viernes, 29 de junio de 2012

la gravedad del asunto

Se han atiborrado los medios informativos, estos días, de las apocalípticas soflamas proferidas por los voceros del desastre.
A nadie que no haya permanecido absorto en el submundo de enfrentamientos, gestas, orgullos y derrotas balompédicas, se le ha escapado la noticia del "fallecimiento" del ex-gobernante egipcio Hosni Mubarak
Nada objetivamente nefasto para el correcto desarrollo de los democráticos tiempos actuales. Claro que, a la citada defunción, ha seguido de inmediato el fulgurante ascenso al poder de los Hermanos Musulmanes, en la patria de los extintos faraones.

Ya está servido el pánico en los impolutos platos de la mesa occidental.

Paseando por una callejuela de la vetusta e inmortal Marraquech, a punto estuve, hace unos días, de ver mi testa coronada por la vertiginosa caída libre de una groseramente gruesa naranja. Pueblan dicha ciudad reventones naranjos que germinan sin descanso los dulces frutos que se convertirán en rico jugo, al poco, en muchos de los numerosos tenderetes que ofertan zumo de naranja durante las asfixiantes horas que agrietan la plaza de Xmáa-El-Fna.

Podría yo haber recordado al insigne Isaac Newton, haber reflexionado sobre las dictatoriales leyes físicas que gobiernan el planeta. Pero, disculpen mi ineptitud, yo es que soy de Letras y por tanto, dejando de lado la jurisprudencia exacta de los números, me limité a pensar, amén de en la peligrosidad del pesado suicidio de la citada naranja, en la irremediable caída de los distintos dictadores que a diario extraen el jugo a sus respectivos gobernados. Cierto. En el transcurso del número de días que habitualmente configuran un año completo, ya contempla la Historia una jugosa recolecta de tiranos caídos en desgracia.

El dulce elixir que los tenderos de Xmáa-El-Fna extraerán de frutas como la que a punto estuvo de añadir mayor desorientación a mi desorientado paseo, o sea, naranjas como la que yo pensé caía por su propio peso, será refrescante néctar destinado a calmar los rigores atmosféricos provocados por el cercano desierto del Sahara. De quien libe tal néctar depende apreciar o no los dones que aún nos ofrenda Madre Natura.

A los distintos contertulios que se apenan pensando en todos aquellos que, con su clamor y rebeldía reventando los perímetros de la Plaza Tarhir de El Cairo, provocaron la caída del dictador, les vendría bien emplear la lógica del iletrado, y pensar que el antaño procaz gobernante quizás, como las naranajas, cayó por su propio peso. De su declive surgen frutos que todos los egipcios, sin exclusión, tienen derecho a gozar. De cada uno de ellos dependerá el mayor o menor aprovechamiento del zumo de fenecida dictadura que humedece hoy las baldosas y el asfalto de la nación. No deberíamos negar de antemano, a ninguno de esos rejuvenecidos ciudadanos, su derecho a hacer el uso que consideren oportuno de este jugo de libertad que ha comenzado a brotar. 

Sean kilogramos o leyes físicas las causas del cambio, el asunto, a día de hoy, no reviste mayor gravedad que la que decidamos asignarle. Será el futuro quien deba determinar si los nuevos frutos de este naranjo político han de caer, también, por su propio peso.

Me limitaré a no opinar, tomar asiento en una terraza, pedir un refrescante zumo, e intentar averiguar por qué en Marruecos las naranjas siguen sabiendo a naranjas.

lunes, 25 de junio de 2012

aproximación a Goytisolo en Xmáa-El-Fna

De Marraquech nunca se parte. A Marraquech siempre se llega.
Marraquech se desdibuja, a la caída de la tarde, con un tímido rubor de brisa que no logra exiliar la asfixiante temperatura, como desvaída en la humareda de los portátiles puestos de comida que invaden el epicentro de su nervio de vida y Literatura: la plaza de Xmáa-El-Fna. Y es que a la Literatura, como a esta ciudad, siempre se llega.

Comienza a poblarse el irregular espacio medieval de sus cafetines con el tintineo naufragado en hierbabuena de cucharillas, con la charla mordaz de parroquianos eternamente adscritos a la tragedia de mesas desvencijadas e incómodos asientos que pastan la irregular costa adoquinada de la plaza.

A uno de esos cafetines, el que aún mejor sobrevive a la marea inconsciente de turismos ávidos de exotismos que nunca existieron, acude regularmente Juan Goytisolo, para mejor seguir viviendo el perímetro en que decidió, hace años, exiliar el arte exhuberante de su voz y sus días.

El autor, ajeno ya al fragor de una patria que nunca tuvo, invertebrado habitante de un mundo que a muchos resulta incomprensible, abandona, a la caída de la tarde, al sonar el despertador mirífico de los cantos del muecín, su fresco retiro agazapado en lo más oculto de la medina de Marraquech, para arribar al café en que camareros y concurrentes le ofertarán bendiciones y palabras: Gran Literatura. Allí consumirá y compartirá agua tibia y charla voraz, mirada curiosa y canícula mortal.

Acepta y engalana, el poeta, la conversación pausada con aquel que se le acerca para desbaratarle el idioma y la memoria. Y recuerda sus visiones de la Capadocia, rememora la obra magna de un Gaudí que nunca llegó a pisar las tierras agrestes en que las más sublimes de sus creaciones decorarían por siglos la visión de otros turistas que allí llegan, como aquí, a recolectar instantáneas y olvidar esencias. Anda descolgado del mundo, ya digo, sin conexión a internet ni noticia incluso ya de la prensa escrita con que aún gustan de perder los domingos no pocos nacionales. Pero jamás abandona su mundo, este en que se ha quedado a vivir por siempre y desde el que nos envía, de tanto en tanto, sus gloriosas postales desde el frente.

Juan Goytisolo, como Gaudí en Capadocia, ha dado inmortal relumbrón a ésta su creación máxima que es la Plaza de Xmáa-El-Fna, en Marraquech. Y de su garganta brotan por igual los gritos de los aguadores, las intrincadas narraciones de los cuentacuentos, la brisa aflautada que despierta a las serpientes, la inacabable oferta vociferada de zumos y viandas, los ingeniosos chascarrillos de los ciudadanos...

Ya estuve, desde que caí en la enredadera feroz de tu sintaxis, agradecido. Hoy quiero añadir a tu lento equipaje nuevos agradecimientos.

Gracias, por enseñarme que el futuro de la lengua no se escribe en libros ni academias, sino que se habla en la plaza mirífica de una desértica ciudad sureña, se fija en las callejas retorcidas de siglos de una sucia medina y adquiere esplendor en la garganta raída de tiempo de borrachines, paseantes y buscavidas que pervierten ortografías con la lucidez exacta de su gramática de hambre y risa. Algún día comprenderán los ciudadanos (ni pizca de fe en las autoridades) dónde habita la esencial semilla del habla y la literatura (tan despreciada hoy, tan de saldo), que viene al fin a ser lo mismo. Y tú seguirás aquí, a la sombra de una temperatura mortal, en la fresca penumbra de ese gérmen de tormenta con que el cercano desierto incendia las horas, en Marraquech, en la Plaza de Xemáa-El-Fna, moldeando la gloriosa gangrena de la palabra, coloreando las esquinas verbales que los tiempos anhelan dejar fuera de foco.

Gracias, Maestro, por enseñarme que a la Literatura, como a Marraquech, siempre se llega.

jueves, 21 de junio de 2012

tendiendo puentes

Parece ser que la autodenominada República Popular China, en un alarde de igualitarismo sin precedentes en el interior de sus fronteras, se ha decidido a tender puentes entre los dos sexos. Eso parece. Al menos eso afirmaron, hace unos días, al anunciar a bombo y platillo la inmediata e inaugural puesta en órbita de la primera compatriota astronauta, a efectos de traer a la realidad la poética máxima de Mao Tse-Tung que aseguraba que las mujeres sostienen la mitad del cielo.

Imagino que proponen, las autoridades mandarinas, con tan publicitado evento, ya digo, tender puentes, igualar la valía femenina a la masculina, y establecer un sólido sendero entre ambos sexos.

Hace unos días, camino de Meknes, a bordo de ferruginoso ferrocarril, pude observar, a la salida de la estación de Sidi Kacem, uno de los muchos puentes a medio construir que pueblan la geografía marroquí. Pero pude comprobar que, en este caso, el puente jamás sería finalizado. Mostraba la citada construcción una arcada huérfana que recortaba el paisaje circundante y, a su alrededor, el más absoluto de los abandonos, una ausencia total de máquinas exacavadoras, grúas u operarios de la construcción. No más que el arco de un puente desdibujando y recomponiendo, a peor, el paisaje. Las orillas de lo que hubiese sido el citado puente, de haberse dado fin a la obra, se habrían conectado con trasiego de viandantes y cercanos vecinos.

Nada más descorazonador que la visión de un puente a medio construir. Pasamos por la vida delineando puentes que, en algún momento hemos soñado finalizados e indestructibles. Pero es duro colocar otro ladrillo, volcar otro kilo de cemento, asegurar la argamasa, comprobar una y otra vez su geométrica estructura, continuar estudiando en el voluble horizonte del futuro los principios básicos de su entereza. 

Quizás por ello dejemos tantos puentes a medio construir. Tal vez hayamos descubierto (fatídica clarividencia) que poner en pie un bello y sólido puente puede llevar una vida entera, y tememos alcanzar el fin de la nuestra con la construcción a medias.
Abandonamos, así, amigos, amantes, familias, tal vez porque comprendemos que no llegaremos a alcanzar el milagro de la comunicación plena.


Alabo el primer arco de ese puente al que pretenden dar fin las autoridades de la vetusta China, pero temo que, como en el resto del mundo “civilizado”, les ciegue tomar conciencia de lo titánico de su esfuerzo.

Yo, por llevar la contraria, me he propuesto dar fin al menos a un puente. Sé que me llevará quizás toda la vida pero para qué, si no, me sirve ésta. Los cimientos son buenos. Nada me impide seguir adelante, como hacen los chinos con la gloriosa empresa del antaño alabado Líder.

lunes, 18 de junio de 2012

la gran fumada


Sucede que en un pequeño pueblo del oriente de la península ibérica, ante las mordaces mordidas de la crisis ecónomica, pergeñaron un singular proyecto destinado a cubrir las deudas municipales.
Y resulta que el citado proyecto consiste, ni más ni menos, en dedicar extensos terrenos de cultivo a la plantación de marihuana. Por supuesto, los beneficios económicos se esperan con la posterior recolecta y comercialización de los cogollos más tiernos de tan tierno vegetal.

Como era de suponer, en tromba salieron las autoritarias autoridades estatales para denunciar lo inmoral del propósito, independientemente de que éste podría convertirse, para no pocos de los habitantes del citado municipio, en la única oportunidad de no caer en la indigencia. De cajón: de llevar a buen término sus planes, correrían el riesgo, los vecinos, de dilapidar los billetes de 100€ encanutando picadura de cannabis, para mejor comprender el mundo que les rodea, o para ausentarse del mismo durante unos instantes.

Fue en Marsella, hace algunos años, cuando aún el fúnebre manto de la crisis económica no cubría las vetustas aceras de esta decadente Europa, que decidieron los artistas del más multicultural de sus barrios empapelar las desvencijadas paredes con fotografías de gran tamaño de inmigrantes, retratados en su original hábitat. Esto es, que en la barriada que dicha ciudad destina a la inmigración y la miseria, cercenada por la desidia de las autoridades locales, decidieron autoafirmarse aquellos que vienen de lejos para enardecer de color y otredad los temblorosos pilares de la igualitaria sociedad francesa.

No debió gustar a las autoridades tamaña exhibición de identidad, y decidieron arrancar las fotografías. La razón aducida: las instantáneas ensucian las paredes, y es inmoral echar por tierra el esfuerzo de los operarios municipales por proporcionar lustroso aspecto a las calles de la ciudad. 

Llamó mi atención el hecho de que nada dijesen, las autoridades, de la inmoralidad del hambre y la escasez de medios reinante entre los habitantes del citado barrio (magrebíes y subsaharianos en su mayoría), ni del patente descuido con que en éste se llevaban a cabo las labores de limpieza. Por su parte, los citados ciudadanos (de segunda, pero ciudadanos al fin) defendían su derecho a mostrar, en los muros y tapias entre los que pasean a diario, imágenes llegadas de sus lugares de origen, retratos de compatriotas o amigos que no pudieron cumplimentar la aventura de alcanzar esta Tierra Prometida que imaginaban nuestra vieja Europa. Amén del orgullo que podría producirles, no querían obviar el hecho de que convertir las calles en un remedo de galería de arte al aire libre, les proporcionaría, de seguro, inesperados ingresos por la llegada al barrio de turistas, e incluso amantes del arte fotográfico, venidos de otras zonas más aseadas de la ciudad.

Igual en este pequeño pueblo hispano del que comenzamos hablando. Las autoridades ignoran la miseria del galopante desempleo, para mejor preservar las buenas y sanas costumbres y no convertir la zona en un gran fumadero de cannabis público. Debemos comprender que un pueblo que se entrega al vicio es un pueblo que no prospera, y que los únicos vicios permitidos deben ser aquellos a los que, en la cueva high-tech de sus despachos,  deseen entregarse quienes nunca verán peligrar sus economías. Existe el riesgo de que también utilicen billetes de 100€ para mejor depositar en sus fosas nasales sustancias ilícitas, pero dudo que lleguen a prenderles fuego tras hacerse con ellos un canuto.

Con su permiso, me traslado a Chaouen, a ver si me aprovisiono de algo rico que poder fumar, a pesar de que seré, allí, un inmigrante voluntario bien escaso de medios económicos.

miércoles, 13 de junio de 2012

demasiado corazón

De nuevo un alijo de hachís hallado en un almacén portuario de la ciudad que nos hace de frontera con nuestros vecinos del sur. De nuevo los escuadrones de la Guardia Civil ejercitando despliegue de cuadrillas y efectividad. Varios detenidos, alguna que otra foto, tomada de soslayo, y brevemente difuminada para evitar publicitar los rostros de los delincuentes. También, los de los agentes del orden encargados de la redada.

Llega el verano y los furgones que atraviesan el Estrecho de Gibraltar, a lomos de titánico y ferruginoso ferry, cargan en sus estómagos mecánicos toneladas de pescado, sí, pero también de hachís apaleado destinado a invadir los parques de la adolescencia patria. Y, por supuesto, de tanto en tanto, cargan en sus bajos (los camiones) un racimo de niños enganchados al pegamento que se encaraman a los fatídicos travesaños de la mecánica motorística huyendo del hambre y la miseria. Tanto da: drogas, críos, peces... Los camiones atraviesan el Estrecho y, alcanzada la otra orilla, desperdigan su mercancía de hambre y opulencia (a partes iguales) en las veredas autosuficientes de esta civilización que pretendemos hermética. Muchos de los que reciben tan dispar contrabando sonríen y aprecian el bulto como si fuese un regalo de cumpleaños.

Resulta que la vida, también, al igual que los camiones que cruzan la frontera, te hace regalos envueltos en la agradecida silueta de personas que sonríen, personas que se te acercan con una cosecha de sincera sonrisa en los labios, personas cuyo caminar despierta ventiscas de sueño y deseo, personas que electrocutan el generador eléctrico de tus noches e iluminan apagones en la coherencia inhóspita de tus costumbres.

Tomas consciencia de que deseas destrozar a dentelladas el envoltorio para gozar el regalo, pero temes demasiado dañar lo que el embalaje esconde. Tan grato es, tan imprescindible ya lo encuentras al transcurrir de tu vida.

Es lo que ocurre con los regalos, hay un momento inicial de desconcierto, al recibirlos. No sabes dónde colocar la droga, ignoras qué hacer con el niño, dudas acerca de cómo cocinar el pescado. Temes consumir en una sola noche el kilo de costo, dañar con tu caricia de fango la sonrisa tímida del infante, estropear en el horno viejo de tus salivaciones ese pez que tan libre dividía, ayer, los mares y las horas.

La vida, repito, de tanto en tanto, te regala la presencia de una persona. Dudas, te preguntas qué hacer, temes romper tan perfecto obsequio. Te atenaza el pánico al pensar que algún intrincado sendero te arrebate a quien el azar o la fortuna han colocado entre tus brazos. Sólo ante la posibilidad de perderlo de vista te sientes único superviviente de un naufragio de besos recién nacidos. Cuando la vida se te ensucia de amarguras y desengaños divisas en tu estrecho horizonte la brutal incandescencia de la belleza sincera y enamorada. Si eres lo suficientemente valeroso te asomaras al balcón inconcluso de un abrazo tierno, y reprimirás los impulsos de la lengua pero lograrás balbucear algo así como: me gustaría arrancarte y comerte el corazón. Y sabes que no te atragantarás, no, pero temes una nociva, definitiva y postrera digestión. Es por ello que prefieres no tocar el regalo, no desenvolver el paquete y seguir imaginando cuán delicioso podría llegar a ser, una vez desnudo de envoltorios, entre tus brazos.

Es lo que pensará, supongo, el Guardia Civil encargado de la confiscación de esos kilos de hachís. A través del pixelado de la pantalla del televisor adivinamos su mirada codiciosa y glotona, pero no toca la droga, sólo la muestra ante las cámaras. Imagino que se sentirá orgulloso por el deber cumplido, pero pánico me da pensar en las pesadillas que esa misma noche atragantarán su inconsciente. Deber cumplido o delito cometido sólo es cuestión de corazón.

Yo, cobarde y sospechoso, me refugio en las palabras, aunque no encuentre las oportunas. Fumo y tomo café certificando, como los budistas, que la flecha arrojada, la palabra no dicha, la oportunidad despreciada son las tres grandes pérdidas sin retorno. Hoy, tras despedir esta tierra con un cigarro y un café que lleva nombre propio, tomo entre mis manos un paquete de libros y emprendo el trayecto inverso al de los camiones que trajeron el hachís a nuestras costas. 

Mi plan principal permanece intacto: arrancarte y comerte el corazón.

lunes, 11 de junio de 2012

museo de la lengua

He tenido que dejar que el tiempo se deslice por los corredores lóbregos de la memoria para recuperar una larga frase escuchada en un medio audiovisual. Un extenso y (quiero suponer) elaborado enunciado, si es que seguimos confiando en que los guionistas puedan aún alimentarse ejerciendo su elogiosa labor.

Pasemos sin más preámbulos a reproducir la citada frase. Recomiendo su lectura en alta voz: 
"La Noche de los Museos quiere acercar los museos a toda la población, abriendo los museos de forma gratuita a lo largo de toda la noche. Esta noche abre el Museo del Prado, hasta altas horas, y también el Museo Thyssen, y numerosos museos en toda España, para que ningún ciudadano tenga excusa para no visitar los más importantes museos de sus ciudades"
No falseo ni una coma. Sonó tal cual, de labios de una intrépida reportera.

Recuerdo que la principal duda que me asaltó, tras escuchar lo que antecede, fue la de si se trataría de aperturas gratuitas, las de las pinacotecas nombradas, o sería preciso abonar el precio de entrada habitual. Cierto, creo que han conseguido que la economía se instale de manera definitiva en nuestras mentes, tanto que a punto estuve de pasar por alto lo elaborado de la frase. Aunque tal vez esa intrincada repetición de los vocablos "noche" y "museo" no sea error de guionista o nerviosismo de locutora, sino más bien elaborada pretensión de acribillar los oídos y el subconsciente del ciudadano que aún no se ha decidido a visitar ninguna de las amplias galerías de arte de su ciudad, para que pueda hacerlo en el citado anochecer y verse bombardeado por los numerosos logotipos y reclamos publicitarios de patrocinadores y mecenas del cultural evento. 

Fue a mi regreso de Perú que algún conocido decidió iniciar debate sobre la perversión del idioma español que supone la utilización que de éste hacen los naturales del continente americano. Defendían dicha postura aquellos a quienes los modismos y giros del habla latinoamericana se les atragantan, dicen, por su exceso de melaza y ñoñería, entre otras cosas. Personalmente, no hallé ningún problema a la hora de comprender las conversaciones que tuve el gusto de compartir con diversos ciudadanos peruanos, sorprendiéndome incluso la exquisita estructuración de frases y el apropiado y sabroso uso del léxico que les permitía dejar meridianamente claras cada una de sus intenciones expresivas.

No valoro en este caso lo que muchos harían: la clase social, supuesta encrucijada de desavenencias, hablemos de política, fútbol, filosofía o lenguaje, igual da. En Perú se expresaban de idéntica manera ricos y pobres. Somos mucho de reivindicar que el lenguaraz despropósito de los habitantes del extrarradio trabajador y escaso de medios económicos se debe no más que a la falla en el sistema educativo, la sobreebundancia de alumnos en las aulas, o las nefastas herencias de familias desestructuradas. Pero acudimos a los neurálgicos centros de la ganancia y el reconocimiento social sólo para descubrir que sus retoños balbucean signos incomprensibles y se comunican casi de idéntica manera a la que lo hacen los hijos del proletariado. Así, al menos, ocurre en nuestra maltratada patria. O sea que, como en Perú, hablan aquí de idéntica manera prósperos y menesterosos. La aceptación de unos y el denuesto de otros tal vez dependa únicamente de su condición económica y la expresión oral (y escrita) sea sólo una nueva cortina de humo para ocultar el foco del incendio.

El día que, en el noticiario, escupieron la rebuscada frase de marras, tuve la fortuna de visionar, casi de seguido, el inicio de Corazón Apasionado, una de tantas telenovelas que nos llegan de allende los mares para infartarnos de numerosos mi vida mi mal mi lucerito desvencijados a la sombra de una impecable estructuración de la lengua que compartimos.

¿Tendremos que acudir, algún día, a las telenovelas, cómo lo hace hoy la ciudadanía a los museos, para comprender cómo se utilizaba el lenguaje antaño? Sabe Dios ... si es que no ha muerto, como quiso el filósofo.

viernes, 8 de junio de 2012

hermosos malditos

Mentiría si dijese que lamento repetirme y traer de nuevo, en tan poco tiempo, a este desquiciado rincón, al sublime artesano de palabras, el amado artífice de sensaciones, el autor, poeta, genio Francisco Umbral.
Llegará la canícula feroz de un agosto de fierros y soles incandescentes para remozar las ilusiones de la vacación y el sosiego. Y será entonces que habrá transcurrido un lustro desde que la magia de la palabra dejó de trazar filigranas en las páginas de la literatura española. Cinco años desde que la prosa castellana quedase huérfana, ¡ay!, quizá por siempre.

Me encontraba yo, por aquellos días, disfrutando de la enmarañada recolecta de callejas que la eterna ciudad de Oporto quiere desembocar en las mordisqueadas lindes del Duero. Saboreaba con deleite los tallos tiernos del amanecer, asomado a la baranda de los barcos pesqueros y la ropa tendida. Y, de repente, sin previo aviso, con la súbita violencia de la sorpresa, supe del fallecimiento de mi amado autor.
Juro que juré no dejar en el olvido la exhuberante cosecha lírica con que el verano del poeta quiso inundar la soledad de mis estancias más íntimas. Cinco años después pude cumplir la promesa y, ayer, el recuerdo de Francisco Umbral embraveció mis palabras y golpeó las cuerdas del arpa desvencijada de mis sentimientos.

No he gustado de mencionar nunca nombres en este desquiciado rincón en que me refugio, más allá de los que forman parte de mi enmarañada galería de hermosos y malditos: músicos, poetas, artistas... Pero vengo hoy aquí sólo para iluminar un fresco regato de nombres que sirven para identificar a personas más hermosas y menos malditas que aquellas. Las personas cuya compañía tuve ayer el honor de compartir, durante la presentación de mi novela, Los Cuadernos del Hafa.

Sabéis todos quienes sois, y de sobra conocéis, la mayoría, lo que para quien escribe significáis. Pero al torpe murmullo de las páginas de mi novela o de las letras con las que, aquí, pretendo sembrar efímeras bellezas, habéis acudido otros. Nuevos compañeros de travesía, novicias promesas de amistoso futuro, camaradería tierna y trago largo. Son vuestros nombres los que quiero que inauguren hoy una nueva galería. No de hermosos y malditos, no, sino de hermosos malditos.
Pero resulta que, puesto a la labor, encuentro vacío el sucio bolsillo en que gusto de guardar las palabras, y me falla la sintaxis. Sé, y de antemano lo reconozco, que me quedaré corto y no seré capaz de expresar mis sentimientos, pero no quiero dejar pasar el tiempo. Perdonadme el torpe intento, que al menos lo es. Perdonadme todos:

Marisa con tu pausada sonrisa de tímido fado tierno.
Sole con tu caricia de cálido musgo y corazón cantarín.
Esther con la daga tierna de la sinceridad a flor de labio.
Maica con el susurro de la poesía iluminándote el gesto.
Chema con el temblor de la sorpresa en el bolsillo del corazón.
Inma con la franqueza mordiendo el vino de tu sonrisa.
Manuel con la festividad de la carcajada deshilvanándote el rostro.
El tipo del sombrero que vivió en Tánger...con el insólito arrebato de lo imprevisto...
 
Sois más, lo sé, muchos más. Pero ya no recuerdo si llegásteis, los que no he nombrado, al calor del humo del hachís que se disuelve en las terrazas del Hafa o estábais ya en el Cuarto de los Veteranos esperando mi presencia. Sí puedo aseguraros, a todos los que ayer arropásteis el obsceno desnudo de mis ilusiones, que sois la esperanza que el mundo reclama y no comprende que llegó ya, para quedarse. Sois y seréis todos poesía, y hoy, lejos de Oporto, cerca de ningún lugar, renuevo la promesa que me hice resbalando el empedrado sutil de sus calles, y certifico que no caerá en el olvido el aterciopelado aguacero de vuestros abrazos, como no lo ha hecho la prosa gloriosa de Francisco Umbral
 

lunes, 4 de junio de 2012

el origen de las especies

Se reúnen en el viaje interrumpido del andén del Metro, a la espera del vagón metálico que preserve sus fuerzas menguadas hasta llegar al hogar, las razas del extrarradio. Colorean la piel de la noche con el ébano que les tatúa las costuras de la sonrisa. Razas fieras y trabajadoras que afilan su opaca sonrisa al calor de una hoguera de rechazo y miedo. Deshacen las horas del domingo, pasadas entre compañeros, amigos, oriundos como ellos de los terruños expoliados de América, de los vergeles expropiados de África. Doblan en dos y recogen, decía, los minutos del día libre, cuando éste ya ha sido quemado entre carcajadas y alcoholes, danzas, cánticos y abrazos, los guardan en su bolsillo de nostalgia y cansancio, y aguardan la llegada del Metro, en el andén, cabizbajos, soñolientos.
Son la piel que abotona el babero de nuestros hijos y recopila en la cocina los desperdicios de nuestro festín. Razas del extrarradio, nacidas a la sombra de los rascacielos del progreso, crecidas allende los mares, naufragadas en la costa infecta de Bolsas e hipotecas, aquí, tan cerca, en las barriadas ocultas de la Gran Metrópoli.

Paseaba Francisco Umbral las pensiones de café aguado y dictatorial patrona, mediado el pasado siglo, con la intención única de poder asomar el teclado de su máquina de escribir al despertar de azoteas y ropa tendida de los cielos inversos de un Madrid en ruinas.
Abandonó, el autor, una periferia de vecindades cercanas y horizontes desocupados, para instalarse en la ciudad de miradas hurañas y confines perplejos ante el asedio inmisericorde de breves rascacielos y densas humaredas de futura polución. Pretendía únicamente acometer la capital para ganar el sustento, instalar en el desierto de asfalto su jaima de verbo y metáfora, hacerse un nombre que no era el suyo sólo por desaparecer un pasado de hambre y juventud inconclusa.

Francisco Umbral (cortesía de "la red")
Los pasillos de la pensión se inundaban de lírica sinfonía de letras, las que con acordes de futuro, brotaban de la garganta mecánica de su vieja Olivetti. Y su gloriosa testa, desbordaba de incipientes calvicies, canas egregias y volúmenes callados que iban tomando forma a la sombra falsa de una bombilla huérfana, en la escueta habitación de una casa de huéspedes sumergida en naftalina.

Mucho y magistralmente relató Umbral los peligrosos entresijos del miedo, las sucias entrañas del rechazo, cuando joven, recién llegado a Madrid de los cielos asustados de cruz y campana parroquial de una pequeña ciudad de provincias. Madrid era la libertad y el gozo, la velocidad y el ayuno, el exceso y la promesa. Pero también la retaguardia del miedo, la contradictoria barricada de la censura y el progreso. A fuerza de pretender su avance, negaba, Madrid, su abrazo a las razas oscuras de aldea y pan negro que llegaban a instalarse en sus pensiones, esperanzadas por hacer de su vida una danza de felicidad ignorante y crujiente billete.

Cuánto batalló el poeta, el autor, para que el polifónico canto de su Olivetti maltratada tomase asiento en los oídos de los egregios escritores que frecuentaban el Café Gijón y las redacciones periodísticas de la capital. Pero nunca olvidó sus inicios de pantalón corto y juventud perdida, a la sombra de un chopo, en algún sendero oxidado a la sombra incendiada del páramo castellano.

Así, hoy, igual, los inmigrantes que anegan el perfil doliente en que la Gran Ciudad se desdibuja, en las barriadas del miedo, en los confines del hambre. Por eso es que se reúnen al calor de la tarde dominguera, en cualquier parque o calleja olvidada, a ralentizar su vejez con el falso antídoto del trago que, más que ahogar las penas, las sitúa en crestas de olas que, tarde o temprano, inundarán las costas famélicas de nuestra civilización. Por eso y por rememorar infancias lejanas a la sombra de un macizo andino o al calor de una hogera sahariana, que a cada día transcurrido parecen más leyenda que realidad perdida.

Ha pasado el domigo. Los hay que regresan a casa, bamboleándose al ritmo de la borrachera y el llanto. Otros inauguran el silencio que se instalará en sus vidas durante los siguientes seis días.

Oscura piel húmeda de callados secretos, dermis azteca, tez bantú, migración silenciada que mañana acudirá de nuevo al trabajo, si aún lo conserva, en manada de números no contabilizados. ¡Cuánta poesía no habitará su flujo sanguíneo!, ¡cuántas metáforas perdidas ante la intransigencia de quienes nunca les dejaremos ser poetas! Somos la patrona de una pensión de miedo y silencio y, cual beatos feligreses decimonónicos, seguimos negando el origen de las especies.