viernes, 20 de enero de 2012

vidas cruzadas

 inspirado por la canción homónima de Quique González

Hay un murmullo de piel recién vestida.
Hay un rizo de tiempo extirpado al calendario.
Hay una serena sombra de melancolía.
Hay una nociva gana de perder memoria.
Hay un estanque de besos cautivos del olvido.
Hay un rasguño de miedo lejano.
Hay una caricia ebria tropezada en el fango.
Hay una urgencia sonora escondida bajo la mesa.

Hay tantos caminos truncados, tantas esperanzas breves, tantos proyectos estrujados entre las fragantes vísceras de las vidas que dejamos cruzadas. Tantos embriones de sueños, tantos futuros nonatos, en ese ir y venir con que, alocados, recorremos el empedrado impreciso de nuestros días. Y de tanto en tanto regresan, para recordarnos que un día fuimos muy otros o, tan sólo, demasiado nosotros, al amparo de sonrisas, gestos, palabras, repudios o fraternidades de aquellos que, entonces, incendiaron nuestros calendarios y hoy, ya, no sabemos dónde esparcen las cenizas de el tiempo que con ellos compartimos.

Vidas cruzadas. Mirar atrás e intentar aprehender, con la imaginación, las huellas que en ellas dejamos: daño o provecho, felicidad o desamparo, igual da, ya nunca lo veremos.
Vienen en la noche ciega a cegarnos el sueño, a descorrer el visillo recio de la pesadilla. Se instalan en nuestro recuerdo, y lo violentan, engendrando nostalgias y pesadumbres.

Vidas cruzadas. Atropelladas por nuestro loco acelerón de urgencia y miedo. Maltrechas sobre el ruidoso asfalto de nuestros planes. Despedazadas por el rumbo salvaje que impusimos al velero etéreo de nuestras apetencias.
Amigos, amores, compañeros, personas que un día enhebraron su ritmo a la indolencia vital del nuestro. Lámparas que iluminaron la noche tierna de nuestros deseos y hoy, sólo, y ya no por mucho tiempo, semejan breves luciérnagas, en huida hacia la ciega ausencia del olvido.

Vidas que dejamos cruzadas, ¡tanta prisa llevábamos!, ¿cómo habrán sobrevivido a nuestro acelerón salvaje?, y ... ¿por qué decidimos seguir corriendo?, ¿cuándo habremos de parar, al menos un momento, e instalarnos sin rubor en la cálida morada del beso aún no dado, la palabra no dicha, la oportunidad no desdeñada? Corremos, creo, porque las sentimos pisándonos los talones, porque nos persiguen y tememos descubrir la herida tierno que, un día, tatuamos en su pecho.

Hoy no me apetece correr. Quiero ir despacio. Detenerme y recordaros.





2 comentarios:

  1. Una reflexión bella y profunda, Pablo.
    Besos

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  2. Que cierto es, nos pasamos toda la vida corriendo, dejando demasiadas cosas aparcadas.

    Brindo por esta reflexión y por los momentos de calidad.

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soy todo oídos...