sábado, 31 de diciembre de 2011

disfraz de año nuevo

Ahora que el año se acaba, desprendidas ya las vestiduras de ilusión y sueño con que lo engalanamos en su inicio, desnuda ya su piel de días gastados y planes fracasados, miramos al que le ha de suceder y comenzamos a confeccionarle nuevo disfraz de esperanzas.

Es ahora que el año muere, desnudo, entre la siega repentina de los abrazos no dados y los besos escondidos, que negamos dirigir la mirada a su piel gastada y decidimos orientar las huellas dactilares hacia la promesa de goce que nos ofrenda el año venidero.

Le vestiremos de fiesta y murmullo, de futuro no escrito y alegría de cosecha virgen, y soñaremos con ir desnudándolo, día tras día, con el ánimo encendido por la promesa de carne fresca de su transcurrir exacto.

Dedicaré unos minutos, sentado y silente, a rescatar el vuelo de los días futuros del pico de las gaviotas que juegan a revolverlos con los sentimientos, a la hora del café matutino.

Encenderé un cigarro asomado a la proa del tiempo que nos va a ser regalado, sólo por soñar que en esta ocasión, no, no lo malgastaremos.



mis mejores deseos para el año venidero

viernes, 30 de diciembre de 2011

teoría de la involución

Informábamos hace unos días de la muerte del dictador norcoreano Kim Jong Il. Tenemos hoy que dar triste noticia sobre otro fallecimiento que, si bien no nos provoca la inquietud del anterior, nos resulta más penoso: a los 80 años de edad, ha fallecido la Mona Chita. Quizás este otro famoso de reciente deceso nos resulte más cercano al ser humano que el anterior... quizás.

Los motivos que dieron fama al chimpancé son de sobras conocidos por todos aquellos que ya nos asomamos (o dejamos atrás) la turbadora frontera de los 40: acompañó al todavía cuerdo Jhonny Weissmuler en, al menos, 12 de los films en que este interpretó a Tarzán, ése héroe de nuestra niñez. Su comportamiento vivaracho y socarrón consiguió que más de uno comenzásemos a considerar las teorías de Charles Darwin como acertadas, aún en contra de lo que los poderes religiosos se empeñaban en hacernos creer.
Ardua lucha la de Darwin. Es lo que tiene formular teorías siendo agnóstico declarado a pesar de colaborar con la parroquia local, luciendo tupida barba blanca de aspecto mendicante, y habiendo consumido la mitad de la vida vagabundeando el planeta en compañía de extraños utensilios y no menos insólitos camaradas: el común de los mortales se negará a creer dichas teorías, y las considerará producto de una mente enajenada. A renglón seguido del breve informe sobre el deceso del chimpancé, nos sorprende el noticiario con las declaraciones de un vecino del piso en que varias transexuales ejercían la prostitución y que, muy cargado de razón, explica la "anomalía" de dichas profesionales. Comprobamos pues, que al igual que al científico tacharon en su época de enfermo y desviado por pretender alejar su origen divino del camino marcado, tachan hoy de desequilibradas a aquellas personas que hacen pública repulsa de su sexo asegurando que está equivocado, que les corresponde el contrario, pretendiendo por tanto anular así su origen divino. Bien es cierto que no apoyan sus aseveraciones en ningún estudio o teoría, sólo en sus más íntimos sentimientos.

Acudid a "la red" para rastrear noticias sobre la muerte de la celebérrima chimpancé, y descubrid que a pesar de haber ocupado las pantallas de las televisiones, durante tantos años, como fémina, resultó ser un ejemplar varón. Ignoramos si el cambio de sexo respondió a los propios sentimientos del animal, o a la preferencia de los estudios holliwodyenses por una contraparte femenina que evitase así hacer sombra, con la armonía de su entendimiento, a la lucidez algo asilvestrada del protagonista macho, esto es, Tarzán.

No habiendo contemplado las mismas escenas de lacerante duelo por su fallecimiento que acaecieron en el de ese otro famoso (el norcoreano), nos preguntamos si el público en general muestra así su repulsa a la teoría de la evolución (y, de paso, al cambio de sexo), y niega la posibilidad de que el chimpancé haya alcanzado un estatus más alto, en el desarrollo homínido, que el fenecido dictador. Quizás la Mona Chita quede sólo en el imaginario popular como un excéntrico animal que quiso ser humano, demasiado humano.

¿Que opinaría Darwin de todo esto?

martes, 27 de diciembre de 2011

el heroísmo de un beso

Asisto conmocionado a la inacabable lista de epítetos bélicos con que una comentarista deportiva hace referencia al último encuentro en la cumbre (futbolístico, ¿cómo no?). Resulta que los jugadores son "gladiadores", el campo de juego es "la arena", y "la encarnizada batalla, a cara de perro, en la que sólo uno de los dos equipos se alzará con la victoria" pone en evidencia la "artillería pesada" de los contrincantes. Uf, a mí me daría miedo asistir a un partido de fútbol. 
Afortunadamente hay "representantes de nuestra bandera" (¿renacen los nacionalismos?) en otras modalidades deportivas de las que, al no ser tan productivas (económicamente hablando), tenemos la suerte de ahorrarnos la visión de la batalla, y podemos gozar únicamente del cálido, desaforado recibimiento que los seguidores ofrecen a los victoriosos hidalgos, en el Aeropuerto de Madrid-Barajas. Se les recibe como a héroes, aunque hasta ayer no supiésemos de su existencia.

Bowie&Pop (cortesía de "la red")
Fue allá por los años 70 del pasado siglo que el cantante Iggy Pop acompañó al maestro David Bowie, durante una corta temporada, en la ya dilatada estancia de éste en la ciudad de Berlín. Tiempos convulsos en que la capital germana lucía esa furiosa cicatriz que separaba su rostro convulso en dos secciones bien diferenciadas. Bowie se encontraba en Berlín, junto con Brian Eno, dando forma a una de las más prestigiosas trilogías musicales de la historia del rock, la que conformarían los álbumes Low, Heroes y Lodger. Luchó durante ese tiempo, el músico, contra el fantasma  recio de su adicción a las drogas, amén de contra la voluble musa de la creatividad. Pero el bueno de Pop no estaba aún tan preocupado por abandonar los excesos y, mientras Bowie permanecía en casa dedicado a sus nuevos experimentos sónicos, se dedicaba a deambular por Berlín en busca de fiesta insomne y cocaína asequible. 

En la nochevieja de uno de aquellos años, Pop asistió, emocionado, a una celebración en un tugurio infectado de aguerridos y violentos punkis. Al sonar las doce campanadas que dejaban paso al nuevo año, los jóvenes congregados en el local comenzaron a golpear un tabique de cartón piedra que habían puesto en pie, en medio del local, simbolizando ese otro muro que los separaba de sus amigos, familiares, amores, conocidos del Este. Habiendo derribado aquella burda copia del muro, comenzaron a derrumbarse ellos mismos, los jóvenes punkis, y a sollozar (o llorar sin disimulo) abrazados unos a otros. No era más sólido el punk que la cruel argamasa en que se asentaba el Muro de Berlín. Ni que decir tiene que, esa noche, Pop abandonó el último gramo de coca y regresó cabizbajo a casa.
Días después, Bowie daba fin a la composición de Heroes, una canción en que el fantasmal abrazo de unos amantes separados sobrevuela la violencia circundante, sólo por sumergirse en ese beso de amor que no debería nunca finalizar, afirmando una y otra vez que "podemos ser héroes, al menos por un día, mientras las balas silban sobre nuestras cabezas".

Compruebo que el concepto de héroe ha sufrido numerosas mutaciones desde los tiempos del Olimpo griego, y a gran número de personas podemos aplicarlo. Tanto son los héroes deportivos que celebran la gesta en el Aeropuerto, como la pareja de amantes que lucha contra las adversidades sólo con la esperanza de ahogarse en un abrazo que les transporte bien lejos de este mundo. Yo, puestos a elegir, me quedo con los héores de Bowie. Eso sí, no me pidáis que vaya a recibirlos a ningún aeropuerto.



viernes, 23 de diciembre de 2011

la suerte viene de lejos

Ayer fue día festivo para muchos nacionales, quizás no tantos como todos desearíamos. Fue jornada de alegría (y coma etílico, en algún caso) para todos aquellos a que la varita mágica de la fortuna quiso revestir con su cálido manto de sueños. O sea, que a más de uno le tocó la lotería de Navidad, y aún anda festejando, entre algarabía de petardos y torrentera de cava.

El caso es que el despliegue de alegría y emociones desatadas, con que las televisiones invadían ayer nuestra mísera intimidad, consiguió que una sombra de lágrima asomara a mi rostro. Lágrima feliz, lágrima entusiasta, salina cucharada de alborozo redecorando mi faz. Cantan, beben, gritan, saltan los afortunados y yo...derramo felices sucedáneos de lágrima. Pregunta retórica: ¿me estaré haciendo viejo?
Quiero suponer que la manifestación sincera de la felicidad nos hace vulnerables, y olvidamos la condición, el carácter, signo político y condición sexual de los favorecidos por la Diosa Fortuna, siempre y cuando éstos hagan pública manifestación de su dicha. En una país de plañideras extasiadas ante la fatalidad del prójimo con la excusa de "puedes llorar en mi hombro, faltaría más, para eso están los amigos", satisface reconocer, de tanto en tanto, que no es tan difícil, ni tan trágico, congratularse del júbilo ajeno.

De entre las imágenes e historias que los noticiarios traen a nuestra mesa, a la hora de la comida, me quedo con el deseo formulado, en torpes papel y caligrafía, por un niño que pide a sus padres, caso de ser agraciados con alguno de los premios, que le regalen un dinosaurio. Confío en que, ocurra lo que ocurra, no cometan dichos padres el disparate de gratificar al niño con un saurio de peluche, o uno de esos de plástico homologado que emiten sonidos metálicos cuando les aprietas la cola. Que no traicionen los sueños de ese niño poeta. 
También hacen nido en mí, ya para siempre, las palabras de una octogenaria asistente al sorteo que, embelesada por el rostro de una de las chicas que han "cantado" alguno de los premios (no sé cuál, no presto atención a las cantidades económicas), proclama en alta voz y repetidas ocasiones "mírala, ¡qué carita!, parece un ángel". La carita de que habla la anciana lleva labrados en sus párpados y en su sonrisa siglos de piedra y doloroso expolio. Es un rostro de indígena andina. Facciones acentuadas por el gélido genoma del altiplano. Rasgos de diosa inca. Ayer la miraban con desprecio, y la señalaban al pasar, susurrando torpes epítetos que se pretenden ingeniosos (machu pichu, panchito, payopony, y en este plan).

Derramo, ahora sí, una lágrima, soñando que esa indígena es hoy el ángel que, en vez de venir a nuestro mísero terruño a robarnos el trabajo e imponer sus incivilizadas costumbres, puede que haya acudido sólo en ayuda de cientos de personas cuya economía comenzaba ya a flaquear. O aún mejor, quizás sea el ángel infantil y agreste que venga, desde tierras lejanas y feroces, a depositar entre los brazos de ese otro niño un dinosaurio real, no de juguete, un dinosaurio extirpado (en esta ocasión con cariño) de sus primitivos pastos andinos. 
 
Ya digo, me alegro por los beneficiados en la tómbola de la suerte. Me estoy viniendo viejo.




miércoles, 21 de diciembre de 2011

pasear la poesía

Tuve la fortuna de poder ver, en la2, hace un par de noches, el último documental que a la figura, aún viva, de el maestro Enrique Morente se dedicó. 
Me subyuga su cante de caverna ciega, me apabulla su presencia de duende mitológico y subterráneo. Pero, especialmente, me doblega su poético pasear, ese caracolear las calles de Granada desgranando anécdotas, queriendo aferrar la sombra que el recuerdo juega a pintar en las blancas paredes del Albaicín. 

Lamentablemente, el director del documento se pierde en su propia necesidad de engrandecer la figura ya grande del cantaor, equivoca la poesía de Morente buscándola en un acúmulo de imágenes que, sin orden reconocible, se suceden una tras otra como en uno de esos videoclips de los que nada entiende nadie. Pero en este caso no hay imágenes impactantes, ni proyecciones digitalizadas que sustraigan nuestra atención del discurso principal, esto es: la canción. Aquí la canción debería haber sido ese paseo de Morente por el Albaicín granadino, y el director la cercena cuando a punto está de separarse del suelo para emprender poético vuelo.

Supongo que es signo de los tiempos que pretendamos aprehender la magia mediante espectaculares y atronadores trucos de mal feriante. Buscamos el ruido, lo veloz, lo desmesurado, y olvidamos lo lírico del gesto mínimo y pausado.

Pasear Granada es, ya de por sí, un acto poético. Pasearla como lo hiciese Federico García Lorca, sosteniendo entre sus manos un ramo de sangre y latido, revuelto su cabello por un el viento moreno que juega escondite tras las esquinas, zapateando los adoquines dolientes de la existencia, escuchando la guitarra de tinta y duende que solloza tras los blancos muros de la ciudad sin sueño. O pasearla junto a Morente y escuchar de sus labios la anécdota de aquella chiquilla epilética de su infancia: pudo él presenciar un ataque que la niña sufrió, y ante la suposición en alta voz del director de que utilizarían una cuchara de madera para que la pequeña no se mordiese la lengua, Morente aclara: ¡qué madera, ni qué coño!, ¡de metal, de lo que hubiese! Pura poesía mínima, ya digo, truncada en esta, a pesar de todo, emotiva y valiente cinta.

Confío en que más adelante alguien quiera y pueda sacar a pasear por Granada la poesía de Morente, con modestia, sin alharacas. 

Así lo hizo ya el anónimo artista que tan bien supo ensuciar el muro de la foto con la poesía de mi amada ciudad.

lunes, 19 de diciembre de 2011

los esclavos también lloran

Ha muerto Kim Jong Il, el déspota nocoreano que, durante años, ha mantenido en vilo a las fuerzas del Orden Internacional. No nos sorprende el fallecimiento del dictador, añoso ya por lo que las pocas instantáneas de su rostro nos han permitido intuir. 
Nos sorprenden las imágenes con que el régimen de aquel país ha invadido las televisiones internacionales, hoy. Desgarradoras estampas de uniformes e uniformados ciudadanos deshaciéndose en llantos. Algunos, incluso, autoinflingiéndose dolorosas bofetadas que les permitan superar el dolor por la pérdida de El Líder. Cuando viajé por Corea del Sur promocionaban, ciertas agencias de viajes, la visita de la DMZ, la Zona Desmilitarizada, esto es: la frontera más militarizada del Planeta, la que separa las dos Coreas. No quise visitar dicho lugar, el morbo no me pudo. Imagino que me asustaba llegar a intuir el llanto de los vivos que aún lloran sus muertos, o el de los muertos que aún no saben que ya lo están.


Recuerdo con cierto cariño determinadas películas que veíamos en familia, los sábados por la tarde, después del telediario. Dichos filmes, de procedencia norteamericana mayormente, ahondaban, amén de en los valores propios de un sheriff que como tal se precie, en cierta mirada amistosa y condescendiente sobre las costumbres de los esclavos negros de las plantaciones que regentaban los protagonistas. En 9 de cada 10 de aquellas historias existía un hacendado, propietario de rancia plantación o señorial mansión, que precisaba del trabajo físico de hombres y mujeres de raza negra sin contrato temporal ni derecho a subsidio por desempleo. Aprendimos con aquellas sesiones televisivas que los esclavos también lloraban, y que incluso lo hacían cuando su benévolo dueño sufría por la pérdida de unos caballos, la boda no deseada de una hija o el quebranto de una cosecha. Y descubrimos también, ¡ay!, que lo negro es bello, y que la tensa piel de ébano que recubría aquellos esclavizados llantos era más hermosa y elegante que el arcaico pergamino que rodeaba la mirada hosca del blanco terrateniente, que las mujeres negras no precisaban más que harapos para esconder la amenaza de incendio de sus voluptuosos cuerpos, mientras que los de las hijas del latifundista quedaban ñoños, desvaídos, en sus melindrosos atavíos y miriñaques.

Evoco el llanto de los negros del rancio celuloide y, a pesar de lo retrógrado del mensaje, rescato de su sollozo la energía que supo, años después, reconducir el futuro de toda una raza. La energía de los esclavos, quiso llamarla y bendecirla mi amado y siempre bendito Leonard Cohen. Él no hablaba de los negros en concreto pero apelaba, en general, a todos los humanos que, al albur de un mínimo movimiento, pueden sentir las cadenas que les atenazan y esclavizan. 

Pienso en los llorosos norcoreanos con que nos bombardean hoy las televisiones y me pregunto dónde residirá su energía, y si esta les hará libres algún día.

viernes, 16 de diciembre de 2011

absolutamente moderno

Proclamó el joven Rimbaud, cercano ya a dar por zanjado su fugaz y glorioso paso por la creación poética, que era preciso "ser absolutamente moderno".
Pienso en el daño causado por la incendiaria proclama rimbaudiana. Tal es el estropicio, que si pretendes advertir a alguien del aspecto revolucionario de la citada frase, lo más que obtendrás será una mirada condescendiente, similar a la que emplea más de uno al ver jugar baloncesto a un minusválido. Esto es: se da por sentado que, hoy, todos podemos ser modernos. Lo dicen en la tele, y en "la red".

En la Zaragoza de los años 80 del pasado siglo, un incipiente músico tomó la decisión de llevar a la práctica la máxima de Rimbaud. Comenzó cambiando su nombre por el de un personaje creado por Oscar Wilde. Era sólo el principio. A día de hoy, Enrique Bunbury, ese músico español que comete el pecado de querer ser absolutamente moderno, es denigrado y adorado a partes desiguales. Permitánme situarme en el bando débil, más después de haber podido degustar su última genialidad, de nombre Licenciado Cantinas
Y me explico: ha parido, el maño, un trabajo conceptual en que, tomando como hilo narrativo añejas (o no tanto) tonadas y cadencias latinoamericanos, nos entrega un vendaval de percusiones y ambientes sonoros en que los citados ritmos, más que darse la mano, se aferran al sexo de la música de esa otra parte del continente que han dado en llamar Estados Unidos. Así, el bolero se tiñe de texmex, el vals peruano arranca gemidos country, el corrido mexicano se ensucia de hillbilly, la salsa se embadurna de bluegrass, la milonga respira blues, o el tango se vuelve fronterizo, consiguiendo convertir parte del heterogéneo cancionero latino (sin que éste pierda sus señas de identidad) en un crisol de admirable armonía, que invita a ser degustado con atención y sin prisa. La voz de Enrique, limadas ya muchas de sus asperezas por años de aprendizaje, sobrevuela, sabia y comedida, serena pero intensa, toda la obra. Una producción compacta, redonda, ausente de pretenciosos aspavientos. Un producto que exuda sinceridad y está a la altura de los que, de tiempo en tiempo, nos regalan los genios musicales de allende los mares. Habrá quien se mofe y lo acuse de rancio, poco moderno.

Ignoramos que ser moderno, según Rimbaud, no es parecerlo siguiendo la estela de aquello que nos impongan los titiriteros de la mercadotecnia. Hay que ser moderno a cada hora, a cada instante: "vivir en moderno". Aunque eso suponga consumir absenta  y hachís hasta la intoxicación, dormir con los mendigos en la calle o abandonar la poesía a los 20 años, después de haberla cambiado para siempre, dedicándote, a partir de ese momento, a una vida silvestre sustentada en la venta ilegal de armas, por ejemplo. Otra opción sería convertir las rancias sonoridades estadounidenses (roots, lo llaman "los modernos") en alquimia sónica, tal como Wilco hacen. Claro, olvidé que los citados son norteamericanos, no maños.

Enrique Bunbury (cortesía de "la red")

Absolutamente moderno, ya digo. 

Quien así no lo considere dispone de mil y una opciones en que dilapidar sus ansias de novedad. 


¡Enhorabuena, Enrique!


jueves, 15 de diciembre de 2011

un lírico despertar

La soledad de la casa (ausencia de ti que hoy decora las paredes), consigue que equivoque la mañana y hasta el desayuno. No he tomado café, no me he preparado ninguna tostada, ni siquiera he fumado un cigarro. He despertado a horas imprudentes y, sintiendóme lírico, he decidido dolerme en estas frases que ahora escribo, ahuyentar así la brisa norteña de tu alejamiento.
Debe ser cierto que a toda noche de excesos le sigue una mañana de melancolías. Al menos así quiero suponerlo, ahora que no me atrapa el olfato tu perfume de ducha reciente.

Defiendo una firme creencia en la necesidad de tener despertares líricos, amaneceres en que olvidemos por un momento las cotidianías prácticas de la vida, para dejarnos mecer por la brisa susurrada de ese sentido que a la vida, aunque queramos, no encontramos.
Supongo que algo similar sentiría José, un labriego habitante de la Isla de Taquile, en el Lago Titicaca (en la parte que los gobiernos decidieron perteneciese al Perú, y no a Bolivia). Cada mañana, José despierta antes de que el sol prenda su hogera milagrosa de vida a medio hacer, asomando por entre las cordilleras bolivianas. Despierta José, ya digo, sólo por ver el nacimiento diario del Astro Rey, pero quizás, también, por verlo nacer de las entrañas de la tierra boliviana, por soñar las vidas distintas a que da su calor, allá, en otra nación, en otra tierra que, al fin, resulta ser la misma. ¿Qué sentido tienen las fronteras? ¿Qué fronteras nos imponemos cada día, al despertar? Preguntárselo es motivo suficiente para sentirse lírico, creo.


El caso es que mi lirismo se debe a una noche en que te añoro y decido retrasar el tiempo de enfrentarme a la crueldad fragante de las sábanas carentes de ti. Y despierto demasiado tarde.
El lirismo de José ignoro a qué responde. Sólo puedo afirmar que la noche que pasé en su casa de adobe fue larga, demasiado: prolongadas, espaciosas, extensas charlas y sonrisas alrededor de una hoguera. Yo desperté temprano y dolorido de sueño no disfrutado, la gélida temperatura me devoraba los dedos de los pies. Él ya estaba despierto, vestido, aseado, a la puerta de su humilde propiedad, disfrutando de un glorioso amanecer que incendiaba las mareas silenciosas del lago. Sonreía. Una sonrisa leve y lírica que no precisa de explicación, como la mía, hoy, aquí, en estas líneas.

Tu estás de viaje y regresas en breve. Es motivo suficiente para que yo esquive el sueño y me despierte lírico. Recuerdo a José y pienso que mi lirismo es pura pose, ¡vaya!




martes, 13 de diciembre de 2011

somos miedo

Veo acercarse el invierno, con su traje de rey destronado, con sus vendavales de escarcha silenciosa y feroz, con su quedo batallón de virus organizando el ataque. Es, por tanto, que la fiebre, la enfermedad, como novedoso anticipo del invierno, ha tomado posesión de mi cuerpo, y vivo días en que el espacio se me antoja dúctil, las horas acuosas...la temperatura repite viaje, una y otra vez, en una montaña rusa de tiritonas y ardores.
La enfermedad, invariablemente, nos visita como lo hace esa tía lejana que creemos no haber visto hace siglos, pero que, fiel a su cita anual, viene a recordarnos todo el catálogo de familiares difuntos y tragedias cotidianas que acumula nuestra memoria. La enfermedad como memoria ulterior de la muerte, eso parece. 

Finalicé anoche la segunda y última temporada de Romanzo Criminale, una teleserie italiana de factura impecable, que poco tiene que envidiar a esas hermanas estadounidenses que tan absorto tienen a medio mundo de televidentes. ¡Ah! y es más corta, más asequible, sólo 23 capítulos, qué pereza enfrentarse a las 7, 8, 14 "temporadas" de las más exitosas, ¡demasiada epopeya! 
En Romanzo Criminale, asistimos al nacimiento, grandeza, declive y extinción de una banda mafiosa que hace de la Ciudad Eterna su campo de entrenamiento. Y nos gusta, mucho. Porque, como toda historia de delincuentes que se precie, nos regala ésta todo un catálogo de los más profundos e inalienables sentimientos del ser humano, sin disfrazarlos con las vestiduras de la moral y el buen proceder. No es fácil evitar la simpatía hacia los personajes de acciones más deleznables, los más violentos, los menos piadosos. Y es así porque, desde el inicio, adivinamos en su proceder la huella profunda del miedo. Viven su vida en el hampa como una larga enfermedad cuyos síntomas pretenden evitar, pero cuyas consecuencias están seguros de tener que sufrir algún día. Como en la vida de uno. Como en la vida de cualquiera.

Es ahora que la enfermedad me viste de miedo cuando admiro más a estos personajes. Ellos son capaces de disfrazar el pánico del seguro hundimiento sin recurrir a pastillas, jarabes, cosas. Ellos saben lo que son y lo enfrentan con la urgencia desatada de pasiones que a todos nos habitan y, ¡ay!, en demasiadas ocasiones pretendemos esconder. 

Hoy es 13 del 12 del 11...la fiebre me impone pensar si no será el inicio de algún tipo de cuenta atrás. No nos vendría mal, de vez en cuando, saber lo que somos.



jueves, 8 de diciembre de 2011

corregir la vida

He recibido la primera prueba de maquetación de Los Cuadernos del Hafa. No negaré que me ha emocionado pero tampoco que, aún teniendo frente a mí lo que supone el embrión de un sueño, el brusco pixelado amniótico en que se acuna mi literario vástago aún neonato, he sentido un temblor de pereza ante la titánica tarea de enfrentarme de nuevo a todo ese torrente de palabras y sentimientos del que creí haber salido invicto hace ya tiempo. La corrección, o sea.

Amamos, protegemos, acariciamos e intentamos aprehender cada una de las beatíficas sensaciones que nos transmiten las cosas queridas. También, ¿cómo no?, los seres amados. Así supongo que pasaría los 53 años de matrimonio el anciano que, en un pueblo perdido que dejó de serlo hace unos días por obra y gracia del vértigo informativo, decidió, en una mañana turbia de nieblas y de rencores, dar muerte a la que había sido su esposa durante tanto tiempo. Tal vez fue la niebla de los años y no la de los días la que le enredó los sentidos. Tal vez el fogonazo lúcido de un rayo de sol inesperado. El caso es que, supongo, el hombre se encontró un día hastiado de la repetición del cariño, de la reiteración de las palabras amables y los gestos aprendidos, y decidió ponerle fin por emprender jornadas libres del yugo de lo cotidiano, o por corregir las ya vividas.

Tanto tiempo, esfuerzo y, sí, placer, mucho plácido placer, invertido en esa novela que al fin podrá ver la luz vestida con el disfraz que más me agrada porten las palabras: el de libro (de papel, of course). Y ahora me muerde la pesadumbre de enfrentarme de nuevo a esas páginas imperfectas que tanto amé, un día, que sigo amando pero ya se alejan, lentamente, de esas otras páginas que hoy ya me andan deslumbrando los caminos del entendimiento, los azares de la creación. Pereza de volver a lo mismo. Ansia por desbrozar nuevos caminos.
Aún así, no seré yo el asesino de esta obra que tanto me dió y a la que tanto he regalado.

Voy a repasar la corrección, permitid que me ausente.


lunes, 5 de diciembre de 2011

sobredosis de letras

De nuevo atrapado en la prosa despiadada y robusta de Henry Miller. Otra vez asomado al abismo electrizante de su torrente léxico y sensorial. 
En cada una de las ocasiones que el tiempo me permite gozar de su transcurso y tomo entre las manos alguno, el que sea, de los libros de Miller que enriquecen mi modesta biblioteca, me veo impelido a desahuciarme definitivamente del mundo, quedarme a vivir entre sus páginas. 

Proclamó el amado autor, asomado ya al abismo de la muerte, funambulista aún de la cuerda floja que es la vida, que deberíamos leer menos y menos cada vez, que tendríamos que desterrar definitivamente la idea de que el acúmulo excesivo de obras consumidas por nuestros miopes ojos conseguirá hacernos más sabios. Él, al final de su vida, asumió que ésta no es más que sensación y frenesí efímeros. Huyó de la sobredosis de letras que, durante tanto tiempo, había rondado sus días con la premonición del desastre.
Pasamos por la vida pretendiendo a cada paso acumular conocimientos, amistades, amores, capitales, objetos, recuerdos, fotografías, lecturas... Nos equivocamos. Lo más que podemos almacenar es, por ejemplo, líquido en la vejiga (doy fin en este preciso instante a la tercera cerveza). Y el imperativo biológico obliga a expulsarlo de nuevo. Me pregunto que quedó, de la cerveza, en mi interior. Un médico me diría que sólo nocivos protozoos, o cosas, que se empeñarán en malbaratar el funcionamiento de mi organismo. Ya veo: acumular para sólo guardar lo dañino. Igual en la literatura, sí, cuando sólo la abordamos con la pretensión de reunir conocimientos, si nos olvidamos de disfrutar, sin pretensiones y con plenitud, el momento de la lectura.
A medida que los años van horadando mi rostro y difuminando mi cabello, comprendo con mayor claridad que la vida es otra cosa, distinta siempre de lo que nos han querido vender. Quizás sea por ello que Miller, habiéndolo entendido, consiguió transmutar en genio de las letras: porque fue un genio de la vida, de ella hizo su mayor obra, y con su reflejo esculpió cada una de las páginas que debía escribir sólo por sacarse de encima la dolorosa sensación de estar muriendo antes de tiempo.

Cada día leo menos y releo más, es cierto. No lo hago por sabiduría "milleriana", no. Lo hago porque envejezco, y prefiero invertir las horas de lectura que me resten en el goce seguro de lo ya conocido. El tictac del reloj, permítanme decirlo, no nos hace más sabios, sólo quizá más perezosos y, por supuesto, más viejos. 

Henry Miller (cortesía de "la red")

"Al ampliar el campo del conocimiento no hacemos sino aumentar el horizonte de la ignorancia"

Henry Miller

sábado, 3 de diciembre de 2011

en las vías del desarrollo


La prensa de hoy me regala una sorprendente y mínima noticia acerca de una demanda interpuesta por una mujer que, en la última Cabalgata de Reyes Magos de su ciudad natal, fue “agredida” por el Rey Baltasar, al lanzar éste, con saña manifiesta, un caramelo de fresa que fue a impactar con la pupila derecha de la demandante. La susodicha tuvo que ser intervenida y sufrió daños irreversibles en el globo ocular impactado. Eso alega.
El juez encargado del caso ha dictado sentencia en que, con gratuito alarde de cinismo y pretendiendo hacer gala de cierta ironía literaria, exculpa al Rey Baltasar por desconocer su paradero y no poder dictaminar a la jurisdicción de qué estado corresponde la tramitación de la demanda. Asegura el juez que lo único cierto que se conoce del mágico monarca es que habita en “oriente”.

Aplicando el sentir generalizado, podríamos considerar la India parte de ese impreciso “oriente” al que hace mención el citado juez. Fue en dicho país que tuve que realizar un largo viaje (casi 18 horas) en tren, cómodamente apoltronado en un coche cama infectado de pequeñas cucarachas. Entre los que me acompañaban hubo quien tomó la decisión de hacérselo saber al Jefe de Cabina, bien para que éste buscase solución a tan incómodo y desagradable trance, bien para intentar que justificase el mismo reintegrándonos el importe satisfecho para viajar con todas las comodidades en un vagón de primera. Convertimos pues, al sorprendido funcionario, en juez y parte de nuestra desdicha. Éste no fue más allá de mirarnos asombrado, menear la cabeza a un lado y otro al estilo indio, en un gesto que nunca sabes si quiere decir "", "de acuerdo", "no" ó "vale, ¿y a mí qué?", y dar media vuelta. Fina educación la de aquel hombre que, sin darnos ni quitarnos razón, evitó con un simple movimiento de cabeza hacernos sentir el ridículo que, a todas luces, protagonizábamos. 
Quizás sabernos en posesión de varios miles de rupias más que cualquiera de los ciudadanos que viajaban en el tren nos hizo olvidar que nos encontrábamos en un país que, muy a pesar de lo que digan los mercados, el mundo "civilizado" consideraría, como mucho, en vías de desarrollo.

Quizás la señora dañada por el caramelo asesino del Rey Baltasar prefirió ignorar, por un momento, que éste venía de un lejano país en vías de desarrollo en que los caramelos son lujosos comestibles, que no se malgastan en comerciales celebraciones utilizándose como armas arrojadizas.
Quizás el juez olvidó que el sarcasmo y el chascarrillo son más propios de letrados de película americana destinada a proporcionarar saludables sonrisas al pueblo llano, que de funcionarios de un estamento considerado pilar básico de la democracia y el progreso. 

Me pregunto a qué vías muertas estamos dirigiendo, ya, los trenes del desarrollo.