lunes, 7 de mayo de 2012

el mundo es un balón de cuero

En un punto inexacto de las agrestes costas de Alaska (permitan que no me tome tiempo en abrir otra pestaña en "la red" para buscar la información exacta) una familia ha recogido de entre los tules del vals huidizo que el oleaje acomete, cuando la marea baja, un balón de fútbol, algo maltratado y dolido por los zarpazos húmedos del océano. 
Efectivamente, el esférico ha ido dejando, por entre los silencios que la bajamar impone a la pleamar, como si de mensajes en viajeras botellas se tratase, restos de colores y retazos de marcas comerciales. Pero, imbatible a la batida funesta del piélago, ha permanecido, adherido a una de las curvas vertiginosas del citado balón, la firma de su antiguo propietario.

Resulta que quienes encontraron la pelota de cuero autografiada decidieron utilizar las nuevas tecnologías para encontrar a aquel cuyos pies jugaron largo tiempo con ella. Sencillo: una foto con el smartphone, tres anuncios en facebook, dos decenas de tweets y varios videos en youtube. Afortunadamente no rubricó el antiguo propietario, junto a su nombre autógrafo, el de su amante, por ejemplo. Peor trago que los muchos de agua sufridos por el balón de cuero hubiese sido verse descubierto en adulterio merced a las nuevas tecnologías.

No soy ni he sido muy seguidor del balompié ni, realmente, de ninguna actividad propicia a favorecer el exceso de sudoración (fuera de las más íntimas, of course). Quiero decir que ni siquiera como espectador me enfervoriza el deporte. 
Pero de un tiempo a esta parte tiendo a valorar el parecido de este esférico Planeta que habitamos con las pelotas que los astros del Deporte Rey hacen correr y derrapar sobre el terreno de juego. Deporte de planetaria fama y de planetaria danza: la que ejecuta el balón correteando beodo entre las piernas de los futbolistas, sin conocer su destino cierto, sin decidirse por un rincón concreto, sin rumbo, perdido, a la espera de que un certero puntapié lo envír a su descanso turbio de red enmarañada. Igual el planeta, pienso, perdido ya en los estantes más mugrientos del cosmos, a la espera de la definitiva patada que lo saque para siempre de la órbita perfecta en que viene agotándose durante ya demasiados siglos. De seguir, como hacemos, violentando su energía natural, podremos verla pronto descansar en la profundidad inerte de la portería que defiende nuestro guardameta, sea éste quien sea.

Lo sé, en ocasiones me atrapa el pesimismo. Es por ello que decido retomar la historia del balón perdido, el que llegó a las costas de Alaska. Finalmente apareció el dueño: un joven japonés que había perdido su amado esférico entre las turbulencias asesinas del tsunami que el pasado año asoló el País del Sol Naciente. 


Largo recorrido había demorado por entre las aguas la citada esfera de cuero, hasta llegar a otras costas donde pudo ser rescatada y, vía internet, regresar, de nuevo, a los pies de quien tanto lo había utilizado. Quizás la firma indeleble que, como humanos, dejamos en nuestro Planeta sea, en vez de sentencia, algún día salvación, y pueda llegar a otras costas más amables, más fraternas, que lo acojan, lo cuiden y lo devuelvan con cariño a quien tanto lo golpeó antaño. Quizás lo recojamos con cariño entre nuestros brazos y dediquemos, a partir de entonces, nuestros más encomiables esfuerzos a preservarlo, aunque ya sólo quede en él nuestro pernicioso autógrafo.

Tal vez sería suficiente con que recordásemos cuantos mágicos momentos nos ha proporcionado este maltratado balón de cuero.

Casualmente en estos días Japón da los últimos pasos hacia el "apagón" nuclear, ante las iras e indignaciones de "los mercados", que aseguran que tal acción sólo conllevará el hundimiento de la economía nipona.

1 comentario:

  1. Gracias Pablo por estas ligeras dosis de melancolía (siempre más femenina que el pesimismo y por tanto más amable) que nos permites compartir, melancolía para mí más sensata que la euforia provocada por los movimientos de las botas futboleras

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soy todo oídos...