jueves, 15 de diciembre de 2011

un lírico despertar

La soledad de la casa (ausencia de ti que hoy decora las paredes), consigue que equivoque la mañana y hasta el desayuno. No he tomado café, no me he preparado ninguna tostada, ni siquiera he fumado un cigarro. He despertado a horas imprudentes y, sintiendóme lírico, he decidido dolerme en estas frases que ahora escribo, ahuyentar así la brisa norteña de tu alejamiento.
Debe ser cierto que a toda noche de excesos le sigue una mañana de melancolías. Al menos así quiero suponerlo, ahora que no me atrapa el olfato tu perfume de ducha reciente.

Defiendo una firme creencia en la necesidad de tener despertares líricos, amaneceres en que olvidemos por un momento las cotidianías prácticas de la vida, para dejarnos mecer por la brisa susurrada de ese sentido que a la vida, aunque queramos, no encontramos.
Supongo que algo similar sentiría José, un labriego habitante de la Isla de Taquile, en el Lago Titicaca (en la parte que los gobiernos decidieron perteneciese al Perú, y no a Bolivia). Cada mañana, José despierta antes de que el sol prenda su hogera milagrosa de vida a medio hacer, asomando por entre las cordilleras bolivianas. Despierta José, ya digo, sólo por ver el nacimiento diario del Astro Rey, pero quizás, también, por verlo nacer de las entrañas de la tierra boliviana, por soñar las vidas distintas a que da su calor, allá, en otra nación, en otra tierra que, al fin, resulta ser la misma. ¿Qué sentido tienen las fronteras? ¿Qué fronteras nos imponemos cada día, al despertar? Preguntárselo es motivo suficiente para sentirse lírico, creo.


El caso es que mi lirismo se debe a una noche en que te añoro y decido retrasar el tiempo de enfrentarme a la crueldad fragante de las sábanas carentes de ti. Y despierto demasiado tarde.
El lirismo de José ignoro a qué responde. Sólo puedo afirmar que la noche que pasé en su casa de adobe fue larga, demasiado: prolongadas, espaciosas, extensas charlas y sonrisas alrededor de una hoguera. Yo desperté temprano y dolorido de sueño no disfrutado, la gélida temperatura me devoraba los dedos de los pies. Él ya estaba despierto, vestido, aseado, a la puerta de su humilde propiedad, disfrutando de un glorioso amanecer que incendiaba las mareas silenciosas del lago. Sonreía. Una sonrisa leve y lírica que no precisa de explicación, como la mía, hoy, aquí, en estas líneas.

Tu estás de viaje y regresas en breve. Es motivo suficiente para que yo esquive el sueño y me despierte lírico. Recuerdo a José y pienso que mi lirismo es pura pose, ¡vaya!




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