo he sacado en claro de mi lectura parcial que los que con 6 horas de reposo nocturno tenemos suficiente para enfrentarnos al nuevo día formamos parte de una élite. Lo juro, así lo afirman: formamos parte de una reducida élite.

Es cuando los renglones torcidos de la noche crean guarida en que guarecer la ausencia de sueño que las pesadillas asientan sus posaderas en el trono de la ansiedad. Pesadillas reales, no esas de las que sabes que despertarás pasado un tiempo. Guadañas que recortan la sombra de un ruido, mudos gritos que ahogan una rebanada de silencio que quería ser tu desayuno que no llegará...porque la noche se alarga se aquieta se agiganta y tú no puedes dormir y enredas el tictac mugriento de ese reloj que no tienes tartamudeando palabras, a oscuras (nunca despiertes a quien junto a tí descansa si es que tienes la suerte de poder enmudecer tu respiración agitada con el respirar calmo de un/a durmiente amado/a) en una libreta que recordabas haber dejado sobre la mesilla de noche, antes que tu mano sellase el acta de defunción de la bombilla del cuarto, ya ves, cosas de afortunados, es lo que tiene formar parte de esa élite que sólo necesita 6 horas para dormir antes de enfrentar el esplendoroso insulto del nuevo día. Y no hay soberbios sueños de ensoñadoras ninfas que te acaricien durante esas horas que se dirigen hacia el descanso como Sísifo lo hacía hacia la cumbre de la montaña, empujando segundos, minutos, como aquél una piedra y, como aquél, con el mismo nefasto resultado.

Rendimos, los que formamos parte de la "élite de las 6 horas", al día siguiente quizás tan sólo porque no tenemos trabajo que desempeñar, o porque no es el trabajo lo que nos quita el sueño. Tal vez sólo pretendamos dejar huella en este mundo al pasear esas horas de vigilia que arrebatamos al sueño para sentirnos tan sólo más desgraciados y envidiosos de el/la que a nuestro lado recompone su día entre ronquidos y planes para la jornada venidera. Vamos, lo que se dice una élite: la de aquellos que sueñan despiertos porque no les queda más remedio. Tal vez lleguen a ser élite aquellos que empleen su insomnio en elaborar nuevas recetas comerciales con las que enfermar a sus iguales...negocios, regateos, acciones, inmuebles, cifras, modas, etcéteras.

Yo hoy, por si acaso, aprovecharé la fiebre para echar una cabezadita. A ver si hay suerte y una ninfa madura de sabiduría carnal me enreda el cabello con el humo de un cigarro tardío.

Buenas noches y...que tengan dulces sueños...

jueves, 4 de octubre de 2012

economía del corazón

Estos días son propicios a que sepamos de extravagantes incidencias. Resulta que una marea de ciudadanos desesperados rompe una y otra vez contra la estridente orilla de la desesperación.
Así una mujer de avanzada edad que decidió encerrarse en la sucursal bancaria a que había confiado, desde hace años, sus escasos (o no tanto) ahorros. Creo que la cifra eran 24.000 €. Sí, en 24 ocasiones había, la buena mujer, ahorrado la cantidad de 1.000 € desde que hubiese decidido abrir cuenta corriente en la entidad financiera que hoy, tras años de cobro de comisiones y sugerencias de planes de pensiones, se negaba a reintegrar de inmediato a su legítima propietaria la cantidad confiada.

Nuestra protagonista decidió, no nos atrevemos a decir si con buen o mal criterio, encerrarse en la sucursal bancaria, junto a los asalariados del miedo y los clientes del terror que la circundaban, hasta que se le reintegrase céntimo a céntimo cada uno de los miles de unidades monetarias que esforzadamente había conseguido acumular, con el paso de los años y el desgaste de la vida. Es lógico que el Banco no quiera devolver su dinero a la ciudadana referida. El Banco vela por la fluidez del capital. Los Bancos existen para que el dinero fluya, y no quede estancado en el bolsillo de cualquier cliente malhumorado.

Ahora que las líneas del corazón se trazan en otras geografías, comienza la distancia a traerme recuerdos de amigos, reflejos de momentos álgidos de sonrisas y plenos de efervescencia sentimental. Es ahora que transcurren los días alejado de aquellos que en tantas ocasiones han decidido rellenar con palabras, sonrisas, abrazos los inevitables huecos del corazón, que comienzo a valorar en mayor medida su palabra cercana, su cercanía silenciosa, su silencio cómplice, su complicidad sonriente y caudalosa.

Creo que buscamos, todos, en nuestras vidas, estabilidades que nos provean amistades periódicas como un salario a fin de mes, amistades de fin de semana o fiesta de guardar, camaraderías aseguradas como lo están nuestras viviendas o automóviles, cariños estables, fijos, planos como las tarifas que contratamos para nuestros teléfonos. Quiero decir que nos agrada y hace sentir seguros el abrazar a ese amigo al que sabemos abrazaremos de nuevo en un plazo no mayor de 15 días. Que desearíamos retener por siempre esos momentos de plenitud que nos provoca su compañía.

Pero es en la lejanía, digerido ya el espinoso momento de la separación, cierta ya la agria sensación de carencia, cuando la siguiente reunión se antoja lejana, que comenzamos a asimilar lo positivo de ver cómo la amistad fluye libre de cadenas y normas, y hacemos de ella cauce torrencial en vez de regato estancado. Es en la distancia que nuestro latido se torna vendaval en el recuerdo del abrazo amigo. Es con los sentimientos en fuga que mejor apreciamos su pureza o falsedad. La melancolía, bien lo saben los cantantes de fado, puede ser catálogo de eternidades.

Ahora que encuentro lejano el abrazo pero muy adentro la amistad cierta, me estoy volviendo un poco banquero del cariño. Creo que no está de más dejar fluir el amor o esas fraternales sensaciones que en más de una ocasión nos encadenaron a una madrugada sucia de alcoholes y tabacos, de sábanas revueltas y fluidos desperdiciados, sólo por seguir deseando a nuestro lado ese aliento permisivo que nos embadurnaba la vida de plenitud y ganas de vivirla sólo porque quien nos acompañaba, besaba, abrazaba, hablaba o miraba era ese alguien especial que desbarató nuestro rumbo al cruzarlo con su vértigo de caricia y afectos: ése al que ahora, en la distancia, estamos seguros de poder llamar amigo.

Puede, pues, que esté equivocada la señora que se encerró en la sucursal bancaria para reclamar su dinero. Tal vez debiese dejarlo que siga fluyendo, para mejor apreciarlo. Al recuperarlo no hará más que dilapidar su valía en unas vacaciones, cubrir parte de la hipoteca de sus hijos, o alguna nimiedad del estilo. 

Posible es que los dirigentes del mercado financiero sean los nuevos filósofos del corazón y apliquen a lo material aquello que más nos conviene aplicar a los espiritual: que fluya el dinero y tome distancia, para que aprendamos a dejar fluir los sentimientos y, en la lejanía, mejor aprendamos a valorarlos.


O simplemente pueda ser que a mí la distancia me está equivocando el entendimiento. En mi descargo diré que los sentimientos, al contrario que los flujos económicos, dudo que sean ciencia exacta.