lunes, 28 de mayo de 2012

el nacimiento de una nación

¡Albricias! ¡Al fin! Bueno, disculpen, tales exclamaciones ya se pronunciaron en años anteriores. Pero la emoción me embarga porque Madrid ha sido de nuevo valorada, por los gerifaltes del deporte y la limpia competitividad, como posible sede de uno de los venideros Juegos Olímpicos con que el orden mundial gusta de adormecer a sus ciudadanos. Y disculpen porque, nuevamente, escribo con retraso, cortocircuitos propios de la fugacidad informativa.

Agrada saber que estamos en línea con las capitalidades punteras del orbe, que rozamos ya el imponderable listón por el que se mide la grandeza de una nación. Los comentarios públicos de los mandatarios ídem, ante tan grato acontecimiento, no dejan lugar a dudas: "no es cuantificable el beneficio que supone para España, a niveles de promoción el formar parte del Club Olímpico", "es una evidente muestra de confianza del Comité Olímpico y su espíritu deportivo hacia la nación española", o...redoble de tambores..."el proyecto europeo puede ayudar a un país europeo a salir de la crisis" (sí, así, repitiendo europeo en la misma y escueta frase). Parece que, de lograr salir vencedores en esta disputa que acaba de iniciar, pondremos los cimientos de una nueva y gloriosa nación que será faro y guía para las generaciones venideras. Lo dicho, albricias, y pongan ustedes los signos de exclamación.

Hace ya demasiados años que tuve la fortuna de enfrentarme a las hipnóticas imágenes de El nacimiento de una nación, el precursor relato fílmico con que David W. Griffith quiso inaugurar los albores del celuloide. 

escena de El nacimiento de una nación (cortesía de "la red")
Aquella muda película exponía al espectador la grandeza de la nueva nación norteamericana, haciendo colosal acopio de consignas y parafernalias decididamente racistas, inaugurando la propaganda fílmica sin que apenas tres pares de cerebros pudiesen alcanzar a alertar de lo que el nacimiento de la nación que mostraba el director, en pantalla, podría suponer para las generaciones venideras. Sí, nosotros, afortunados hombres (y mujeres, perdón) de hoy, lo sabemos. A poco informados que estemos conocemos los desmanes que las innovadoras técnicas de Griffith (embetunar a blancos, a efectos de que parezcan negros, incluido) supusieron durante años para la mermada justicia social norteamericana. Fuera de toda duda queda la novedosa tecnología empleada en la puesta en marcha del filme y que cambiaría por siempre la manera de acometer historias en la gran pantalla. Es la moralidad de la propuesta lo que provoca duda e incomodo.

Pero lejos de toda incertidumbre ha de quedar la evolución que la estadounidense sociedad llegó a coronar, convirtiéndose en el democrático faro que guía los designios del mundo libre.

Pensando en ello dejamos de lado las posibles molestias que, al ciudadano de a pie, pueda llegar a causar la musculosa marea de olímpicos guerrilleros y agrestes aficionados a la deportiva convivencia que, de salir vencedores en tan magno acontecimiento, recibiremos los ciudadanos madrileños. Al fin y al cabo han invadido estos días las calles de la capital, con el deporte como excusa, rancios simpatizantes del totalitarismo, al grito de "Madrid será la cuna del fascismo", y no parece haber trascendido incomodidad alguna. No debería nadie dudar del espíritu deportivo de los organizadores de las Olimpíadas, ni de que en la ciudad que los viese nacer, allá por el 776 a.C., campen hoy a sus anchas las furibundas huestes de una congregación neonazi democráticamente elegida para guiar al pueblo, ni que la nación norteamericana consiguiese superar toda crisis a la sombra de un filme que derribó las barreras de la técnica e incendió a blancos disfrazados de negros en grandiosas cruces que proclamaban la supremacía del hombre de origen anglosajón, católico y democrático, sobre la estirpe salvaje de los animalizados esclavos africanos.

A quienes, malpensados, defiendan que alguien debió sacar beneficio económico de tan insignes acontecimientos, les invito a congraciarse con los vencedores, igual que con los perdedores. Espíritu olímpico lo llaman.

1 comentario:

  1. En primer lugar, Pablo, terrible que un genio del cine como Griffith, que innovó todas las técnicas de rodaje y montaje habidas hasta el momento, que supuso un avance espectacular en el cine, hiciera una película cuyo contenido es vergonzoso por lo que propone y como lo propone. Es una película asquerosamente racista, un panfleto terrible e inicuo que merecería ser quemado en esas hogueras que esgrime su querido Ku-Klux-Klan, si no fuera porque es una joya de la realización cinematográfica. Aunque joyas así yo las detesto. Prefiero a Eisenstein que, en la misma época prácticamente, daba mensajes con más valor moral. Por lo demás, qué decir del resto de tu artículo...si yo lo firmaría de la primera a la última línea. Sí, lo peor no es ser tonto...lo peor es hacer de la tontería una bandera para todos. El sueño olímpico español cumplió - y bien cumplida - su faceta de cambio y progreso para una ciudad, Barcelona, hace años. Eran otros tiempos. Madrid lleva fracasando dos convocatorias. A la tercera dicen que será la vencida, o quizás no haya dos sin tres. Si nos dieran la organización, que lo dudo, dada la crisis del país actualmente y dado el "horrendo" logotipo que nos distingue, puede que el hecho creara un espejismo de ilusión...pero queda más cerca Eurovegas ( algo que me temo es otro señuelo más para fomentar el salto adelante hacia la nada ) que nuestros políticos y los especuladores financieros tienen como objetivo. De todas formas, no nos engañemos. Hace tiempo que los gobiernos español, portugués, e incluso italiano, son meros comparsas del poder verdadero: el poder económico de la Europa Central.

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