sábado, 31 de diciembre de 2011

disfraz de año nuevo

Ahora que el año se acaba, desprendidas ya las vestiduras de ilusión y sueño con que lo engalanamos en su inicio, desnuda ya su piel de días gastados y planes fracasados, miramos al que le ha de suceder y comenzamos a confeccionarle nuevo disfraz de esperanzas.

Es ahora que el año muere, desnudo, entre la siega repentina de los abrazos no dados y los besos escondidos, que negamos dirigir la mirada a su piel gastada y decidimos orientar las huellas dactilares hacia la promesa de goce que nos ofrenda el año venidero.

Le vestiremos de fiesta y murmullo, de futuro no escrito y alegría de cosecha virgen, y soñaremos con ir desnudándolo, día tras día, con el ánimo encendido por la promesa de carne fresca de su transcurrir exacto.

Dedicaré unos minutos, sentado y silente, a rescatar el vuelo de los días futuros del pico de las gaviotas que juegan a revolverlos con los sentimientos, a la hora del café matutino.

Encenderé un cigarro asomado a la proa del tiempo que nos va a ser regalado, sólo por soñar que en esta ocasión, no, no lo malgastaremos.



mis mejores deseos para el año venidero

viernes, 30 de diciembre de 2011

teoría de la involución

Informábamos hace unos días de la muerte del dictador norcoreano Kim Jong Il. Tenemos hoy que dar triste noticia sobre otro fallecimiento que, si bien no nos provoca la inquietud del anterior, nos resulta más penoso: a los 80 años de edad, ha fallecido la Mona Chita. Quizás este otro famoso de reciente deceso nos resulte más cercano al ser humano que el anterior... quizás.

Los motivos que dieron fama al chimpancé son de sobras conocidos por todos aquellos que ya nos asomamos (o dejamos atrás) la turbadora frontera de los 40: acompañó al todavía cuerdo Jhonny Weissmuler en, al menos, 12 de los films en que este interpretó a Tarzán, ése héroe de nuestra niñez. Su comportamiento vivaracho y socarrón consiguió que más de uno comenzásemos a considerar las teorías de Charles Darwin como acertadas, aún en contra de lo que los poderes religiosos se empeñaban en hacernos creer.
Ardua lucha la de Darwin. Es lo que tiene formular teorías siendo agnóstico declarado a pesar de colaborar con la parroquia local, luciendo tupida barba blanca de aspecto mendicante, y habiendo consumido la mitad de la vida vagabundeando el planeta en compañía de extraños utensilios y no menos insólitos camaradas: el común de los mortales se negará a creer dichas teorías, y las considerará producto de una mente enajenada. A renglón seguido del breve informe sobre el deceso del chimpancé, nos sorprende el noticiario con las declaraciones de un vecino del piso en que varias transexuales ejercían la prostitución y que, muy cargado de razón, explica la "anomalía" de dichas profesionales. Comprobamos pues, que al igual que al científico tacharon en su época de enfermo y desviado por pretender alejar su origen divino del camino marcado, tachan hoy de desequilibradas a aquellas personas que hacen pública repulsa de su sexo asegurando que está equivocado, que les corresponde el contrario, pretendiendo por tanto anular así su origen divino. Bien es cierto que no apoyan sus aseveraciones en ningún estudio o teoría, sólo en sus más íntimos sentimientos.

Acudid a "la red" para rastrear noticias sobre la muerte de la celebérrima chimpancé, y descubrid que a pesar de haber ocupado las pantallas de las televisiones, durante tantos años, como fémina, resultó ser un ejemplar varón. Ignoramos si el cambio de sexo respondió a los propios sentimientos del animal, o a la preferencia de los estudios holliwodyenses por una contraparte femenina que evitase así hacer sombra, con la armonía de su entendimiento, a la lucidez algo asilvestrada del protagonista macho, esto es, Tarzán.

No habiendo contemplado las mismas escenas de lacerante duelo por su fallecimiento que acaecieron en el de ese otro famoso (el norcoreano), nos preguntamos si el público en general muestra así su repulsa a la teoría de la evolución (y, de paso, al cambio de sexo), y niega la posibilidad de que el chimpancé haya alcanzado un estatus más alto, en el desarrollo homínido, que el fenecido dictador. Quizás la Mona Chita quede sólo en el imaginario popular como un excéntrico animal que quiso ser humano, demasiado humano.

¿Que opinaría Darwin de todo esto?

martes, 27 de diciembre de 2011

el heroísmo de un beso

Asisto conmocionado a la inacabable lista de epítetos bélicos con que una comentarista deportiva hace referencia al último encuentro en la cumbre (futbolístico, ¿cómo no?). Resulta que los jugadores son "gladiadores", el campo de juego es "la arena", y "la encarnizada batalla, a cara de perro, en la que sólo uno de los dos equipos se alzará con la victoria" pone en evidencia la "artillería pesada" de los contrincantes. Uf, a mí me daría miedo asistir a un partido de fútbol. 
Afortunadamente hay "representantes de nuestra bandera" (¿renacen los nacionalismos?) en otras modalidades deportivas de las que, al no ser tan productivas (económicamente hablando), tenemos la suerte de ahorrarnos la visión de la batalla, y podemos gozar únicamente del cálido, desaforado recibimiento que los seguidores ofrecen a los victoriosos hidalgos, en el Aeropuerto de Madrid-Barajas. Se les recibe como a héroes, aunque hasta ayer no supiésemos de su existencia.

Bowie&Pop (cortesía de "la red")
Fue allá por los años 70 del pasado siglo que el cantante Iggy Pop acompañó al maestro David Bowie, durante una corta temporada, en la ya dilatada estancia de éste en la ciudad de Berlín. Tiempos convulsos en que la capital germana lucía esa furiosa cicatriz que separaba su rostro convulso en dos secciones bien diferenciadas. Bowie se encontraba en Berlín, junto con Brian Eno, dando forma a una de las más prestigiosas trilogías musicales de la historia del rock, la que conformarían los álbumes Low, Heroes y Lodger. Luchó durante ese tiempo, el músico, contra el fantasma  recio de su adicción a las drogas, amén de contra la voluble musa de la creatividad. Pero el bueno de Pop no estaba aún tan preocupado por abandonar los excesos y, mientras Bowie permanecía en casa dedicado a sus nuevos experimentos sónicos, se dedicaba a deambular por Berlín en busca de fiesta insomne y cocaína asequible. 

En la nochevieja de uno de aquellos años, Pop asistió, emocionado, a una celebración en un tugurio infectado de aguerridos y violentos punkis. Al sonar las doce campanadas que dejaban paso al nuevo año, los jóvenes congregados en el local comenzaron a golpear un tabique de cartón piedra que habían puesto en pie, en medio del local, simbolizando ese otro muro que los separaba de sus amigos, familiares, amores, conocidos del Este. Habiendo derribado aquella burda copia del muro, comenzaron a derrumbarse ellos mismos, los jóvenes punkis, y a sollozar (o llorar sin disimulo) abrazados unos a otros. No era más sólido el punk que la cruel argamasa en que se asentaba el Muro de Berlín. Ni que decir tiene que, esa noche, Pop abandonó el último gramo de coca y regresó cabizbajo a casa.
Días después, Bowie daba fin a la composición de Heroes, una canción en que el fantasmal abrazo de unos amantes separados sobrevuela la violencia circundante, sólo por sumergirse en ese beso de amor que no debería nunca finalizar, afirmando una y otra vez que "podemos ser héroes, al menos por un día, mientras las balas silban sobre nuestras cabezas".

Compruebo que el concepto de héroe ha sufrido numerosas mutaciones desde los tiempos del Olimpo griego, y a gran número de personas podemos aplicarlo. Tanto son los héroes deportivos que celebran la gesta en el Aeropuerto, como la pareja de amantes que lucha contra las adversidades sólo con la esperanza de ahogarse en un abrazo que les transporte bien lejos de este mundo. Yo, puestos a elegir, me quedo con los héores de Bowie. Eso sí, no me pidáis que vaya a recibirlos a ningún aeropuerto.



viernes, 23 de diciembre de 2011

la suerte viene de lejos

Ayer fue día festivo para muchos nacionales, quizás no tantos como todos desearíamos. Fue jornada de alegría (y coma etílico, en algún caso) para todos aquellos a que la varita mágica de la fortuna quiso revestir con su cálido manto de sueños. O sea, que a más de uno le tocó la lotería de Navidad, y aún anda festejando, entre algarabía de petardos y torrentera de cava.

El caso es que el despliegue de alegría y emociones desatadas, con que las televisiones invadían ayer nuestra mísera intimidad, consiguió que una sombra de lágrima asomara a mi rostro. Lágrima feliz, lágrima entusiasta, salina cucharada de alborozo redecorando mi faz. Cantan, beben, gritan, saltan los afortunados y yo...derramo felices sucedáneos de lágrima. Pregunta retórica: ¿me estaré haciendo viejo?
Quiero suponer que la manifestación sincera de la felicidad nos hace vulnerables, y olvidamos la condición, el carácter, signo político y condición sexual de los favorecidos por la Diosa Fortuna, siempre y cuando éstos hagan pública manifestación de su dicha. En una país de plañideras extasiadas ante la fatalidad del prójimo con la excusa de "puedes llorar en mi hombro, faltaría más, para eso están los amigos", satisface reconocer, de tanto en tanto, que no es tan difícil, ni tan trágico, congratularse del júbilo ajeno.

De entre las imágenes e historias que los noticiarios traen a nuestra mesa, a la hora de la comida, me quedo con el deseo formulado, en torpes papel y caligrafía, por un niño que pide a sus padres, caso de ser agraciados con alguno de los premios, que le regalen un dinosaurio. Confío en que, ocurra lo que ocurra, no cometan dichos padres el disparate de gratificar al niño con un saurio de peluche, o uno de esos de plástico homologado que emiten sonidos metálicos cuando les aprietas la cola. Que no traicionen los sueños de ese niño poeta. 
También hacen nido en mí, ya para siempre, las palabras de una octogenaria asistente al sorteo que, embelesada por el rostro de una de las chicas que han "cantado" alguno de los premios (no sé cuál, no presto atención a las cantidades económicas), proclama en alta voz y repetidas ocasiones "mírala, ¡qué carita!, parece un ángel". La carita de que habla la anciana lleva labrados en sus párpados y en su sonrisa siglos de piedra y doloroso expolio. Es un rostro de indígena andina. Facciones acentuadas por el gélido genoma del altiplano. Rasgos de diosa inca. Ayer la miraban con desprecio, y la señalaban al pasar, susurrando torpes epítetos que se pretenden ingeniosos (machu pichu, panchito, payopony, y en este plan).

Derramo, ahora sí, una lágrima, soñando que esa indígena es hoy el ángel que, en vez de venir a nuestro mísero terruño a robarnos el trabajo e imponer sus incivilizadas costumbres, puede que haya acudido sólo en ayuda de cientos de personas cuya economía comenzaba ya a flaquear. O aún mejor, quizás sea el ángel infantil y agreste que venga, desde tierras lejanas y feroces, a depositar entre los brazos de ese otro niño un dinosaurio real, no de juguete, un dinosaurio extirpado (en esta ocasión con cariño) de sus primitivos pastos andinos. 
 
Ya digo, me alegro por los beneficiados en la tómbola de la suerte. Me estoy viniendo viejo.




miércoles, 21 de diciembre de 2011

pasear la poesía

Tuve la fortuna de poder ver, en la2, hace un par de noches, el último documental que a la figura, aún viva, de el maestro Enrique Morente se dedicó. 
Me subyuga su cante de caverna ciega, me apabulla su presencia de duende mitológico y subterráneo. Pero, especialmente, me doblega su poético pasear, ese caracolear las calles de Granada desgranando anécdotas, queriendo aferrar la sombra que el recuerdo juega a pintar en las blancas paredes del Albaicín. 

Lamentablemente, el director del documento se pierde en su propia necesidad de engrandecer la figura ya grande del cantaor, equivoca la poesía de Morente buscándola en un acúmulo de imágenes que, sin orden reconocible, se suceden una tras otra como en uno de esos videoclips de los que nada entiende nadie. Pero en este caso no hay imágenes impactantes, ni proyecciones digitalizadas que sustraigan nuestra atención del discurso principal, esto es: la canción. Aquí la canción debería haber sido ese paseo de Morente por el Albaicín granadino, y el director la cercena cuando a punto está de separarse del suelo para emprender poético vuelo.

Supongo que es signo de los tiempos que pretendamos aprehender la magia mediante espectaculares y atronadores trucos de mal feriante. Buscamos el ruido, lo veloz, lo desmesurado, y olvidamos lo lírico del gesto mínimo y pausado.

Pasear Granada es, ya de por sí, un acto poético. Pasearla como lo hiciese Federico García Lorca, sosteniendo entre sus manos un ramo de sangre y latido, revuelto su cabello por un el viento moreno que juega escondite tras las esquinas, zapateando los adoquines dolientes de la existencia, escuchando la guitarra de tinta y duende que solloza tras los blancos muros de la ciudad sin sueño. O pasearla junto a Morente y escuchar de sus labios la anécdota de aquella chiquilla epilética de su infancia: pudo él presenciar un ataque que la niña sufrió, y ante la suposición en alta voz del director de que utilizarían una cuchara de madera para que la pequeña no se mordiese la lengua, Morente aclara: ¡qué madera, ni qué coño!, ¡de metal, de lo que hubiese! Pura poesía mínima, ya digo, truncada en esta, a pesar de todo, emotiva y valiente cinta.

Confío en que más adelante alguien quiera y pueda sacar a pasear por Granada la poesía de Morente, con modestia, sin alharacas. 

Así lo hizo ya el anónimo artista que tan bien supo ensuciar el muro de la foto con la poesía de mi amada ciudad.

lunes, 19 de diciembre de 2011

los esclavos también lloran

Ha muerto Kim Jong Il, el déspota nocoreano que, durante años, ha mantenido en vilo a las fuerzas del Orden Internacional. No nos sorprende el fallecimiento del dictador, añoso ya por lo que las pocas instantáneas de su rostro nos han permitido intuir. 
Nos sorprenden las imágenes con que el régimen de aquel país ha invadido las televisiones internacionales, hoy. Desgarradoras estampas de uniformes e uniformados ciudadanos deshaciéndose en llantos. Algunos, incluso, autoinflingiéndose dolorosas bofetadas que les permitan superar el dolor por la pérdida de El Líder. Cuando viajé por Corea del Sur promocionaban, ciertas agencias de viajes, la visita de la DMZ, la Zona Desmilitarizada, esto es: la frontera más militarizada del Planeta, la que separa las dos Coreas. No quise visitar dicho lugar, el morbo no me pudo. Imagino que me asustaba llegar a intuir el llanto de los vivos que aún lloran sus muertos, o el de los muertos que aún no saben que ya lo están.


Recuerdo con cierto cariño determinadas películas que veíamos en familia, los sábados por la tarde, después del telediario. Dichos filmes, de procedencia norteamericana mayormente, ahondaban, amén de en los valores propios de un sheriff que como tal se precie, en cierta mirada amistosa y condescendiente sobre las costumbres de los esclavos negros de las plantaciones que regentaban los protagonistas. En 9 de cada 10 de aquellas historias existía un hacendado, propietario de rancia plantación o señorial mansión, que precisaba del trabajo físico de hombres y mujeres de raza negra sin contrato temporal ni derecho a subsidio por desempleo. Aprendimos con aquellas sesiones televisivas que los esclavos también lloraban, y que incluso lo hacían cuando su benévolo dueño sufría por la pérdida de unos caballos, la boda no deseada de una hija o el quebranto de una cosecha. Y descubrimos también, ¡ay!, que lo negro es bello, y que la tensa piel de ébano que recubría aquellos esclavizados llantos era más hermosa y elegante que el arcaico pergamino que rodeaba la mirada hosca del blanco terrateniente, que las mujeres negras no precisaban más que harapos para esconder la amenaza de incendio de sus voluptuosos cuerpos, mientras que los de las hijas del latifundista quedaban ñoños, desvaídos, en sus melindrosos atavíos y miriñaques.

Evoco el llanto de los negros del rancio celuloide y, a pesar de lo retrógrado del mensaje, rescato de su sollozo la energía que supo, años después, reconducir el futuro de toda una raza. La energía de los esclavos, quiso llamarla y bendecirla mi amado y siempre bendito Leonard Cohen. Él no hablaba de los negros en concreto pero apelaba, en general, a todos los humanos que, al albur de un mínimo movimiento, pueden sentir las cadenas que les atenazan y esclavizan. 

Pienso en los llorosos norcoreanos con que nos bombardean hoy las televisiones y me pregunto dónde residirá su energía, y si esta les hará libres algún día.

viernes, 16 de diciembre de 2011

absolutamente moderno

Proclamó el joven Rimbaud, cercano ya a dar por zanjado su fugaz y glorioso paso por la creación poética, que era preciso "ser absolutamente moderno".
Pienso en el daño causado por la incendiaria proclama rimbaudiana. Tal es el estropicio, que si pretendes advertir a alguien del aspecto revolucionario de la citada frase, lo más que obtendrás será una mirada condescendiente, similar a la que emplea más de uno al ver jugar baloncesto a un minusválido. Esto es: se da por sentado que, hoy, todos podemos ser modernos. Lo dicen en la tele, y en "la red".

En la Zaragoza de los años 80 del pasado siglo, un incipiente músico tomó la decisión de llevar a la práctica la máxima de Rimbaud. Comenzó cambiando su nombre por el de un personaje creado por Oscar Wilde. Era sólo el principio. A día de hoy, Enrique Bunbury, ese músico español que comete el pecado de querer ser absolutamente moderno, es denigrado y adorado a partes desiguales. Permitánme situarme en el bando débil, más después de haber podido degustar su última genialidad, de nombre Licenciado Cantinas
Y me explico: ha parido, el maño, un trabajo conceptual en que, tomando como hilo narrativo añejas (o no tanto) tonadas y cadencias latinoamericanos, nos entrega un vendaval de percusiones y ambientes sonoros en que los citados ritmos, más que darse la mano, se aferran al sexo de la música de esa otra parte del continente que han dado en llamar Estados Unidos. Así, el bolero se tiñe de texmex, el vals peruano arranca gemidos country, el corrido mexicano se ensucia de hillbilly, la salsa se embadurna de bluegrass, la milonga respira blues, o el tango se vuelve fronterizo, consiguiendo convertir parte del heterogéneo cancionero latino (sin que éste pierda sus señas de identidad) en un crisol de admirable armonía, que invita a ser degustado con atención y sin prisa. La voz de Enrique, limadas ya muchas de sus asperezas por años de aprendizaje, sobrevuela, sabia y comedida, serena pero intensa, toda la obra. Una producción compacta, redonda, ausente de pretenciosos aspavientos. Un producto que exuda sinceridad y está a la altura de los que, de tiempo en tiempo, nos regalan los genios musicales de allende los mares. Habrá quien se mofe y lo acuse de rancio, poco moderno.

Ignoramos que ser moderno, según Rimbaud, no es parecerlo siguiendo la estela de aquello que nos impongan los titiriteros de la mercadotecnia. Hay que ser moderno a cada hora, a cada instante: "vivir en moderno". Aunque eso suponga consumir absenta  y hachís hasta la intoxicación, dormir con los mendigos en la calle o abandonar la poesía a los 20 años, después de haberla cambiado para siempre, dedicándote, a partir de ese momento, a una vida silvestre sustentada en la venta ilegal de armas, por ejemplo. Otra opción sería convertir las rancias sonoridades estadounidenses (roots, lo llaman "los modernos") en alquimia sónica, tal como Wilco hacen. Claro, olvidé que los citados son norteamericanos, no maños.

Enrique Bunbury (cortesía de "la red")

Absolutamente moderno, ya digo. 

Quien así no lo considere dispone de mil y una opciones en que dilapidar sus ansias de novedad. 


¡Enhorabuena, Enrique!


jueves, 15 de diciembre de 2011

un lírico despertar

La soledad de la casa (ausencia de ti que hoy decora las paredes), consigue que equivoque la mañana y hasta el desayuno. No he tomado café, no me he preparado ninguna tostada, ni siquiera he fumado un cigarro. He despertado a horas imprudentes y, sintiendóme lírico, he decidido dolerme en estas frases que ahora escribo, ahuyentar así la brisa norteña de tu alejamiento.
Debe ser cierto que a toda noche de excesos le sigue una mañana de melancolías. Al menos así quiero suponerlo, ahora que no me atrapa el olfato tu perfume de ducha reciente.

Defiendo una firme creencia en la necesidad de tener despertares líricos, amaneceres en que olvidemos por un momento las cotidianías prácticas de la vida, para dejarnos mecer por la brisa susurrada de ese sentido que a la vida, aunque queramos, no encontramos.
Supongo que algo similar sentiría José, un labriego habitante de la Isla de Taquile, en el Lago Titicaca (en la parte que los gobiernos decidieron perteneciese al Perú, y no a Bolivia). Cada mañana, José despierta antes de que el sol prenda su hogera milagrosa de vida a medio hacer, asomando por entre las cordilleras bolivianas. Despierta José, ya digo, sólo por ver el nacimiento diario del Astro Rey, pero quizás, también, por verlo nacer de las entrañas de la tierra boliviana, por soñar las vidas distintas a que da su calor, allá, en otra nación, en otra tierra que, al fin, resulta ser la misma. ¿Qué sentido tienen las fronteras? ¿Qué fronteras nos imponemos cada día, al despertar? Preguntárselo es motivo suficiente para sentirse lírico, creo.


El caso es que mi lirismo se debe a una noche en que te añoro y decido retrasar el tiempo de enfrentarme a la crueldad fragante de las sábanas carentes de ti. Y despierto demasiado tarde.
El lirismo de José ignoro a qué responde. Sólo puedo afirmar que la noche que pasé en su casa de adobe fue larga, demasiado: prolongadas, espaciosas, extensas charlas y sonrisas alrededor de una hoguera. Yo desperté temprano y dolorido de sueño no disfrutado, la gélida temperatura me devoraba los dedos de los pies. Él ya estaba despierto, vestido, aseado, a la puerta de su humilde propiedad, disfrutando de un glorioso amanecer que incendiaba las mareas silenciosas del lago. Sonreía. Una sonrisa leve y lírica que no precisa de explicación, como la mía, hoy, aquí, en estas líneas.

Tu estás de viaje y regresas en breve. Es motivo suficiente para que yo esquive el sueño y me despierte lírico. Recuerdo a José y pienso que mi lirismo es pura pose, ¡vaya!




martes, 13 de diciembre de 2011

somos miedo

Veo acercarse el invierno, con su traje de rey destronado, con sus vendavales de escarcha silenciosa y feroz, con su quedo batallón de virus organizando el ataque. Es, por tanto, que la fiebre, la enfermedad, como novedoso anticipo del invierno, ha tomado posesión de mi cuerpo, y vivo días en que el espacio se me antoja dúctil, las horas acuosas...la temperatura repite viaje, una y otra vez, en una montaña rusa de tiritonas y ardores.
La enfermedad, invariablemente, nos visita como lo hace esa tía lejana que creemos no haber visto hace siglos, pero que, fiel a su cita anual, viene a recordarnos todo el catálogo de familiares difuntos y tragedias cotidianas que acumula nuestra memoria. La enfermedad como memoria ulterior de la muerte, eso parece. 

Finalicé anoche la segunda y última temporada de Romanzo Criminale, una teleserie italiana de factura impecable, que poco tiene que envidiar a esas hermanas estadounidenses que tan absorto tienen a medio mundo de televidentes. ¡Ah! y es más corta, más asequible, sólo 23 capítulos, qué pereza enfrentarse a las 7, 8, 14 "temporadas" de las más exitosas, ¡demasiada epopeya! 
En Romanzo Criminale, asistimos al nacimiento, grandeza, declive y extinción de una banda mafiosa que hace de la Ciudad Eterna su campo de entrenamiento. Y nos gusta, mucho. Porque, como toda historia de delincuentes que se precie, nos regala ésta todo un catálogo de los más profundos e inalienables sentimientos del ser humano, sin disfrazarlos con las vestiduras de la moral y el buen proceder. No es fácil evitar la simpatía hacia los personajes de acciones más deleznables, los más violentos, los menos piadosos. Y es así porque, desde el inicio, adivinamos en su proceder la huella profunda del miedo. Viven su vida en el hampa como una larga enfermedad cuyos síntomas pretenden evitar, pero cuyas consecuencias están seguros de tener que sufrir algún día. Como en la vida de uno. Como en la vida de cualquiera.

Es ahora que la enfermedad me viste de miedo cuando admiro más a estos personajes. Ellos son capaces de disfrazar el pánico del seguro hundimiento sin recurrir a pastillas, jarabes, cosas. Ellos saben lo que son y lo enfrentan con la urgencia desatada de pasiones que a todos nos habitan y, ¡ay!, en demasiadas ocasiones pretendemos esconder. 

Hoy es 13 del 12 del 11...la fiebre me impone pensar si no será el inicio de algún tipo de cuenta atrás. No nos vendría mal, de vez en cuando, saber lo que somos.



jueves, 8 de diciembre de 2011

corregir la vida

He recibido la primera prueba de maquetación de Los Cuadernos del Hafa. No negaré que me ha emocionado pero tampoco que, aún teniendo frente a mí lo que supone el embrión de un sueño, el brusco pixelado amniótico en que se acuna mi literario vástago aún neonato, he sentido un temblor de pereza ante la titánica tarea de enfrentarme de nuevo a todo ese torrente de palabras y sentimientos del que creí haber salido invicto hace ya tiempo. La corrección, o sea.

Amamos, protegemos, acariciamos e intentamos aprehender cada una de las beatíficas sensaciones que nos transmiten las cosas queridas. También, ¿cómo no?, los seres amados. Así supongo que pasaría los 53 años de matrimonio el anciano que, en un pueblo perdido que dejó de serlo hace unos días por obra y gracia del vértigo informativo, decidió, en una mañana turbia de nieblas y de rencores, dar muerte a la que había sido su esposa durante tanto tiempo. Tal vez fue la niebla de los años y no la de los días la que le enredó los sentidos. Tal vez el fogonazo lúcido de un rayo de sol inesperado. El caso es que, supongo, el hombre se encontró un día hastiado de la repetición del cariño, de la reiteración de las palabras amables y los gestos aprendidos, y decidió ponerle fin por emprender jornadas libres del yugo de lo cotidiano, o por corregir las ya vividas.

Tanto tiempo, esfuerzo y, sí, placer, mucho plácido placer, invertido en esa novela que al fin podrá ver la luz vestida con el disfraz que más me agrada porten las palabras: el de libro (de papel, of course). Y ahora me muerde la pesadumbre de enfrentarme de nuevo a esas páginas imperfectas que tanto amé, un día, que sigo amando pero ya se alejan, lentamente, de esas otras páginas que hoy ya me andan deslumbrando los caminos del entendimiento, los azares de la creación. Pereza de volver a lo mismo. Ansia por desbrozar nuevos caminos.
Aún así, no seré yo el asesino de esta obra que tanto me dió y a la que tanto he regalado.

Voy a repasar la corrección, permitid que me ausente.


lunes, 5 de diciembre de 2011

sobredosis de letras

De nuevo atrapado en la prosa despiadada y robusta de Henry Miller. Otra vez asomado al abismo electrizante de su torrente léxico y sensorial. 
En cada una de las ocasiones que el tiempo me permite gozar de su transcurso y tomo entre las manos alguno, el que sea, de los libros de Miller que enriquecen mi modesta biblioteca, me veo impelido a desahuciarme definitivamente del mundo, quedarme a vivir entre sus páginas. 

Proclamó el amado autor, asomado ya al abismo de la muerte, funambulista aún de la cuerda floja que es la vida, que deberíamos leer menos y menos cada vez, que tendríamos que desterrar definitivamente la idea de que el acúmulo excesivo de obras consumidas por nuestros miopes ojos conseguirá hacernos más sabios. Él, al final de su vida, asumió que ésta no es más que sensación y frenesí efímeros. Huyó de la sobredosis de letras que, durante tanto tiempo, había rondado sus días con la premonición del desastre.
Pasamos por la vida pretendiendo a cada paso acumular conocimientos, amistades, amores, capitales, objetos, recuerdos, fotografías, lecturas... Nos equivocamos. Lo más que podemos almacenar es, por ejemplo, líquido en la vejiga (doy fin en este preciso instante a la tercera cerveza). Y el imperativo biológico obliga a expulsarlo de nuevo. Me pregunto que quedó, de la cerveza, en mi interior. Un médico me diría que sólo nocivos protozoos, o cosas, que se empeñarán en malbaratar el funcionamiento de mi organismo. Ya veo: acumular para sólo guardar lo dañino. Igual en la literatura, sí, cuando sólo la abordamos con la pretensión de reunir conocimientos, si nos olvidamos de disfrutar, sin pretensiones y con plenitud, el momento de la lectura.
A medida que los años van horadando mi rostro y difuminando mi cabello, comprendo con mayor claridad que la vida es otra cosa, distinta siempre de lo que nos han querido vender. Quizás sea por ello que Miller, habiéndolo entendido, consiguió transmutar en genio de las letras: porque fue un genio de la vida, de ella hizo su mayor obra, y con su reflejo esculpió cada una de las páginas que debía escribir sólo por sacarse de encima la dolorosa sensación de estar muriendo antes de tiempo.

Cada día leo menos y releo más, es cierto. No lo hago por sabiduría "milleriana", no. Lo hago porque envejezco, y prefiero invertir las horas de lectura que me resten en el goce seguro de lo ya conocido. El tictac del reloj, permítanme decirlo, no nos hace más sabios, sólo quizá más perezosos y, por supuesto, más viejos. 

Henry Miller (cortesía de "la red")

"Al ampliar el campo del conocimiento no hacemos sino aumentar el horizonte de la ignorancia"

Henry Miller

sábado, 3 de diciembre de 2011

en las vías del desarrollo


La prensa de hoy me regala una sorprendente y mínima noticia acerca de una demanda interpuesta por una mujer que, en la última Cabalgata de Reyes Magos de su ciudad natal, fue “agredida” por el Rey Baltasar, al lanzar éste, con saña manifiesta, un caramelo de fresa que fue a impactar con la pupila derecha de la demandante. La susodicha tuvo que ser intervenida y sufrió daños irreversibles en el globo ocular impactado. Eso alega.
El juez encargado del caso ha dictado sentencia en que, con gratuito alarde de cinismo y pretendiendo hacer gala de cierta ironía literaria, exculpa al Rey Baltasar por desconocer su paradero y no poder dictaminar a la jurisdicción de qué estado corresponde la tramitación de la demanda. Asegura el juez que lo único cierto que se conoce del mágico monarca es que habita en “oriente”.

Aplicando el sentir generalizado, podríamos considerar la India parte de ese impreciso “oriente” al que hace mención el citado juez. Fue en dicho país que tuve que realizar un largo viaje (casi 18 horas) en tren, cómodamente apoltronado en un coche cama infectado de pequeñas cucarachas. Entre los que me acompañaban hubo quien tomó la decisión de hacérselo saber al Jefe de Cabina, bien para que éste buscase solución a tan incómodo y desagradable trance, bien para intentar que justificase el mismo reintegrándonos el importe satisfecho para viajar con todas las comodidades en un vagón de primera. Convertimos pues, al sorprendido funcionario, en juez y parte de nuestra desdicha. Éste no fue más allá de mirarnos asombrado, menear la cabeza a un lado y otro al estilo indio, en un gesto que nunca sabes si quiere decir "", "de acuerdo", "no" ó "vale, ¿y a mí qué?", y dar media vuelta. Fina educación la de aquel hombre que, sin darnos ni quitarnos razón, evitó con un simple movimiento de cabeza hacernos sentir el ridículo que, a todas luces, protagonizábamos. 
Quizás sabernos en posesión de varios miles de rupias más que cualquiera de los ciudadanos que viajaban en el tren nos hizo olvidar que nos encontrábamos en un país que, muy a pesar de lo que digan los mercados, el mundo "civilizado" consideraría, como mucho, en vías de desarrollo.

Quizás la señora dañada por el caramelo asesino del Rey Baltasar prefirió ignorar, por un momento, que éste venía de un lejano país en vías de desarrollo en que los caramelos son lujosos comestibles, que no se malgastan en comerciales celebraciones utilizándose como armas arrojadizas.
Quizás el juez olvidó que el sarcasmo y el chascarrillo son más propios de letrados de película americana destinada a proporcionarar saludables sonrisas al pueblo llano, que de funcionarios de un estamento considerado pilar básico de la democracia y el progreso. 

Me pregunto a qué vías muertas estamos dirigiendo, ya, los trenes del desarrollo.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

viaje al futuro

Pasé una tarde completa revisionando y ordenando fotografías tomadas en mi viaje a Corea del Sur, hace ya casi dos años. Ha sido uno de los más largos, en cuanto a tiempo y distancia, que he realizado, y al recordar las intensas emociones que electrificaron mis neuronas durante aquellos días, rememoro nuevamente esa contradictoria sensación de desarraigo que me invade siempre que, tras unos días de viaje recorriendo un país ajeno al propio, he de regresar a "casa". 
Con vistas a evitar una recaída en peligrosos estados melancólicos, decidí emplear unas horas de la noche disfrutando en la televisión de un concierto de Nick Cave & The Bad Seeds, grabado en los estudios londinenses de la BBC, hace algunos años, cuando el aguerrido bardo australiano ya era una institución intocable en el olimpo del rock. Cierto es que ni las melodías ni las palabras de Cave podrían considerarse las más adecuadas para calmar un acceso violento de nostalgia ilocalizada. Más bien ayudarían a potenciarla. Pero me gusta acentuar sentimientos, qué le voy a hacer. 

Nick Cave (cortesía de "la red")
Durante dos horas permanezco hipnotizado por los movimientos de Cave, por su deambular animal alrededor de los músicos, por lo sedoso de su voz de gruta, su mirar de felino acorralado, su estampa de predicador apocalíptico y, especialmente, por el movimiento espasmódicamente impecable de su corbata negra. Asevero: nadie viste un traje en escena como él lo hace, con esa elegancia de montaraz a medias domesticado.
Casi finalizado el concierto, instantes antes de que el tronar de los aplausos permita a la banda salir de nuevo al escenario tras haberse despedido con un sobrio "thank you, and good night", contemplo anonadado como un par de personas abandona el gremio enfervorecido del público para dirigirse a la salida del local. Efectivamente, se marchan antes de tiempo, y ya no podrán asistir a la celestial embestida de "The weeping song". Sí, se han perdido lo mejor del concierto. ¡Los bises! Me pregunto si será el primer concierto al que hayan asistido esos dos individuos, si no les ha gustado, si estaban cansados, aburridos...Algo de eso debe haber. En caso contrario, tras haber asistido a un recital de tal brutal calibre, sería imposible moverse un centímetro del lugar que ocupes salvo para saltar, gritar y pedir más.

Tal vez los conciertos de rock sean un modelo dañino. Quizás hayan conformado mi esquema mental en la seguridad de que toda experiencia de exacerbada intensidad no concluye allí donde en un principio se pronuncia la palabra fin, sino después, magnificada en los bises. 
Igual con los viajes, creo. Y así es que cada vez que llega la fecha señalada en el billete de avión de regreso, en ese momento en que ya he adoptado como mías costumbres ajenas, cuando me muevo con seguridad y desapego por caminos ayer desconocidos, miro hacia atrás seguro de perderme los bises, lo mejor del viaje.
Melancolía, añoranza, morriña, saudade (perdonad, tenía que hacerlo, tenía que incluir esta bella palabra)...
Nostalgia de futuro no vivido, de experiencias no apuradas, no debe ser más que eso.





lunes, 28 de noviembre de 2011

quemar los días

Quedan, contoneándose alrededor de mis sienes, volubles volutas de humo espeso, nacarado por el efecto de la luz del mediodía que se cuela entre las rendijas de la persiana a medio bajar.

El cigarro ha sido definitivamente apagado, despedazadas sus hebras de muerte venidera contra la loza del cenicero recién inaugurado. Intento apreciar el dibujo con que la ceniza ha violado su inmaculada superficie, pero el humo parece sufrir un denso rigor mortis alrededor de mis pupilas.

Al igual que ante el cenicero en este momento, me siento ante la vida demasiado a menudo. Lo que vivo, lo que sueño, lo que anhelo, lo que tengo, se distribuye ante mí, en circular y diáfana disposición. Puedo apreciar los mínimos incendios domésticos, los volátiles fuegos de artificio de las ilusiones, la hoguera breve de los días no consumidos, las inevitables brasas del futuro que no termina de llegar, el cálido reguero de llamas del destino, la sucia fogata de las obligaciones, la incandescencia violenta del deseo... 
Pero fumo demasiado, no acierto a ver los recorridos de la ceniza, los caminos a tomar, los tropiezos que evitar. 

Fumo en exceso, ya digo, y una nube de humo moribundo se empeña en equivocarme las decisiones.


domingo, 27 de noviembre de 2011

ofrendas del Trópico




Levante bruñía tu piel mojada,
promesa jeroglifica en tu vientre

Pugna de seda y aridez, tornaba
el agosto en sonámbulos orientes

sábado, 26 de noviembre de 2011

ir de farol

Acostumbran a ocupar un espacio de mi memoria, en ciertas ocasiones, las partidas de póker de la adolescencia: cuatro chavales jugando cartas al calor de una lámpara baja, más por conseguir ese efecto (tan de celuloide negro) del humo de tabaco cercenando rostros que se escrutan en silencio, que por ocupar el momento en un sencillo pasatiempo. En cada una de esas reuniones, invariablemente, se escuchaba de labios de alguno de ellos esa frase que pretendía sembrar dudas o aclararlas ante el resto del grupo: "¡va de farol!"
Al escuchar la citada frase se alumbraba, en el entendimiento de los jugadores, la posibilidad de que una apuesta fuese demasiado arriesgada como para tener asegurada el éxito. La probabilidad del engaño reptaba entre las piernas de los jóvenes, enroscándose sigilosamente en sus nervios y haciéndoles descubrir, sin tomar verdadera conciencia de la gravedad del asunto, que la mentira campa a sus anchas hasta en las más inofensivas de las relaciones humanas.

Hace apenas unos meses regresé de Perú. Allí dediqué tiempo y esfuerzo colaborando con una pequeña ONG, proporcionando a niños en riesgo de exclusión social clases de apoyo para evitar que abandonasen la escuela, confiando en que el futuro pudiese vestirles de fiesta y no de harapos, como la situación precaria en que se desenvuelven sus vidas parece prometer.
El grupo de voluntarios del que formé parte se nutría principalmente de jóvenes europeos animados por un encomiable espíritu solidario, no lo niego. Pero en alguno de estos humanitarios muchachos advertí una excesiva avidez por acumular experiencias de todo tipo, aunque especialmente de ésas que colaboran activamente en lo que nuestros padres llamaban "labrarse un futuro". El futuro al que hacían referencia debía ser cómodo, estable, lo suficientemente generoso como para permitir que pongas los pies encima de la mesa del anfitrión. Considero oportuno sincerarme: creo que la ayuda humanitaria, la colaboración social, la solidaridad, suponen hoy un inmenso campo dispuesto a ser hollado por los labradores del neoliberalismo económico, con vistas a obtener, en el menor tiempo posible, opulentas cosechas. 
No se me malinterprete. No denigro la dura labor de tantas personas de buena voluntad que ponen su esfuerzo al servicio de aquellos a quienes consideran sus iguales, con la pretensión sola de que éstos puedan tener al alcance de sus manos los mismos beneficios que ellos gozan. Es sólo que, hoy que el muy corpóreo fantasma del desempleo y la muy real amenaza de la precariedad juguetean con mi vida como lo haría un niño con un mecano, he vuelto a prestar algo de atención a las noticias, y escuchar de nuevo frases que en boca de los dirigentes mundiales del despropósito, suenan huecas y lacerantes.

Cuando uno de los voluntarios aseguró en alta voz aquello de "lo principal son los niños", mientras remitía a su Universidad el documento de la ONG que certificaba su estancia en Perú, y rubricaba un currículum que le permitiría, en adelante, ubicarse en un solvente puesto de trabajo, pensé lo mismo que hoy al escuchar de labios de un laureado dirigente político esa elogiosa frase: "lo principal son los desempleados".

Difícil olvidar el rostro de los niños de Perú, especialmente la sombra que, tras su sonrisa de juguete, se deslizaba en el momento en que los voluntarios marchábamos para regresar a nuestra vida de comodidad y certezas.

Aquel niño que quedaba solo en la oscuridad de la escuela desocupada. Este desempleado que permanece solo ante la incertidumbre de un futuro lóbrego y cruel. Las cartas sobre la mesa.

Hoy quiero decir lo que pienso: ¡van de farol!

jueves, 24 de noviembre de 2011

todo incluido

Escuchar a Jonathan Wilson es como hacer un viaje al pasado reciente (60's) con todos los gastos pagados, una de esas excursiones de poco riesgo a algún lugar sintéticamente paradisíaco en que el hecho de portar una pulserita de color chillón te permite el acceso gratuito a un sinfín de consumiciones, productos y emociones. Y conste que nunca he realizado uno de esos viajes, creo que necesitaría drogas. Pero quiero imaginar que puede haber, efectivamente, auténticos deleites con que agasajar los sentidos en cualquiera de esos resorts que las agencias de viajes nos venden como el cúlmen de toda una vida de lujo y excesos.

Jonathan Wilson (cortesía de "la red")
Con Wilson susurrando sombrías nostalgias a través  de los altavoces, enredando su voz de sueño ácido con el rasgueo melancólico de una guitarra que suena como lo hace la madera recién cortada, alcanzarás a sentirte en ese paraíso musical que supuso la década comentada. Efectivamente: puedes soñar que portas en tu muñeca la pulserita de "todo incluido" y tomar un daiquiri junto a Carole King, pasear las calles de Ontario acompañado de los miembros de Buffalo Springfield, compartir el desequilibrio mental del Syd Barret de A saucerful of Secrets embriagándote de sus delirios cósmicos...y podrás hacer todo esto como si de un paseo por un parque de atracciones de rancias reminiscencias se tratase, o bien, si haces acopio de introspección y espíritu aventurero, llegues a convertir el viaje en una experiencia sensorial de la que te costará trabajo salir (si es que sigues deseándolo cuando la noria del vinilo haya dejado de dar vueltas).

Aún a riesgo de repetirme, expreso mi convencimiento de que hasta en unas vacaciones de resort caribeño hay, dispuestas a ser gozadas, experiencias más allá del garrafón de la pulsera de color imposible. Libar, quizás, densa leche fresca del más alejado de los cocoteros que parecen haberse dibujado en el fondo del decorado que supone la playa de acceso exclusivo para clientes, ése que adormece los murmullos de la brisa marina al compás de su respiración de arbusto grandullón y torpe, allí, a lo lejos, en ese punto en que la vigilancia del hotel, supuestamente de lujo, deja de escrutar sus dominios por hallarse ya éstos en desvanecida linde territorial con el pueblo de pescadores más cercano. Tú decides, eres libre: puedes quedarte en la apreciación superficial de Gentle Spirit (el disco de Wilson del que tan difícil me resulta salir últimamente) y considerarlo un apócrifo crisol de sonoridades añejas, o bien zambullirte en el paraíso de emociones inéditas que se esconde entre los surcos del vinilo.

Tuya es la elección pero...yo me quitaría la pulsera.



martes, 22 de noviembre de 2011

el paraíso en cualquier rincón

Las noticias de hoy (al menos lo que ya ocupa casi en su totalidad el tiempo dedicado por los "medios" a "informarnos" sobre la actualidad) destacaban, con gran despliegue de datos y sondeos a pie de calle, el hecho de que el "museo" de un determinado club de fútbol superaba ya en visitantes a las grandes pinacotecas de la capital. Uno de los enfervorizados visitantes entrevistados aseguraba encontrarse en el paraíso.

Creo que fue Jorge Luis Borges quien aseguró "siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca".
Esta mañana he peregrinado hasta la biblioteca municipal más cercana, a efectos de depositar de nuevo entre sus estantes esa ópera magna de Lobo Antunes, Esplendor de Portugal, y a conseguir hacerme con, al menos, un par de libros de relatos brotados de la pluma de algunos de los hoy considerados como jóvenes promesas de la literatura en español. Latinoamericanos (para más señas) de mi misma edad (esto lo indico sólo por vangloriarme de que quizás aún pueda seguir considerándome joven).

Deambular por los pasillos inmerso en el silencio apolillado por el moribundo halo de luz exterior que la arquitectura pretendidamente vanguardista de la sala permite irrumpir en la misma. Tropezar con nombres y apellidos idolatrados. Dar de bruces con pelotones de letras que forman escuadrones de promesas, indicios de un esplendoroso descubrimiento que pueda llevarme a la inmersión total en nuevas vías de comunicación. Topar con títulos, sinopsis, reseñas promisorias de inéditos conocimientos. La biblioteca como manjar de curiosidades. Vagabundeo del tiempo y la prisa. Irremisible pérdida de tiempo. Y sufrimiento al descubrir que cargas con volúmenes que no eran los que inicialmente deseabas tomar prestados. 
Regreso, a casa, portando en mi bolso un volumen de cuentos de Leopoldo María Panero, y una edición comentada de Tiempo de Silencio (sí, lo lamento, a pesar de conocer y amar hasta el delirio ambas obras no tengo en propiedad ninguna copia: el tiempo hace perezosos mis impulsos de posesión, ya me basta con leer, acumular en mi memoria maltrecha las palabras y no en mi hogar las páginas en que descansan éstas). Quiero decir que el paraíso (la biblioteca imaginada por Borges) es, inevitablemente, pérdida: todos los paraísos implican una ausencia de inocencia que los convierte en sufrimiento más que en goce, igual los que proclaman las grandes religiones: te impelen a perder la vida para poder gozar sus delicias...
 
Ya en casa enciendo la televisión (pequeña porción de masoquismo que me permito de tanto en tanto), y tomo cumplida cuenta del rostro embelesado, a la par que desorientado, de ese forofo que, dentro del museo del club de sus amores, duda entre adquirir todo producto de merchandising, por pueril o ridículo que pueda resultar, o destrozar las vitrinas en cuyo interior se exhiben los trofeos y robar alguno de éstos, dándose después a la fuga. El paraíso, ya digo.


lunes, 21 de noviembre de 2011

ahora que no quedan muros

Escribió Santos Diescépolo, allá por 1934, el inolvidable tango Cambalache que, ajeno a la imaginería clásica y macho del arrabal, nos ofrecía todo un catálogo de desviaciones y perversiones de eso que llamamos humanidad.
El bardo porteño utilizaba, en la canción, la expresión "Siglo XX". Pues bien, ya estamos en el XXI ... poco o nada ha cambiado. A Diescépolo bien podrían nombrarle sucesor de Nostradamus, tan límpida y serena fue su clarividencia.

Permitidme copiar unos extractos de Cambalache:

"Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé...


Pero que el siglo veinte            ¡Siglo veinte, cambalache 
es un despliegue                       problemático febril!...
de maldá insolente,                  El que no llora no mama
ya no hay quien lo niegue.        y el que no afana es un gil                                                                                                                  
Es lo mismo el que labura, noche y día como un buey, que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura o está fuera de la ley..."

Esto me lleva a pensar, aparte lo profético de la letra, en el supuesto y últimamente tan cacareado deber del artista de comprometerse con los problemas sociales del momento que le toca vivir. Cierto es: nadie obliga a quien, en virtud de su arte, sea cual sea éste, se gana las habichuelas, a posicionarse de manera crítica y vanguardista respecto a los vaivenes históricos. Hubo otros, antes, que tampoco lo hicieron. Y los hubo que sí. No es mejor ni peor el producto de su sensibilidad, pero me permito pensar que fue distinta su validez para los consumidores del mismo (y fijáos: he dicho consumidores)

reminiscencias de "El Muro" (Berlín)
Otro cantautor laureado, utilizó la letra del argentino para componer su propio Cambalache. Luis Eduardo Aute, tuvo, ya digo, la sensibilidad suficiente para recoger el testigo de Diescépolo. No sólo eso: insatisfecho con el mensaje actualizado del porteño, se atrevió a cantar también, en tiempos convulsos y no tan lejanos, aquello de "ahora que no quedan muros ya no somos tan iguales, tanto compras tanto vales". Identidad pues, igualdad ... ¿de qué tipo?

He despertado hoy con la sensación de ser un poco más parecido al vecino del quinto...y al del cuarto, y al del tercero del portal C del edificio que se haya cinco manzanas a la derecha del mío, y al del semisótano del número cinco de la avenida principal de esa ciudad de provincias que se encontraría en las antípodas de la mía si pudiésemos convertir el mapa de esta península en una esfera...


domingo, 20 de noviembre de 2011

hoy como ayer

Vagabundear las callejuelas de la medina de Tánger y poder disociar en tu cerebro el aroma del hachís de esos otros, adheridos a la cal de las paredes, de cuero, menta, excrementos, pescado en descomposición, cilantro y agua de rosas. 
Es fácil, si es hachís lo que buscas, llegarte al Hafa guiado únicamente por el olfato.
Podríamos imaginar el café envuelto en una bruma de humo denso y fragante, separado, desgajado de la realidad circundante. Otra realidad, ya digo, un lugar aparte del mundo pero instalado en el corazón malherido de lo más mundano de este mundo.

No soy el único que entró en el Hafa buscando deliberadamente apartarse de la sociedad, no, ya lo dije. Incontables remesas de literatos, músicos y artistas de los más diversas disciplinas, han recalado ya, a lo largo de los años en alguna de estas maltratadas sillas que me rodean, aquí, entre incomprensibles murmullos y aguerridos silencios. Conocedor de este hecho, franqueé la frontera de un nuevo cosmos en que habitaban, entre otros, William S. Burroughs y Brian Jones, a partes iguales idolatrados y odiados, famosos, míticos drogotas, y les permití que entraran en la enredadera de sensaciones y sentimientos con que, poco a poco, deliberadamente, fui bosquejando Los Cuadernos del Hafa.

Habrá quien se pregunte de dónde procede la admiración hacia personajes tan insultantemente antisociales e intoxicados. Más aún, alguno llegará a preguntarse si no es el propio autor de estas líneas un irremediable drogadicto e incluso se atreva a aventurar que la obra toda la escribí bajo los efectos enervantes del cannabis. Ni niego, ni desmiento, ni pretendo defenderme de acusación alguna...¡qué pereza!
Por contra, con quijotesca pretensión de deshacer entuertos,  me gustaría esbozar un par de apuntes tendentes a desterrar, por siempre, de la mente de los bienpensantes, la preconcebida idea de que sólo el siglo pasado y sus excesos llevaron a convertir en ídolos a los que se hubiese debido considerar no más que inadaptados.


viernes, 18 de noviembre de 2011

añoranza de saliva

Es, ahora que la flama opaca de la noche me sopla el soplo que aún no siento, que mi corazón se asoma, dolido, al borde marchito del vetusto espejo. 

Ahora que me desea tragar el ogro nocturno de la medianoche, cuando comprendo y asumo y agradezco y añoro la dentellada tibia de tu recuerdo, pestilente como una raspa de moribundo pescado a la espera de la página, arrancada del noticiario, que la envuelva y la postre a los pies de la cama del asesino que hoy me siento.



jueves, 17 de noviembre de 2011

cielos plomizos

Hoy ha amanecido uno de esos días en que una plomiza procesión de nubes opone la fragosidad silenciosa de su silueta a la pretensión de luz de un sol somnoliento. 
Días como este son días de voltear en la cama y refugiarse bajo la nocturna fragancia del edredón, a la espera de mejor momento para abandonar definitivamente el abrazo sonámbulo de una noche que aún perfuma la habitación con jirones de sudor y brochazos de mal aliento. No hablo de volver a dormirse, sólo de permanecer en la cama.
Asusta abandonar el lecho en días como el de hoy. Seguro que al pretender encender el primer cigarro de la mañana, antes de ir a la cocina a recalentar el café de ayer, descubres que el único mechero que hay en casa ha sucumbido definitivamente. Un drama, o sea.
Si te sobrepones y consigues salir a la calle, es de suponer que tu camino hacia donde sea que conduzcan tus pasos hará que los cruces con los mismos rostros hastiados de cada día, que prendan fuego en tu pabellón auditivo las mismas frases hechas, idénticos saludos, nada nuevo, lo mismo de siempre. Esto adquiere ya visos de tragedia griega, la señora de la limpieza, el quiosquero y la joven panadera haciendo de coro a tu paso, hola, buenos días majete, buenos díaaaaaas, y en este plan.
Pero si te niegas y permaneces en la cama, náufrago de tus obligaciones, amarrado tu postrero esfuerzo al embozo de la sábana, podrás abandonarte al balanceo submarino de tus desvaríos y, lentamente, ir tejiendo redes en las que más tarde puedas retorcerte cual escualo estupefacto. Debieran ser estas las únicas tramas en que permitiéramos enredarnos: las fláccidas mallas del desvarío, endebles almadrabas del pensamiento.

A pesar de todo, y aún no teniendo obligación ninguna, hoy he salido de la cama y me he prometido escribir algo alegre. 

Llegada la tarde, asumida la derrota, he tomado asiento frente al ordenador con la única intención de garabatear estas frases, que si bien no consiguen ser festivas, tampoco considero en ninguna medida tristes o derrotadas, quizá sólo sea que se han maquillado con el mismo colorete con que lo hicieron esta mañana las nubes.


miércoles, 16 de noviembre de 2011

plegaria del día de Acción de Gracias


William S. Burroughs (cortesía de "la red")
"Gracias por el pavo salvaje y las palomas pasajeras, destinadas a convertirse en mierda en las sanas tripas americanas. Gracias por un continente para saquear y envenenar. Gracias por los indios, que proporcionaron un módico peligro y desafío. Gracias por las vastas manadas de bisontes para matar y desollar y dejar pudrir. Gracias por las recompensas por lobos y coyotes. Gracias por un sueño americano para poder vulgarizar y falsificar hasta que la mentira desnuda brille al trasluz. Gracias por el Ku-Klux-Klan, y los sheriffs que hacen una muesca en sus armas por cada negro muerto. Por las decentes y devotas señoras, con sus rostros mezquinos, tensos, amargos, malvados. Gracias por los stickers ‘Mate un maricón en nombre de Cristo’. Gracias por el sida de laboratorio. Gracias por la Ley Seca y la guerra contra las drogas. Gracias por un país donde a nadie lo dejan vivir su propia vida. Gracias por una nación de buchones. Sí, gracias por todos los recuerdos. ¡Está bien, presenten armas! Siempre fueron un dolor de cabeza, y aburridos, además. Gracias por la última y mayor traición del último y más grande de los sueños humanos"

William S. Burroughs

Poco que decir tras leer estas palabras. Poco que argumentar, explicar o añadir. 

Burroughs, sí, habita en mí, y es en parte debido a estas apocalípticas, proféticas, molestas, descarnadas, obvias frases que anteceden. Tras la lectura de la Plegaria del día de Acción de Gracias, Burroughs decidió entrar de lleno en mi Hafa y por tanto en la obra que, desde allí, escribí. Como dijera algún egregio emperador: vino, vió, venció. 
Sí, venció, lo aseguro, leed Los Cuadernos del Hafa si no me creéis.

martes, 15 de noviembre de 2011

comencemos a trazar mitologías


Es posible que haya llegado el momento de hablar del verdadero Café Hafa. 

El susodicho café se encuentra ubicado en una de las colinas de Tánger, en el barrio del Marshan y, lo aseguro, no será cuestión sencilla encontrarlo sin brújula o amable marroquí que acepté acompañarte (despreocupáos: encontraréis decenas que, más que aceptar sugerirán, con mayor o menor vehemencia, acompañarte a cambio de unos dirhams…devenir de los tiempos: países en vías de desarrollo en el punto de mira del turismo de masas y los menos afortunados de entre sus habitantes rebuscando en los bolsillos del visitante sus opciones de futuro)



Diré que el establecimiento se fundó en 1921, aunque lo comprobaréis en el cartel de la entrada. Diré también que este lugar fue, durante muchos años, no más que un sobrio y lúgubre cafetín en que los tangerinos gustaban de sentarse a examinar el vaivén calmo de las aguas del Estrecho de Gibraltar (en el horizonte: la costa gaditana), aderezando el festín contemplativo (el cielo, la mar, los barcos de pescadores, las gaviotas, el horizonte, la costa lejana) con el humo del hachís y el almíbar amargo del té a la menta.


lunes, 14 de noviembre de 2011

¿hay alguien ahí?

Retórica,  ridícula cuestión.
¿Quién habría de atesorar suficiente decisión, gana o desvarío para apoltronarse a la sombra fragante y sucia de este recién inaugurado blog?
Ya respondo yo, no desesperéis: ¡nadie! Y si alguien lo hace será por inconsciencia o simple casualidad fruto del abotargado deambular por "la red" en que todos, en mayor o menor medida, andamos hoy en día inmersos.
Ahora bien: habiendo ya recalado en este atracadero de pesadilla y esperanza que es el Hafa, mi Hafa, déjate llevar por los cantos de sirena que desgarran la noche ahí fuera, a mis pies, entre las olas.

El Café Hafa es un pequeño establecimiento 
situado en una de las colinas desde las que, 
en Tánger (Marruecos), 
podemos divisar esa lengua de mar en que se mezclan 
las aguas del océano Atlántico con las del mar Mediterráneo. 
Esa marea inconstante separa Europa de África y, 
para algunos, muchos de los que en este Café recalan, 
supone la frontera entre sueño y vigilia, ficción y realidad.

Hablaré del Café, más adelante.

Ahora quiero hablar de mi Hafa que, más que un lugar geográficamente definido, es un estado mental, una turbulencia de los sentidos, un temblor de la memoria.