jueves, 24 de mayo de 2012

de repente, el último verano

La calle se desdibuja al compás de las temperaturas extremas, y susurrantes ejércitos de polen inician la guerra de guerrillas que asediará las mucosas y pupilas de millones de ciudadanos.

Nos secuestra los días una primavera disfrazada de verano, y los voceros del apocalipsis disfrutan su indolente terrón de refrescante agua mineral y violenta soflama, en los amargos escenarios de las tertulias televisivas. Pronostican el hundimiento silente de toda una sociedad que, ayer, salía a la calle a refrescar el gaznate en los abrevaderos alcohólicos de las terrazas y la festividad aplazada, en bares y garitos de toda índole. Hoy, no los mismos, pero sí algunos de entre ellos y otros muchos que sólo pueden gozar del falso refrigerio de un vaso de agua inflado de precio, en los escuetos salones de la hipoteca feroz, salen a la calle para bramar las consignas de su mala fortuna, esa que engorda las cuentas corrientes de quienes pretenden dirigir sus hastiados pasos.

Pasear las calles. Sorteando la marea humilde de la indignación, o integrándome a ella. Olvidando mi salmónido espíritu para descubrirme igual a mis iguales, a pesar de tan distinto. Y el sol de esta falsa primavera incendiando la pacífica campiña de las cabelleras ciudadanas.

Se suceden los gestos, las propuestas, las acciones que grupos de vecinos trocados en proletaria familia, deciden emprender para combatir el alérgico ataque del polen esparcido desde las cumbres del poder, ése que pretende nublarnos la vista y silenciarnos la garganta. Incluso se hace pública defensa, en televisión, de significar nuestra rabia portando una camiseta puesta del revés, como símbolo del ansia que tengamos de darle la vuelta al mundo. Yo propugnaría salir a la calle sin camiseta, como símbolo del desnudo que ya muchos tienen que vivir en estos tiempos. Amén que sería más grato sortear una marea de hombros y pechos desnudos, en plena ebullición de luces y sombras que jueguen al escondite en los recodos en que la piel humana destila sudores y sabores. Abandonarse, lúbrico y lúcido, a un aluvión sonriente de piel evanescente, ¡ay! Acariciar sin disimulo otras pieles que broten del asfalto para recordarnos nuestra condición humana, y el hecho de que una corbata no es más que una soga de la que colgarse al inicio de la jornada laboral, y un vestido de alta costura sólo el ataúd presuntuoso de la gana de sorber la vida a dentelladas.

Regresado a la que siendo aún mi casa al punto está de dejar de serlo, recopilo las llamadas perdidas de amigos que me recuerdan que el asfalto de ciertas calles, las barras de algunos bares, los andenes de diversas estaciones de suburbano ya comienzan a añorarme.
Amigos que no desean mi marcha. Abrazos que me reclaman. Las calles de la ciudad arrasadas de pasos y aplausos indignados, de pieles y pupilas enrojecidas (el polen, me digo), de calores y cóleras sofocantes que invitan a desnudarse. Y mi rostro arrasado en lágrimas. Confío en que sirvan al menos para regar las adoquinadas grietas de la ciudad y que, quizás, tal vez, broten un día de ellas ramilletes de esperanza.

Y volver, volver ... decía la canción.

Es la melodía insomne a la que pretendo aferrarme cuando asumo que, a pesar de todo, gloriosas dosis de amor envenenan las callejas en que esta ciudad juega a enredarse, y surgen nudos como corazones en que anida el cachorro de un abrazo que, antes de mi partida, ya me reclama.Quizás, a mi regreso, quién sabe, no sólo encuentre en las calles de Madrid la caricia fraterna del amigo, sino también la primaveral tapicería de una multitud que obstruya las avenidas infartando la ciudad de futuro y esperanza.

A los amigos que son, y a los que lo serán algún día...gracias. Hoy asumo que no existe palabra más bella.

1 comentario:

  1. La amistad se hizo verano. Y el verano, se tiño de abrazos. Madrid, permanecerá a la espera, al igual que los abrazos, de aquel gran escritor que cambio el sol de la capital, por la noche en nuevos paisajes.

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soy todo oídos...