lunes, 21 de mayo de 2012

subterfugios del hambre

Traen los suplementos de "tendencias" de los periódicos patrios, a la hora del aperitivo, la consumación del lucro, esta vez en alusión a una necesidad básica para la subsistencia: la alimentación. Nos informan del crecimiento insoslayable de un novísimo negocio basado en proveer, a aquellos clientes que gustan de comer fuera de casa, de suculentas experiencias gastronómicas. Repito: experiencias. No se valora ya, en los restaurantes referidos, la calidad suprema de la materia prima utilizada en los platos, o su exquisita preparación. Hablamos de algo así como una incongruencia: restaurantes en que la comida viste disfraz de actor secundario, dejando a la experiencia, la sensación, el papel principal.

Quizás no alcancen a creerme. Les dejo una muestra de los términos utilizados por los nuevos gurús de la gastronomía: el ego-food para aquella comida conformada exclusivamente para un único comensal y cuya composición no se repite en ninguna ocasión, el food telling cuya base es la asimilación de alimentos con mensaje orientados a proporcionar información sobre la identidad y autenticidad de lo deglutido, y el rimbombante E-motional food system formado únicamente por componentes nutricionales que estimulan sin paliativos la denominada "inteligencia emocional".

Fue en una pequeña ciudad del estado de Uttar Pradesh, en la India, que pude compartir mesa y cuenco con una humilde familia hindú. Eramos cinco alrededor de una única y minúscula escudilla, en cuyo vientre de barro y desaseo, humeaba un delicioso curry de verduras. Imitando los procederes del resto de comensales, introduje la mano en aquel cálido guiso y, tras un par de fallidos ensayos, pude acercar a mi boca una breve porción de húmeda y especiada zanahoria. El padre de familia comenzó a reír abiertamente, al observar mis renovados intentos de recoger entre los dedos nuevos bocados que alcanzasen mi garganta antes que el suelo. Fue el pistoletazo de salida que dio entrada a un amable tropel de carcajadas entre el resto de los integrantes, especialmente en el caso de los dos pequeños, que comenzaron entonces a recolectar comida con sus manos y acercarla a mi boca. Sólo se vió interrumpida la algarabía por la madre, al dirigirse ésta a la minúscula cocina en busca de un nuevo cuenco, en este caso de arroz. Cesaron las risas, ya digo, y arreció una golosa lluvia de dedos sobre el nuevo platillo.
No mentiré. No conseguí en aquella primera colación desenvolverme con soltura.

La comida era escasa, pero quizás más de la que habituaban a ingerir cada día los integrantes de aquella familia. Creo no equivocarme si aseguro que decidieron aquel día, en honor a mi presencia de invitado a su mesa, utilizar mayor cantidad de alimentos, aún a riesgo de pasar hambre al día siguiente. Sólo por proporcionarme una experiencia culinaria. Cierto, fue toda una experiencia disfrutar el bullicio de aquellas cálidas sonrisas, el festival de caricias de los niños, las orgullosas palabras del pater familias cada vez que mentaba el competente cometido de su mujer, a los fogones.

Comer, lo que se dice comer, ya lo he explicado, no pudimos ninguno hacerlo en demasía. Pero saciados quedamos de sana y sincera camaradería. Quizás pudiesen los abanderados de la "nueva cocina" incluir una experiencia como esta en su E-motional food system, más teniendo en cuenta los riesgos que entraña compartir plato con un grupo de personas que carecen de los medios oportunos para conducirse con la higiene de que tanto hacemos gala los integrantes de esta parte del mundo que decidimos llamar Occidente. Experiencia extrema, creo que eso gusta mucho a día de hoy.

Puestos a elegir entre una experiencia ego-food en solitario (o en compañía de otros que permanezcan absortos cada uno en su propia sensación, o en la pantalla de su iPad, quién sabe) y un simple puchero compartido con quien nada más tiene que compartir, no me cabe ninguna duda.

Decía mi abuelo que a la hora de la comida es preciso tener hambre, ya que eso hará que se nos antoje delicioso cualquier alimento que tengamos la suerte de disfrutar. No podemos negar que hay hambre en el mundo, a ambos lados de la frontera con que hemos decidido dividirlo. Hambre de pan en los castigados eriales del "subdesarrollo". Hambre de sensaciones en las frondosas praderas del "progreso". Famélica raza, la humana.

4 comentarios:

  1. Contundente. Desconozco si a estas humildes moradas hindúes, llega, a través de los satélites que su propio gobierno envía al espacio, los variados y ricos programas televisivos gastronómicos occidentales, siempre ilustrados por sonrientes y chistosos cocineros 5 estrellas, para alimentarles en su depauperados ego-foods y food tellings, junto a sus bajso niveles de E-motional food system y los muy altos de hungry-food.

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  2. La idiotez y la inconsciencia producen tanto daño o más que la maldad. Esta sociedad occidental necesita una profunda revisión de valores humanos. El vacío de los estómagos es menos peligroso que el vacío de las cabezas. Esta sociedad, que concibió el término aburrimiento, solo merece que la destrucción de sus injustas veleidades sea un divertimento - que no lo será, porque son mejores - para aquellos que carecen de lo elemental. El concepto solidaridad, que, afortunadamente, algunos individuos tienen, también en occidente, es algo que desconoce la llamada "sociedad de consumo". Prefieren la "novedad". En comida, en ropa, en bebidas y ocio. Occidente cree que la moda es un modo y algún día terminará por pagarlo.

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  3. Todo un ejercicio literario y todo un cuaderno de reflexión el que me encontré hoy.
    El hambre y la gana..

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  4. Estos contrastes de occidente si que son inasumibles, y no los de la alta cocina mal llevada a cabo.
    Muy buen artículo.

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soy todo oídos...