jueves, 2 de febrero de 2012

cada cosa a su tiempo

Me sorprende de continuo la cantidad de actividades que, de manera equívoca, dedicamos a momentos que no son los adecuados.
Me explico:
asistes a un concierto de rock y un grupo de personas que, como tú, han abonado el importe de la entrada, se dedican a comentar y festejar en alta voz (compitiendo con la del cantante del grupo protagonista) sus últimas correrías
esperas cruzar un paso de cebra y al punto estás de ser atropellado por un conductor que acelera quizás estimulado por el estruendoso volumen de la música en el interior de su vehículo
te afanas por finalizar un importante informe para tu superior laboral y al solicitar ayuda de tu compañero le descubres navegando por la red, colgando insípidas anotaciones en su facebook, lanzando tweets al ciberespacio...
y la preferida: preparas un largo viaje y nunca olvidas colocar, entre los materiales que te acompañarán, un libro, a más grueso mejor. Sí, el viaje, en excesivas ocasiones parece ser el momento idóneo para la lectura. Y entonces... ¿para qué viajas?

El caso es que cada cosa tiene, o debería, su tiempo, y nosotros lo equivocamos mezclando y mixturando sensaciones que, así, raramente nos producirán el efecto deseado.

Viajar en Metro, acomodarse en la fragancia sudorosa de cuerpos ciudadanos, en el subterráneo, es quizás, para muchos, la coartada perfecta para la lectura. Pero el viaje en Metro es viaje al fin y al cabo y, como tal, debiéramos prestarle la misma atención que a esos que realizamos allende las fronteras patrias. ¿Deberíamos, digo? Perdón, sólo es sugerencia, y mal ejemplo soy yo mismo cuando tantos kilómetros de tinta han devorado mis pupilas al amparo de los kilómetros suburbanos. De hecho, esta misma mañana, he entrado al vagón de metro libro en ristre, dispuesto a devorar palabras que hiciesen menos doloroso el amanecer apócrifo del transporte subterráneo. Pero, afortunadamente, mi deambular visual se ha detenido, herido y enamorado, en la figura que ocupaba el asiento ubicado frente al mío. Sí, frente a mí, una joven mulata dibujaba un rosado bostezo prolégomeno del sueño. Me he sentado, he cerrado el libro dejándolo reposar en mi regazo y, seguro de no ser observado, me he deleitado en observar a la muchacha, que ya se acurrucaba, indolente, entre los brazos de Morfeo. Las estaciones se han sucedido y mi bovino mirar ha permanecido, mientras, abrevando en los labios de esa frágil ninfa de sueño y ébano, en el sombreado milagroso de su piel de incandescencia, en el dibujo niño de sus músculos durmientes. Han pasado estaciones, minutos, vidas, y yo he olvidado mi destino y el motivo de mi desplazamiento. Intuyo que ella también. Llegados a la estación postreara de la línea 1 ella continuaba dormida y yo, impertérrito, acomodado en el eco oscuro de su respiración entrecortada.

Cierto: el viaje (sea en avión, a pie, o en Metro) no es momento dedicado al sueño, ni a la lectura.

Así que, por un instante, he pensado despertar a mi oscura ondina, indicarle que estábamos en el final de la línea, en lo más profundo de este lago de piedra insomne y dolorida que es el suburbano. Pero, disculpadme, yo respeto mucho el descanso ajeno y, además, hoy no tenía ganas de leer, prefería seguir viajando.

El vagón ha iniciado su camino de regreso con nosotros dos como únicos pasajeros.

1 comentario:

  1. En parte tienes razón, si no habrimos nuestras mentes en los viajes la vida se pasa y no nos damos cuenta de ello, pero también entiendo a todas estas personas que se quieren evadir en un libro, en una canción, ..no sabemos que pasan por esas cabezas, los sueños rotos, el dolor de una ruptura, la presion en el trabajo o la incertidumbre y,... ¿quien no ha puesto una banda sonora a un viaje?, ahora mientras escribo estas palabras, escucho de fondo "licenciado.." y le pega, estimula la mente, libera emociones.

    ResponderEliminar

soy todo oídos...